Un sistema matemático debe contener, al menos, a los números enteros (puede contar) y a las reglas de la lógica[1] (puede razonar). Hacia mitad del siglo XX se demostró que todo sistema que verifique estas dos condiciones tiene enunciados indecidibles (no puede decidir si son verdaderos o falsos). Es decir, todo método matemático tiene algo que lo trasciende. Así, la ciencia sabe muy bien que, dentro de su propia esfera, hay cosas trascendentes. No se trata de trascendencia ocasional, por falta de método, sino más bien, digamos, ontológica, debida a la esencia del discurso.

De esta manera, Ciencia y Fe no se contradicen. Se ocupan de objetos distintos con métodos diferentes. La Fe es consciente de que no puede abandonar la razón. Siendo ésta quizás la segunda dimensión en importancia del ser humano (tras el amor), la Fe tiene que integrarla para dirigirse al hombre completo. La Ciencia sabe de la trascendencia, aún en su propio dominio. Ni la Trascendencia tiene motivos para alejarse de la razón, ni ésta para rechazar a aquélla. Así Jesucristo, el Dios visible, invita a todos los seres humanos a amarlo y estudiarlo. Decía Juan Pablo II[2]: El hombre, por su naturaleza, busca la verdad. Esta búsqueda no está destinada sólo a la conquista de verdades parciales, factuales o científicas; no busca sólo el verdadero bien para cada una de sus decisiones. Su búsqueda tiende hacia una verdad ulterior que pueda explicar el sentido de la vida; por eso es una búsqueda que no puede encontrar solución si no es en el absoluto. Nuestro San Juan de la Cruz[3] diría: Por más misterios y maravillas que han descubierto los santos doctores (...) les quedó todo lo más por decir, y así hay mucho que ahondar en Cristo.

                                  José Luis Vicente Córdoba, Pbro.

                                  Catedrático de la Universidad de Sevilla.


[1]    Whitehead-Russell: Principia Mathematica, Cambridge Univ.Press, 1925

[2]    Fides et ratio, núm. 33.

[3]    San Juan de la Cruz, Cántico espiritual.

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