El color litúrgico de este tiempo es el lila, que significa preparación.

Es un tiempo de reflexión, de silencio y retiro si es posible, de desapego de las cosas, de conversión espiritual a Jesús; tiempo de preparación al misterio pascual, a lo definitivo, a la realidad total a la que tendemos.

La Cuaresma es un camino hacia la Pascua, que es la fiesta más importante de la Iglesia por ser la resurrección de Jesús, la experiencia fundamental del ser cristiano. La novedad cristiana.

La Cruz es una cara de la moneda. La otra es la Pascua. No hay cruz sin resurrección, ni resurrección y gloria sin sufrimiento ni dolor. Pero la gloria es lo definitivo. El sufrimiento, la enfermedad y el mal son pasajeros.
Ésta, temporal, es la etapa penúltima. Aquella, la eternidad, será la definitiva, y no sólo con el alma, sino con nuestros propios cuerpos glorificados así como está glorificado el cuerpo de Jesús. Cosa que sucederá en el día final.

El número cuarenta en la Biblia.

La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la Biblia.
En ésta, se habla de los cuarenta días del diluvio (Gén. 8, 6), de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto (Éx. 12, 40-41), de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto del Sinaí (Números 33, 40), de los cuarenta días de Moisés (Éx. 24, 18) y de Elías (I Reyes 19, 8) en la montaña, de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública (Mateo 4, 2; Marcos 1, 3; Lucas, 4, 2).

En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo, y seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida terrena, seguido de pruebas y dificultades, que culminan o desembocan en un lugar o momento feliz.
Es, por lo tanto, tiempo de prueba, de espera y preparación, para algo nuevo, mejor y mayor que nos espera y que alcanzamos.

Uno de los caminos, como el de los 40 días de Jesús en el desierto, es el desapego: de las riquezas, de los honores y de la fama vanidosa, y de los placeres desordenados.

Apegados a Jesús, obtenemos todo eso multiplicado y purificado, sin el desorden que implica la pasión y el deseo.

¿Por qué la Semana Santa cambia de fecha cada año?

El Año litúrgico no se ciñe estrictamente al año calendario, sino que varía de acuerdo con el ciclo lunar.

Cuenta la Biblia, que la noche en la que el pueblo judío salió de Egipto, había luna llena y eso les permitió prescindir de las lámparas para que no los descubrieran los soldados del faraón. Los judíos celebran este acontecimiento cada año en la pascua judía o "Pesaj", que siempre concuerda con una noche de luna llena, en recuerdo de los israelitas que huyeron de Egipto pasando por el Mar Rojo.

Podemos estar seguros, por lo tanto, de que el primer Jueves Santo de la historia, cuando Jesús celebraba la Pascua judía con sus discípulos en la “Última Cena”, era una noche de luna llena.

Por eso, la Iglesia fija el Jueves Santo y el día de la Pascua, en la luna llena que se presenta entre el mes de marzo y abril y, tomando esta fecha como centro del Año litúrgico, las demás fechas se mueven en relación a esta y hay algunas fiestas que varían de fecha una o dos semanas: El miércoles de ceniza 40 días antes sin contar los domingos. La Ascensión del Señor Jesús, 40 días después de la fecha de su Resurrección el Domingo de Pascua, Pentecostés, 10 días después de la Ascensión y 50 después de Pascua, etc.

En cambio, otras fechas son según el calendario ordinario y nunca cambian de fecha: Por ejemplo la Navidad, el 25 de diciembre, Reyes o Epifanía, el 6 de enero, y otras fiestas según el calendario del santoral litúrgico (Asunción, San José, San Pedro y San Pablo, Todos los Santos, Los Ángeles Custodios, Los Arcángeles, etc.)

Gustavo Daniel D´Apice – Profesor de Teología
Pontificia Universidad Católica

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