Hermandad de la Sed

LA HERMANDAD DE PENITENCIA. HISTORIA DE LA COFRADÍA DE NAZARENOS

NH Francisco Javier Escudero Morales
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Del Vaticano II a la transición. La sociedad en torno a 1969

¿Cómo eran los tiempos de la creación de nuestra hermandad? ¿Qué entorno político y religioso le tocó vivir a nuestros fundadores? Y, sobre todo, ¿qué futuro podría tener su aventurada idea en un mundo como aquél? Vamos, con toda humildad, a tratar de descifrarlo.

Un mundo cambiante

Pablo VI observa la luna desde un telescopio del observatorio del Vaticano.

Dejada atrás la Segunda Guerra Mundial, con todos los sacrificios y penu­rias que significaron para la población, Occidente comenzó un tiempo nue­vo impregnado de una euforia y un optimismo sin precedentes que trans­formó el mundo. Llegaron cambios trepidantes que se iniciaron a media­dos de los años cincuenta, fueron cuajando en la vibrante década de los se­senta y culminaron en los rebeldes setenta. Había motivos para tanto entusiasmo. Los avances científicos y las nuevas tecnologías, muchas de ellas experimentadas en los años del belicismo, fueron democratizándose y dando como resultado la mejora sustancial de las condiciones de vida para muchos. Nunca la Humanidad había progresado tanto en tan poco tiempo. En 1962, los Estados Unidos ponen en órbita el primer satélite de comunicaciones de la historia, dise­ñado para retransmitir televisión y datos en directo, fundándose con ello la aldea global. Desde entonces fueron apareciendo gradualmente en nuestras vidas novedosos ele­mentos que la hicieron más agradable y placentera: electrodomésticos del hogar como la nevera, la lavadora automática, casetes, vinilos, la computa­dora y otros muchos avances. Tanto alarde tecnológico tuvo su punto cul­minante con la llegada del hombre a la luna a bordo del Apolo 11 el 16 de ju­lio de 1969. Fueron los años del baby boom. Aquel nuevo tiempo próspero y lleno de comodidades produjo un cambio de mentalidad que permitió a gran parte de los jóvenes preocuparse de diversos temas en lugar de cen­trarse en la provisión de necesidades básicas y materiales, como necesaria­mente sí tuvieron que hacer sus padres durante la postguerra. Es así como comienzan a surgir la lucha por los derechos civiles, los movimientos eco­logista y feminista, las drogas o la libertad sexual. Uno de sus ejemplos más visibles fue el famoso Mayo francés.

Del franquismo a la democracia

Las influencias de todo aquel proceso fueron algo distintas en España, to­davía bajo el régimen franquista, pero ya desde 1959 se habían iniciado una serie de reformas sociales con el objetivo de homologar al país al resto de Europa y no perder el tren de la modernidad. El ejemplo más destacado fue la creación de los llamados planes de desarrollo, impulsados por el gobierno, que facilitaron gradualmente un potente avance económico, atrayendo inversiones extranjeras y el turismo masivo. Así mismo, el crecimiento de la industria y la emigración al exterior hicieron descender los índices de paro, provocando el fin de la economía rural y al igual que en todo Occiden­te, una subida notable de la natalidad. Tras el fallecimiento del jefe del Es­tado llegó la Transición, y con ella la Democracia, abriendo España un nue­vo horizonte en plena sintonía con Europa y el mundo. Aquella apertura nos contagió también de una mayor conciencia de las libertades individua­les, especialmente entre los jóvenes, muy influenciados por las modas y costumbres del exterior, principalmente a través de la música y el cine. La aparición de una consolidada clase media y con ella la sociedad de consu­mo, así como un gradual acceso libre a la información, acabaron generando nuevos hábitos sociales que llevaron a una afianzada oposición a todo lo que significó el régimen y a la pérdida de influencia de la doctrina católica en la sociedad.

En nuestra ciudad la modernidad quiso llegar a golpe de palanqueta. A partir de los años sesenta, siendo alcalde de la ciudad Félix Moreno de la Cova, Sevilla inició un proceso de derribos y ensanches, especialmente agresivos en el casco antiguo, y un asfaltado masivo de calles y avenidas, al que muchos denominaron despectivamente la “marea negra”. Todo ello permitió absorber la cada vez más numerosa invasión de coches, facilitan­do la movilidad y acercando distancias, pero determinadas actuaciones de dudosa estética provocaron también y a gran velocidad, una transforma­ción del paisaje urbano tradicional que ocasionó pérdidas patrimoniales irreparables. Romero Murube, se lamentaba en su obra literaria por los “cielos perdidos”. Lamentablemente, con su fallecimiento en 1969, terminó de algún modo una forma de contemplar y vivir la ciudad. En contraposi­ción fue emergiendo una ciudad joven, flamenca, rockera, contestataria y rebelde, con unas desmesuradas ansias de libertad.

Retrato Oficial del Rey Don Juan Carlos por Enrique Segura Iglesias.

La iglesia y la modernidad

Por su parte, la Iglesia tenía que encontrar el camino de predicar el Evange­lio al mundo, en aquella sociedad moderna que planteaba nuevos retos en una situación de cambios radicales. Para ello, puso todas sus esperanzas en lo que fue el acontecimiento religioso más importante del siglo XX: la cele­bración del Concilio Vaticano II. Ya iniciado en 1962 por el Papa Juan XXIII y concluido por Pablo VI, tuvo como idea principal renovar en pro­fundidad la vida de la Iglesia y marcar un nuevo camino, retornando a las raíces más auténticas del cristianismo. Había que abrir las puertas y venta­nas de una institución anclada en estructuras anticuadas, para comunicar la fe de un modo creíble y testimonial a aquel mundo nuevo que surgía. Se reforzó el papel de los laicos, se reformó la liturgia para hacerla más accesi­ble y se prestó mayor atención a la defensa de los más débiles y necesitados. Fue sin duda un acontecimiento de enorme influencia en el mundo católi­co, pero que no estuvo exento de resistencias internas, principalmente en­tre los defensores de la tradición.

En Sevilla, su principal valedor fue el Cardenal José María Bueno Mon­real, un obispo de los llamados reformistas que cooperó junto a Tarancón, en Madrid, en transformar la Iglesia española para emanciparla del anti­guo régimen y sumergirla en los nuevos tiempos que tocaba vivir. Bueno Monreal era un hombre extraordinariamente culto, formado teólogo y ju­rista, que tenía un carácter sencillo y dialogante. Por su talante de hombre comprensivo y abierto supo adaptar su mentalidad a los grandes cambios ­que se estaban produciendo. Estuvo presente en las aulas conciliares, que le causaron gran impacto, donde pudo mostrar su humanismo y compro­miso con la laicidad de la Iglesia y los problemas sociales. Por eso, a su vuel­ta, se dio prisa en absorber de inmediato las reformas y novedades que ve­nían de Roma con diversas iniciativas cuyo punto culminante fue la cele­bración del Sínodo Hispalense, entre 1969 y 1973, que causó un importante revulsivo en la Iglesia sevillana y que resultó ser un modelo ejemplar para el resto de España. Partidario de la libertad de expresión en una etapa difí­cil y conflictiva como fue la de los últimos años del franquismo, a Bueno Monreal le tocó defender al histórico periódico El Correo de Andalucía, propiedad por entonces de la Iglesia, de las continuas intervenciones de las autoridades, que pretendían censurarlo amenazándolo de cierre en varias ocasiones. El Correo fue en aquellos años un emblema de la defensa de los derechos humanos y las libertades. Estaba dirigido por un sacerdote muy cercano al Cardenal, José María Javierre Ortas, un escritor y periodista formado en universidades europeas que mostró siempre, con convicción, una firme defensa del sistema democrático. Javierre, tuvo relieve nacional, porque junto a José Luis Martín Descalzo, entre otros, perteneció a esa ge­neración de periodistas visibles que recogieron con brillantez, tono crítico sano, eclesialidad y apertura, la rabiosa actualidad que les tocó vivir, con todos sus vientos y tempestades.

La influencia de aquellos tiempos en la fundación

Hemos tratado brevemente de describir cómo eran los tiempos en los que aconteció la fundación de nuestra hermandad. Se hace necesario su cono­cimiento para entender la influencia que tuvieron en todos los avatares y vicisitudes que fueron surgiendo más adelante en el desempeño de aquella empresa. Todo lo que se inmutó con las transiciones religiosas (del Conci­lio, en primer lugar) y política (con la llegada de la democracia después) resultarían clave. Y sin ninguna duda, las personas que la providencia y el momento histórico nos puso en el camino, también. Sobre todo, porque fueron ellos dos, el Cardenal José María Bueno Monreal y el sacerdote José María Javierre, descritos anteriormente, quienes por sus responsabilida­des tuvieron un papel determinante y de total cercanía con los fundadores.

Para mejor comprenderlo, tendríamos que volver a hacernos la pregun­ta que nos hemos hecho al principio: ¿qué futuro podría tener aquella aven­turada idea -la de crear una nueva Hermandad- en un mundo como aquel? Probablemente uno muy discreto e infructuoso, si no se afrontaba de manera novedosa y diferente, sabiendo interpretar la nueva época que se ave­cinaba, tan distinta de las anteriores, con todas sus novedades y desafíos. El extraordinario carisma de Bueno y Javierre, así como el compromiso y los sueños de ambos en la búsqueda de una sociedad mejor, nos iban a insuflar, desde su tutela, una identidad en la que dar lo mejor de nosotros mismos. Ambos, por su posición, gozaban de gran influencia en la sociedad de en­tonces y ello nos iba a proporcionar una protección, durante el periodo de formación de la hermandad, que facilitaría su encaje y cristalización en aquella difícil Sevilla del tardofranquismo y la Transición. Tanto es así que creemos firmemente, sin caer en grandilocuencias, que no podría enten­derse la historia de la Semana Santa de nuestra ciudad durante la segunda mitad del siglo XX, sin estos dos personajes y sin la creación de la Herman­dad de la Sed de Nervión.

El espíritu fundacional. Aquellos Viernes de Dolores. 1968-1978

Mientras el mundo contemplaba tantos acontecimientos, la vida de los ve­cinos de Nervión giraba amable y placenteramente alrededor de la Gran Plaza. Entre sus calles, un grupo de jóvenes entusiastas, apoyados por el párroco, se afanaban decididos en crear la cofradía que habría de aglutinar al barrio. Corrían los últimos meses de 1968. La Parroquia de la Concepción era una de las más importantes de la ciudad y verdaderamente estaba nece­sitada de algo que la sacara de la de­cadencia en la que llevaba ya algunos años, con no pocos conflictos y pro­blemas tras el fallecimiento en 1963 del anterior párroco Don Cristóbal Garrido Barrera. Aquel grupo ini­cial, al que llamamos hermanos fun­dadores, quedó integrado por los si­guientes nombres: Juan Antonio Cuevas Muñoz, Cristóbal Jiménez Sánchez, Francisco Román Amador, Francisco López López, Alberto Na­ranjo Fonto, Luis Fernández García, Ángel Arenas Escaso, Manuel Ricca García-Olalla, Antonio Sánchez Ma­rín, Gonzalo Girón Castillo, Ramón Blanco Pérez y el sacerdote Francis­co Pérez Camargo.

La Gran Plaza en los años sesenta.

El proyecto de constitución de la Hermandad

El primer paso de aquellos hermanos consistió en organizar una comisión que, tras varias reuniones, elevaría el proyecto de la nueva Hermandad a la púrpura para su consideración. Dado que algunos de aquellos jóvenes esta­ban integrados previamente en la vida parroquial con verdadera vocación eclesial, desde el primer momento se buscó con entusiasmo crear una corporación útil para su entorno, en verdadera línea de colaboración con la Parroquia y su misión con la feligresía. La conveniencia de nuevas Her­mandades en los barrios más alejados del centro tenía un hermoso y fruc­tuoso ejemplo reciente en la Hermandad de Santa Genoveva, fundada en 1956, que resultó ser un verdadero y exitoso concepto nuevo de cofradía parroquial, inspirado y fundamentado en el movimiento “Por un mundo mejor” preconizado por el Papa Pío XII en 1952 y que exhortaba a ejercer el apostolado “por todos los medios posibles”, en un mundo que ya entonces se preveía cambiante y que señalaba el principio de una nueva época.

El nombre y los títulos de las imágenes estuvieron claros desde el princi­pio. La nueva corporación se llamaría: Hermandad del Santísimo Cristo de la Sed en su Quinta Palabra, María Santísima de Consolación Madre de la Iglesia y San Gabriel Arcángel. El del Cristo se tomó con la intención de rescatar el nombre de aquel crucificado del escultor Antonio Illanes que existió en la parroquia desde sus inicios y que fue quemado en los tristes acontecimientos de la Guerra Civil. De este modo, aquellos muchachos so­ñaban también con aportar un misterio que no estaba representado en la Semana Santa de Sevilla: el del momento en que Jesús pronuncia su quinta palabra y pide agua al soldado desde la cruz. La advocación de la Virgen se eligió con una doble intención. El Concilio Vaticano II había contemplado a María en sus documentos como un signo seguro de Esperanza y Consuelo para el pueblo de Dios. De ahí Consolación, tan apropiado y tan sevillano, pues vendría a traer al conjunto de las dolorosas de la ciudad el título de una de las devociones históricas más importantes y afamadas de la dióce­sis: el de la patrona de Utrera. Por otro lado, Pablo VI, al finalizar la tercera sesión del Concilio y con el aplauso general, proclamó a María solemne­mente como Madre de la Iglesia y de ahí se tomó el segundo título. La idea de incluir a San Gabriel, patrono de las telecomunicaciones, fue de Juan Antonio Cuevas y obedecía a su vinculación personal con la radio y el cine, pero esto es algo que se desecharía más adelante.

El Vaticano II, y sus influencias, estuvieron muy presentes en todo mo­mento en la redacción del primer proyecto de reglas. Cristóbal Jiménez Sánchez, que había sido seminarista y muy cercano al párroco, fue de los que más insistió en la idea de que la Hermandad debía absorber los nuevos aires de modernidad religiosa que representaba el Concilio, por lo que ana­lizó sus cuatro documentos principales: las constituciones, Dei Verbum, Lumen Gentium, Sacrosantum Concilium y Gaudium et spes. Tras mucho esfuerzo y al amparo del decreto conciliar del apostolado seglar, que decía: “guardada la sumisión debida a la autoridad eclesiástica, pueden los segla­res fundar y regir asociaciones y una vez fundadas darles un nombre”, se elevó por fin el escrito de constitución al Cardenal, acompañado del pro­yecto de reglas.

Bendición de la Santísima Virgen y cómo fue acogida la idea de la nueva Hermandad por el Consejo de Cofradías

Los jóvenes fundadores portan las andas de la Virgen en su primer Rosario público por el barrio

Como la parroquia no contaba con salones amplios, las primeras reuniones se produjeron en el Colegio Santo Domingo Savio, en la calle Madre María Teresa, del que el hermano fundador Juan Antonio Cuevas era el subdirec­tor. Muchos de sus profesores y alumnos se sumaron al proyecto y en muy poco tiempo la incipiente Hermandad contaba ya con casi trescientos her­manos promotores que con sus cuotas hicieron frente a los primeros gas­tos. Había impaciencia y todo el mundo parecía decidido. Muchos comer­cios y entidades bancarias del entorno, al conocer que el barrio quería te­ner su propia Hermandad de penitencia, prestaron su ayuda con entusias­mo. Se contaba también con que Palacio había acogido muy bien la idea y el Cardenal apremiaba a que se aceleraran los trámites. Una vez que S.E.R. recibió el proyecto, éste lo remitió al Consejo General de Hermandades y Cofradías, como era preceptivo, para escuchar su valoración.

Paralelamente se comienzan a realizar las primeras gestiones para la ad­quisición de las imágenes titulares. Se realizaron sondeos, no oficiales, pa­ra solicitar la cesión de algún crucificado antiguo. Hubo interés por el de la Misericordia del Convento de Santa Isabel, obra de Juan de Mesa, así como por los existentes en la parroquia de San Isidoro y otro del Convento de Capuchinos. Ninguno de estos casos pudo prosperar, dada la dificultad de que sus propietarios se desprendieran de tan valiosas imágenes. Ya con la determinación de ir a por tallas de nueva factura, en principio se vio una imagen de la Virgen ya realizada por el joven imaginero Luis Álvarez Duar­te, que se desechó por parecerle a Don Manuel Calero demasiado dolorosa. Esta se encuentra actualmente en la Hermandad de la Lanzada de Jerez de la Frontera. También se habla con Antonio Illanes, que ofrece una imagen que pudo ser expuesta en el escaparate de Gicos Europrix, un comercio ti­po bazar que existía entonces en la calle Marqués de Pickman. El cofrade e imaginero Antonio Dubé de Luque, amigo de Juan Antonio Cuevas y Cris­tóbal Jiménez Sánchez, hizo el favor de vestirla para la ocasión con ropas de hebrea. Aquello ayudó para promocionar ante los vecinos el proyecto de la nueva hermandad, pero la Virgen no gustó y fue también descartada.

Finalmente, en abril se decidió dar el paso definitivo de encargar al es­cultor Antonio Dubé de Luque la imagen de la Santísima Virgen. Aquellos hermanos la soñaban derecha y erguida, como mujer fuerte de la Biblia y con la mirada baja, a semejanza de la Virgen del Rocío de Almonte, de la que el párroco Don Manuel era un ferviente devoto. Mientras Dubé la rea­lizaba, pensó en añadirle la singular característica de que sus ojos tuvieran el celeste inmaculado del cielo de Sevilla por estar destinada a la parroquia de la Concepción.

Fue por fin, el cinco de junio de 1969 cuando, con la anuencia de la Auto­ridad eclesiástica y siendo la solemnidad del Corpus Christi, se pudo dis­poner todo para que a las doce de la mañana se realizara el acto de su bendi­ción. Las primeras camareras, Doña Estrella Toledano, Doña Eugenia Gar­cía-Olalla y Doña Josefa Sánchez, junto a los hermanos que hicieron las veces de priostes, la colocaron en el Altar mayor vestida toda de blanco, con una saya bordada cedida por la Hermandad de los Servitas y el manto de salida de la Virgen de la Paz del Porvenir. El dosel que la cubría era propie­dad de la Virgen del Carmen de nuestra parroquia y como escolta, a ambos lados, se colocaron los ángeles de la Cofradía del Corazón de Jesús que la alumbraban con sus faroles. Aunque en un principio estuvo previsto que viniera el Cardenal a bendecirla, no pudo finalmente hacerlo por encon­trarse en Roma, por lo que la Eucaristía fue presidida por Don Manuel Ca­lero que fue quien tuvo ese honor, concelebrando junto a él sus homólogos de la Candelaria, Don Rafael Pavón García; de San Benito, Don José Sán­chez Barahona; de San Andrés, Don José Talavera Lora y de San Pablo, Don Fernando Isorna Jiménez, pronunciando la homilía el sacerdote Don José María Javierre Ortas, director de El Correo de Andalucía. La música corrió a cargo de la Coral del Colegio de las Hermanas Maristas que interpretó la “Misa andaluza” del afamado compositor Manuel Castillo, hijo del barrio y muy ligado a nuestra parroquia. Los padrinos de la bendición fueron el hermano mayor de la Cofradía del Sagrado Corazón de Jesús, Don Salva­dor Arenas de las Heras y la Superiora del Colegio de la Sagrada Familia de Urgell, Madre María Rosa Rosell. La Virgen aparecía cubierta de un tul blanco, como una novia que fuese a desposarse, que al momento de la ben­dición le fue retirado, para así poder ser contemplada por los fieles con to­tal nitidez. A continuación, Don Manuel bendijo y le impuso una sencilla pero hermosa corona plateada que el orfebre Jesús Domínguez le había realizado con toda celeridad y en muy pocos días gracias a la generosidad y entusiasmo de un hermano que la costeó. También hubo una multitudina­ria ofrenda floral de todos los colegios del barrio. La Virgen quedó en besa­manos durante todo el día y la Iglesia se llenó de fieles; a muchos de ellos no se le veía desde hacía años. Todo aquel homenaje de recibimiento fue el modo amoroso en el que todos -vecinos, devotos y feligreses- entronizaron en la Parroquia a la que sería desde entonces y en adelante su Madre bendi­ta del cielo y Consolación de Nervión.

Sin embargo, tanta alegría fue truncada muy pocos días después. El Con­sejo de Hermandades había emitido al Señor Cardenal un informe demole­dor sobre la nueva hermandad. En el mismo consideraban que el elevado número de hermandades ya existentes y los problemas estructurales y de espacio que se sufrían, les llevaba a la conclusión de que no era conveniente su creación, por lo que recomendaban que este grupo de jóvenes se integra­ran en cualquiera de las dos corporaciones ya existentes en la Parroquia, bien la Sacramental o la de gloria del Sagrado Corazón de Jesús. También consideraban inoportuno que, tal y como se planteaba en el proyecto, pu­diera existir la posibilidad de hacer estación de penitencia a otro lugar, ale­gando motivos de organización dada la uniformidad de la Semana Santa y la “evidente anarquía” que se produciría en recorridos fuera de todo con­trol. Alertan también del temor a un efecto llamada que generaría un alu­vión de peticiones, por lo que recomendaron que, si lo deseaban, se erigieran como Hermandad de Gloria.

Don Manuel Calero en el momento de la bendición solemne de Santa María de Consolación Madre de la Iglesia

El decreto fundacional y la primera procesión

José Luis Morón junto a algunos de los fundadores, entregando un presente de la Hermandad al Cardenal Bueno Monreal
Día ocho de septiembre de 1969. El Cardenal vino personalmente a entregar el Decreto Fundacional de la Hermandad.

Aquella negativa fue sin duda un duro varapalo, pero no por ello aquellos jóvenes cesaron en su empeño. El Cardenal había oído al Consejo como de­bía, pero su informe no era vinculante y sólo a él, por encima de algunas disposiciones en las normas, le correspondía la decisión de erigir a la nueva hermandad, valorando sobre todo si su creación respondía a una auténtica necesidad pastoral. Don José María no se echó atrás y siguió animando a los cofrades a continuar. No tenemos duda de que pesó y mucho en aquella actitud su inteligente visión de futuro, muy volcada con aquella nueva Se­villa que se abría en los barrios, por encima de la visión todavía muy cerra­da en intramuros del organismo cofradiero.

Hay que tener en cuenta que el Consejo estaba viviendo los inicios de un proceso de transformación radical que le produjo no pocas tensiones con Palacio. Con diversos instrumentos y habilidad diplomática, se pretendía que aquella decadente comisión de cofradías de la época del Cardenal Segura -muy independiente y centrada en exclusiva en la organización de la Semana Santa, el reparto de subvenciones o la mera vigilancia del debido orden de los desfiles procesionales- se transformara en un organismo nue­vo de carácter diocesano que se implicara mucho más en la pastoral y en la dinámica eclesial que exigían los nuevos tiempos postconciliares. Por su­puesto, dicho proceso provocó suspicacias en aquel mundo de capillitas, muy celosos de su autonomía y donde todos se conocían. Como nos explica Carlos José Romero Mensaque en su libro “El Consejo General de Her­mandades y Cofradías: Una aproximación histórica”, en el fondo, las Her­mandades estaban viviendo unos momentos ciertamente delicados de re­flexión sobre sí mismas y de su situación en una Iglesia en vías de renova­ción y en una sociedad que también experimentaba nuevos horizontes mentales.

A todo ello debemos sumarle el problema de la masificación. Bueno Monreal hablaba “… del árbol frondoso de las hermandades […] que nos de­be ayudar a extender a Cristo a todos aquellos que no lo conocen”. En los últimos años, algunas cofradías habían sido integradas sin excesivos pro­blemas a la nómina de la Semana Santa. A las que nacieron durante la post­guerra hay que añadir las más recientes: Los Javieres en 1957, Santa Geno­veva en 1958 o la Redención en 1959. En 1967, la reorganizada Hermandad de los Servitas comienza a realizar estación de penitencia un sábado de cuaresma por su feligresía, eso sí, sin nazarenos. Asimismo, se encontraban en proceso las Hermandades de Jesús Despojado La Resurrección. Ya con Santa Genoveva existieron algunos inconvenientes y en un principio se les recomendó la búsqueda de un templo más cercano, dado que su sede canó­nica se encontraba demasiado lejos. Sin embargo, la tenacidad de aquellos hermanos y sus cuidadas formas lograron la aceptación general. Podemos interpretar, sin temor a equivocarnos, que aquellos hechos pudieron signi­ficar los primeros síntomas de un choque de la Sevilla “de siempre” con la “otra Sevilla” que ya se estaba transformando en una gran urbe y que resul­taba inabarcable para la mentalidad cofradiera de entonces.

En los primeros días de septiembre, la comisión preparó el primer Tri­duo a Santa María de Consolación y el domingo día siete se programó un Rosario de la Aurora para que la Virgen recorriera por primera vez el ba­rrio, haciendo estación en el recién inaugurado colegio Juan Nepomuceno Rojas de las Hijas de Jesús, donde se celebraría la Eucaristía. Como el ca­mino para la aprobación de la hermandad se estaba tornando largo, difícil y lleno de incomprensiones, los primeros hermanos tuvieron que llamar a muchas puertas para buscar apoyos. En un principio no fueron muchas las que se abrieron, pero entre las que sí lo hicieron, ninguna tan hospitalaria, cariñosa y comprometida como la del sacerdote Don José María Javierre. No es que se prestara a ayudar, es que desde el primer momento se hizo uno de ellos y por eso su nombre acabó figurando con honor entre los hermanos fundadores. Los apoyó desde su periódico, fue quien predicó la homilía de la bendición de la Virgen y nadie mejor que él para dirigir aquel Rosario histórico que significó la primera procesión de la Hermandad por su ba­rrio. Siempre lo recordó en su vida. En su pregón de la Semana Santa, pro­nunciado muchos años después dijo: “Jamás olvidaré aquella mañana de septiembre de 1969, cuando todavía cofrades de Hermandad sólo parro­quial, los chicos de Nervión pasearon a la Señora para que tomara posesión del barrio: El Rosario de la Aurora más largo de mi vida, pues lo recitamos completo diez veces, ¡cincuenta misterios, cincuenta decenas del rosario! Sin fatiga, esquina por esquina, calle por calle”. ­

El día siguiente fue un día grande. 8 de septiembre de 1969. El Cardenal Don José María Bueno Monreal, llegó decidido y valiente a la Concepción con una gran noticia ansiada por todos y por la que tanto se estaba luchan­do. En la puerta lo recibió Don Manuel Calero y allí mismo, a los pies de la Santísima Virgen, durante la Solemne Eucaristía que presidió como cul­minación del primer Triduo en su honor, desafiando los contratiempos y apostando sin dudarlo por aquellos muchachos, les entregó solemne­mente el decreto fundacional que los aprobaba como nueva hermandad. Lo hizo con un encargo muy claro que todos debemos recordar siempre: “Exhortamos a los jóvenes recurrentes a que con generoso e ilusionado espíritu cristiano y apostólico hagan de esta cofradía un poderoso y valio­so instrumento de santificación, caridad, apostolado y culto público li­túrgico, de modo que la contemplación de la Sed del Señor en la cruz y el amor filial a la Virgen María, Madre de la Iglesia y Consoladora de los afligidos haga crecer más y más en ellos la unidad en la Palabra y en la Eu­caristía de Cristo (…) todo ello dentro del orden y colaboración con la co­munidad parroquial a cuyo servicio deberá desarrollar esta cofradía sus piadosas actividades”.

Había nacido la hermandad el mismo día en que la Iglesia universal con­memoraba el nacimiento de la Virgen María.

Un joven José María Javierre, director de 'El Correo de Andalucía', dirigió el rezo del Rosario

Los primeros proyectos y nuevos inconvenientes

Al amparo de aquel respaldo tan importante, llenos de confianza y conven­cidos de que el ámbito en el que la hermandad debía desarrollarse desde el primer momento era el mismo seno de la parroquia, se acuerda cele­brar convivencia de hermanos cada primer domingo de mes a las once de la mañana para posteriormente asistir a la misa dominical. Nos resulta curioso comprobar que aquella convocatoria estaba limitada a los herma­nos varones.

Más adelante, la autoridad eclesiástica aprueba la primera Junta recto­ra, presidida por Don Manuel Calero. Allí se ponen en marcha iniciativas importantes, como la creación de las “Escuelas parroquiales”, un encargo expreso del coadjutor Don Francisco Pérez Camargo que pidió a la nueva hermandad que se responsabilizara de ellas, dando así cumplimiento al es­píritu de sus reglas y cuyo objetivo era la alfabetización de personas con esa necesidad, así como el llevar a sus participantes a realizar las pruebas de capacidad para el certificado de estudios primarios. De esto se encargó muy activamente el hermano Manuel Ricca García-Olalla. También se nombra la Comisión pro-Cristo que se encarga de las gestiones para su ad­quisición, aprobándose un boceto presentado por el joven imaginero Luis Álvarez Duarte. Como los gastos iban a ser cuantiosos, se acuerda la fabri­cación y distribución de huchas de cartón por el barrio, así como la instala­ción de una tómbola en la Gran Plaza rotulada como “Tómbola – Herman­dad y Cofradía de nazarenos del barrio”.

En contraposición, el Consejo estaba vigilante y contemplando aquellos hechos consumados con verdadera inquietud y enfado, dado que se sintie­ron desautorizados con la aprobación de aquella nueva hermandad “de na­zarenos”. Ellos alegaron que en ningún caso habían emitido informe favo­rable tal y como se recogía en el decreto de fundación, lo que había genera­do una gran confusión. Todo este lío, unido a la determinación del Carde­nal, tuvo como consecuencia que, tras varios episodios y la aparición en prensa de distintas informaciones, la Junta superior del Consejo presenta­ra en pleno su dimisión por, según ellos, sentirse desprestigiada. La hermandad llevó con pesar y dolor aquella mala acogida y así se lo transmitió por carta al organismo cofradiero: “…nos duele no haber hallado el justo apoyo que toda obra legítima, sincera y entusiasta se merece”. Pocos días después y tras reunirse con el Cardenal, la junta rectora de la Hermandad, con espíritu cristiano y para no causar más molestias, admitió renunciar a llevar en su título el de cofradía de “nazarenos”.

Aquella importante reunión con Su Excelencia significó, de alguna ma­nera y dadas las circunstancias, una rectificación en el camino, pero no una renuncia total a los derechos de aquellos cofrades y tampoco el final de sus desencuentros con el Consejo. Como fruto de ella, el quince de noviembre se produce un hecho trascendental. Bueno Monreal firmó un decreto que modificaba el anterior y en el que se eliminaba la palabra “nazarenos”, pero de fondo había decidido acceder a las peticiones e inquietudes de aquellos jóvenes, autorizándoles verbalmente a iniciar los preparativos para salir procesionalmente los Viernes de Dolores de cada año, después de la misa vespertina, por las calles de la feligresía y de la manera más acorde con los tiempos actuales. La hermandad nunca había reclamado como requisito indispensable la estación de penitencia a la Catedral, pero, en su defecto, sí pedía realizarla en la Semana de Pasión a otra Iglesia o lugar que se le desig­nara, vistiendo hábito nazareno. El Cardenal lamentaba los equívocos y las reservas con que el Consejo había recibido las pretensiones de aquellos co­frades, pero les apoyaba porque era consciente de los sentimientos extraordinariamente favorables con los que el barrio había acogido a la nueva her­mandad. También sabía que el párroco estaba con ellos por los frutos pas­torales que iban a ofrecer y en ello volcó todas sus esperanzas por encima de convencionalismos. Por eso, podríamos decir que el Cardenal fue a por todas, convirtiéndose desde entonces en nuestro firme y decidido protector. Él mismo apoyó que la hermandad innovara y se saliera de lo común sin complejos, no sólo en el espíritu de sus reglas, sino también en sus formas y expresiones externas. Los argumentos eran sólidos. Aquella procesión, que acababa de autorizar de manera tácita, no se la debería considerar una estación de penitencia según el sentido exacto en el que en Sevilla se la de­finen y conocen, sino más bien, habría de ser entendida como una proce­sión de hermanos penitentes a los que tampoco se les debería considerar “nazarenos” según la tradición, dado que vestirían una sencilla “sotana” para así no chocar con los rigurosos próceres cofradieros. De esa idea nació la indumentaria negra con antifaz, sin cartón y una sencilla soga de esparto anudada a la cintura, sugerencia directa del prelado, que buscó con ello im­pregnar a la nueva corporación de una austera autenticidad. Ello provocó algunas renuncias, pues los jóvenes habían proyectado originalmente algo muy distinto, con nazarenos vestidos de morado en el Cristo y de blanco y celeste en la Virgen, si bien no les importó con tal de seguir adelante.

La primera idea para la vestimenta de los nazarenos y que llegó a ser aprobada, fue vestir túnica morada en el Cristo y blanca en la Virgen. Tras la reunión con el Cardenal Bueno, se acordó definitivamente la de color negro

En definitiva, lo que se generó con todo aquel embrollo fue algo único y nunca visto con anterioridad. Ni siquiera la nueva Hermandad quedó en­cuadrada en el consejo, dependiendo en exclusiva de sí misma y de su pá­rroco, bajo el amparo y la debida obediencia a la mitra. Era algo nuevo, re­vestido de modernidad, idealizado, con un discurso de fondo que antepo­nía la esencia frente a la costumbre y las formas. Creemos que la nueva mentalidad de aquella sociedad, envuelta en vientos de reformas y la deter­minación de la curia en introducir los nuevos ideales del Concilio en Sevi­lla, propiciaron la situación. También hay que tener en cuenta que la dióce­sis estaba inmersa en la preparación del Sínodo Hispalense, con todo lo que aquello significó para la causa. Muchos consideraron que aquello era un desafío de lo nuevo contra lo viejo, un escándalo; otros, una apuesta valien­te y digna de apoyo. A pesar de las resistencias y las dificultades, todo siguió adelante y nada parecía poder parar a aquellos cofrades. Fue el principio de lo que se ha venido a definir como el “espíritu fundacional”. Un modo de hacer y de ser, que, por ser tan singular, asombró a Sevilla durante los si­guientes años.

Llegada y bendición del Santísimo Cristo

Bendición del primer estandarte corporativo por el canónigo Don José Sebastián Bandarán, apadrinando el acto la Hermandad del Museo. En ese mismo día, festividad de la Santa Cruz, se impusieron las primeras cruces de hermano.

Si bien la firma del contrato de ejecución de la nueva imagen del Santísimo Cristo de la Sed se había realizado el diez de octubre, comprometiéndose Luis Álvarez Duarte a tenerlo para antes de la siguiente Semana Santa de 1970, la realidad fue que hubo retraso y no lo pudo entregar hasta finales de julio. Ello significó que el primer quinario de la Hermandad, celebrado en cuaresma, fuese presidido por la imagen de la Santísima Virgen vestida de hebrea y que la ansiada procesión penitencial se pospusiera para más ade­lante. La Hermandad seguía pacientemente su camino de vida parroquial y fomentó la integración de jóvenes con iniciativas como el “club juvenil”, muy activo en la organización de actividades formativas y deportivas, el equipo de liturgia o el coro. Se creó la revista “Inquietudes”, precedente directo del que años después sería el boletín informativo “Hermanos”. Se organizaron los primeros cursillos de reglas y se impusieron las primeras cruces a los nuevos miembros en una fecha muy significativa, el tres de ma­yo, que por entonces era la fiesta de la Santa Cruz. Ese mismo día se bendijo el primer estandarte corporativo por el sacerdote y canónigo de la Catedral Don José Sebastián Bandarán, acto que se quiso fuese apadri­nado por la Hermandad del Museo, como muestra sincera de gratitud por los favores y apoyos recibidos.

Mientras la talla del Santísimo Cristo avanzaba en el ta­ller de Luis Álvarez Duarte, fue contratada en mayo la eje­cución un retablo para albergarlo con el afamado tallista Manuel Guzmán Bejarano, obra que pudo llevarse a cabo gracias a un importante donativo. Poco tiempo después se pudo terminar el precioso crucificado y como el taller de Duarte era pequeño, hubo que trasladarlo en hombros has­ta la casa del doctor Cobos, en la Plaza del Museo, donde fue colocado en la cruz arbórea que le realizó el tallista An­tonio Martín Fernández, para posteriormente partir hasta Nervión ya de madrugada. Era el veintiséis de julio de 1970. Los calores de aquel mes no eran los más adecuados para preparar el acto de bendición, por lo que se decidió que la imagen permaneciera en las dependencias parroquiales hasta que llegaran los cultos de la Virgen. Fue el seis de sep­tiembre, segundo día del Triduo, cuando el Cardenal Bueno Monreal procedió solemnemente a la bendición del Santí­simo Cristo de la Sed. Actuaron de padrinos los Hermanos de San Juan de Dios y concelebraron el párroco Don Ma­nuel Calero Gutiérrez; el Coadjutor Don Francisco Pérez Camargo; y los párrocos de la Candelaria y La Milagrosa. Fueron especialmente invitadas las Hermandades del Museo, Consola­ción de Utrera, Servitas, Sagrado Corazón de Jesús y Sacramental de la Parroquia, que se habían significado por apoyar a la hermandad. El co­ro de la Hermandad estrenó una misa compuesta expresamente para la ocasión por el hermano Juan Antonio Cuevas. Tras el acto, la imagen del crucificado se colocó en el nuevo retablo, que había estado presidi­do hasta ese momento por la Virgen, la cual estrenaba una preciosa co­rona dorada. Y ya cumplido el sueño de ver a las dos imágenes expuestas dignamente a la veneración de los fieles, aquellos cofrades decidieron volcar todos sus esfuerzos en un nuevo reto que no debería demo­rarse ya por más tiempo: organizar la primera procesión penitencial por el barrio en la siguiente cuaresma de 1971.

Acto de bendición del Santísimo Cristo de la Sed.
El Cristo es colocado en su nuevo altar, tras el acto de bendición

La primera procesión penitencial por el barrio

La cruz de guía justo antes de salir el Viernes de Dolores de 1971

Se puso como objetivo que al siguiente año pudieran salir las dos imáge­nes, pero las limitaciones económicas los hizo desistir, tomándose la de­cisión de que en primer lugar saliera solo el Cristo. Eran grandes los es­fuerzos que se estaban dedicando a satisfacer los pagos fraccionados al escultor Luis Álvarez Duarte y había que pensar también, sin demora, en la construcción de un nuevo paso. En un primer momento existió la pro­puesta de comprar el del Cristo de la Buena Muerte de la Hiniesta, por el que la Hermandad llegó a hacer una oferta, pero finalmente se vio más apropiado ir a por uno nuevo. Según se dijo entonces, aquellas andas debían tener unas características de “sencillez, seriedad y belleza”. Esto fue así, no porque exactamente fuese esa la idea original que hubo desde un principio, sino más bien porque la pragmática de la economía, unida a la línea de austeridad que había recomendado el Cardenal, les hizo ir por ese camino. Durante aquellas semanas se vio también la necesidad de reorganizar la junta de gobierno para fortalecerla con aquellos hermanos que habían mostrado mayor compromiso. Es entonces cuando sobresale el nombre del hermano José Luis Morón, figura que gozaba de la total confianza del párroco y que asumió el cargo de vicepresidente y por dele­gación, las funciones de hermano mayor. Destacó desde entonces por su compromiso con la idea de sacar a la Cofradía a la calle en la línea de so­briedad que el Cardenal había recomendado y fue determinante en su im­plantación. Si bien la hermandad hasta el momento había estado regida por una junta gestora presidida por Don Manuel, poco a poco se la va do­tando de mayor confianza y autonomía. La gestión administrativa se lle­vaba a cabo en una pequeña sala alquilada en un bajo de la calle Francisco Pacheco y es desde allí donde se organizan los cultos de la cuaresma de 1971 y se les notifica a los hermanos la decisión en firme de realizar la sali­da penitencial para ese mismo año, tras haber recibido las licencias ecle­siásticas. El tiempo apremiaba y había que comprometer a todos para que aquella primera procesión por Nervión fuese un éxito. Se encargaron cien túnicas, se improvisaron algunas insignias y se realizó también una sencilla cruz de guía de madera desnuda sin adornos, que fue bendecida junto al nuevo paso de Cristo en el transcurso del primer retiro de salida. Desde el primer momento se tuvo claro que el sentido de aquella proce­sión sería la visita a los más necesitados de consuelo, por ello las Reglas contemplaban la visita a los presos de la cárcel provincial y a los enfermos del Sanatorio de San Juan de Dios. Fue muy debatida la posibilidad de poner música tras el paso, pero finalmente se desestimó, aunque se con­trató una capilla musical y un pequeño grupo de cantores de la Escolanía de la Virgen de los Reyes.

Mientras tanto, el Consejo de Cofradías manifiesta al Cardenal sus du­das y preocupaciones al conocer que la hermandad había realizado nuevas túnicas y tomado la decisión de salir. Le elevan por escrito su disconformi­dad con la anunciada procesión y le ruegan sea reconsiderada su petición instando a aquellos hermanos a que fueran de paisano. Se logra la convoca­toria urgente de un pleno de hermanos mayores donde hubo división de opiniones, pero finalmente se aprueba la solicitud al prelado para que im­pidiera la salida de aquellos “nazarenos”. No hubo paso atrás. El Cardenal, fiel a su decisión, apremia a la hermandad a seguir adelante y la apoya pú­blicamente, considerando que aquella vestidura con sotana no debía ser interpretada como propia de los nazarenos, según la costumbre exclusiva de las Cofradías de penitencia.

El Cristo saliendo por primera vez de la Parroquia. Viernes de Dolores de 1971

Con todas estas dificultades y tras muchos desvelos, se convocó a los hermanos a las veinte horas del Viernes de Dolores veinticuatro de abril. No podemos ni debemos ocultar que hasta se recibieron amenazas telefó­nicas anónimas de atentar contra la cofradía, pero el diputado mayor de gobierno, Juan Muñoz Muñoz, puso sin temor la cruz de guía en la puerta de la Concepción a la hora prevista. Vino mucho público al barrio. El corte­jo estuvo formado por ciento seis hermanos repartidos en cuatro tramos, vestidos con sotana negra, ceñida a la cintura por una soga de esparto y an­tifaz del mismo color sin cartón, calzando sandalias sin calcetines. La presidencia la formaban el párroco Don Manuel Calero, escoltado por los her­manos José Luis Morón Gutiérrez y Francisco Román Amador. Junto a ellos, el claretiano Rvdo. P. Don José María Lozano; el Párroco de San Beni­to, Don José Sánchez Barahona y dos hermanos de la Orden de San Juan de Dios. Los ciriales fueron llevados por hermanos con hábitos y sin antifaz. A las veintiuna horas, el Santísimo Cristo de la Sed apareció en su paso de se­veras líneas, escoltado por sus primeros manigueteros, cuatro hermanos hospitalarios de San Juan de Dios. Fue llevado por las calles con fervor y recogimiento entre el silencio de la noche, a pesar de la pertinaz e incesan­te lluvia que hizo acto de presencia en muchos momentos. Al llegar a la cárcel, se realizó un sencillo y emotivo acto en el que participó la población penitenciaria y la dirección, uniéndose a la procesión varios altos funcio­narios del Cuerpo Celular con cirios. Después se visitó el Colegio de la Sa­grada Familia donde las religiosas ofrecieron sus cantos y unas flores. Se siguió por la calle Marqués del Nervión, pero debido a la intensa lluvia, que arreció con fuerza, no se pudo completar el itinerario fijado, regresándose al templo sin visitar el Sanatorio. Todo se desarrolló sin incidencias y den­tro de un alto espíritu de fervor, orden y silencio. Los hermanos permanecieron en los lugares designados, dando un gran ejemplo de singular espíri­tu de sacrificio y disciplina.

Fue el comienzo de aquellos inolvidables Viernes de Dolores en Ner­vión.

La primera salida de la Virgen

Preparativos y prueba real de la Virgen en el nuevo paso de palio, en proceso de realización. Las bambalinas que aparecen en la fotografía fueron cedidas por la Hermandad de las Siete Palabras.
Don Manuel Calero bendice el paso de palio
Dubé viste a la Virgen en el paso por primera vez, acompañado de las camareras

Una vez vivida con éxito la primera procesión, todos se vuelcan ya en la realización del tan deseado paso de Virgen. Antonio Dubé, reconocido ofi­cialmente como asesor artístico de la Hermandad, presenta en mayo a la Junta gestora un primer proyecto con bambalinas de figura, faldones rojos corinto, respiraderos en malla dorada y manto de color azul pavo. Se pro­mueve la rifa de un televisor portátil -verdadera novedad entonces- para recaudar fondos, con la que se consiguió nada menos que quince mil pese­tas de la época. Poco tiempo después surge la inquietud unánime de unifi­car el color del nuevo paso de palio en un azul oscuro, con la intención de no desviarse demasiado del estilo sencillo y sobrio que la Cofradía había iniciado. Se aprueba, pero no sin resistencias. Las limitaciones estéticas su­geridas por la púrpura, estaban generando algunas tensiones internas so­bre el modelo a seguir.

Durante todo aquel curso se dedicaron muchos esfuerzos en preparar la salida del paso de palio, pero no se descuidaron otros aspectos importan­tes. La hermandad había realizado unas visitas a la Cárcel Provincial, en cumplimiento de lo dispuesto en sus reglas. El coro y una representación asisten a sus fiestas patronales de la Virgen de la Merced, cumplimentando así también la invitación que con tal motivo les hiciera el director del cen­tro penitenciario. Fruto de aquella cercanía y colaboración se asume la ayuda económica a la familia de un recluso de origen yugoslavo, apadrinan­do el bautismo del menor de sus hijos, al que como agradecimiento le puso el nombre de Jesús de la Sed. El Cardenal, seguía de cerca cada movi­miento de la hermandad y mantuvo en todo momento su protección. Ello motivó que se le solicitara beneplácito para realizar un guión con su escudo y su lema episcopal, a lo que éste accedió gustosamente.

Se acercaba ya una nueva Cuaresma y la unión de todos hizo posible te­ner el nuevo paso de palio en condiciones dignas de poder formar parte de la próxima procesión, si bien habría que contar con el préstamo de algunos enseres, como las jarras y los candelabros de cola. Esto asombró a muchos, pues no era muy común conseguir tanto en tan poco tiempo; en sólo dos años se iban a poner los dos pasos de la cofradía en la calle. Tras un largo debate se aprueba que la Virgen de Consolación vaya acompañada de ban­da de música. Es curioso comprobar cómo se logró por una mayoría exigua de votos, pues muchos optaban porque lo hiciera en silencio. Sin duda, las inducidas formas de austeridad que en un principio y dadas las circunstan­cias tuvieron que ser aceptadas por necesidad, estaban calando en un im­portante grupo de hermanos, que las hicieron propias en contraposición de los primeros ideales fundacionales. El veintidós de marzo a las nueve y me­dia de la noche, tal y como se recogía en las reglas, se programó nuevamen­te un retiro de salida. Durante el mismo se procedió a la bendición del paso de palio, actuando como padrinos del mismo nuestros hermanos, los seño­res Ángel Ruiz Bulnes y María Teresa Alonso de la Florida y Casellas, Mar­quesa de Yebra. La Hermandad de Consolación de Utrera estuvo presente con su hermano mayor al frente, Salvador de Quinta, que hizo entrega de una reproducción de su imagen titular en plata de ley para colocarla en la delantera del paso.

La Hermandad de Consolación de Utrera regala una reproducción de su imagen titular, que va en la delantera del paso de palio desde su primera salida

Y ya con todo dispuesto llegó el Viernes de Dolores. La Virgen de Conso­lación aparecía vestida por su autor Antonio Dubé de Luque en su nuevo paso de palio entre los cirios y un intenso olor a claveles. Aquel hecho cons­tituyó la culminación feliz de una ansiada meta y un premio a tantos desve­los y sacrificios. El cortejo ya formado casi doblaba en número al del año anterior. Fue dirigido por el diputado mayor Don José Rodríguez Lechuga, en primer lugar hasta San Juan de Dios, penetrando la Cofradía en sus jar­dines donde quedaron los dos pasos juntos ante la fachada principal. Allí se cantaron saetas. Después se visitó la cárcel, donde nuevamente se realizó un sencillo acto ante la población penitenciaria. Durante todo el recorrido la Cofradía estuvo acompañada por una gran multitud de sevillanos, admi­rados de aquella hazaña. Se estaba luchando mucho, con ejemplar esfuerzo y verdadera vocación eclesial por obtener el sitio que en el mundo cofra­diero le correspondía ya a un barrio tan importante como Nervión. Paso a paso y con mucha paciencia se fue logrando la aprobación general.

La fusión con la Sacramental y el fallecimiento de Don Manuel Calero

Al terminar la Semana Santa, se pudo celebrar con verdadera alegría y or­gullo el éxito y la enorme dimensión que estaba adquiriendo todo. En la Feria de abril se disfrutó de una caseta propia, gracias a la generosa cesión de su titular, el hermano Joaquín de la Prida Barrera. Tanto creció la activi­dad diaria y el encuentro entre hermanos que se puso como meta adquirir un local en alquiler mayor que el que se ocupaba hasta el momento. Tam­bién el crecimiento de la nómina de hermanos evidenció la necesidad de tomar un contacto periódico con ellos, informándoles de todas las activi­dades que se organizaban. Para ello se crea el boletín informativo “Herma­nos”, título sugerente y original, impregnado sin duda de los aires postcon­ciliares y cuyos primeros directores fueron Ángel Arenas Escaso y José Carlos Caballero Aguilar.

Fruto de una inquietud que ya existía hacía meses, se inician las gestio­nes antes del verano para la fusión con la muy debilitada Hermandad Sa­cramental de la Parroquia. Esa posibilidad fue ofrecida en primer lugar por el párroco a la Cofradía del Sagrado Corazón de Jesús por respeto a su anti­güedad, pero ésta la rechazó al no poder hacerse cargo de los gastos que aquello suponía. En julio, la autoridad eclesiástica aprobó la fusión y tras la pertinente reforma en las reglas fue incluida de modo efectivo en el títu­lo en octubre. Fue algo importante, porque al fundirse las dos Hermanda­des en una sola (hay que tener en cuenta que la Sacramental era preexis­tente) se propició de manera automática la incorporación de la institución resultante en la estructura del Consejo de Hermandades.

El ocho de septiembre, nos visitó de nuevo el Cardenal para presidir la Función en honor de la Virgen. Tras ella procedió a la bendición e inaugu­ración de una nueva casa de hermandad que se había adquirido en régimen de alquiler en la calle Padre Coloma nº 81. En ese mismo mes se aprueba por unanimidad el hermanamiento corporativo con la Hermandad de San­ta Genoveva, como fruto de las estrechas relaciones entre las dos corpora­ciones y como ofrenda a la Virgen de las Mercedes en la efeméride de su Solemne Coronación, “de la que todos nos congratulamos y a la que nos unimos con filial alegría por ser Madre única, Madre de la Iglesia, rica en Mercedes de las que todos participamos”.

El diez de noviembre sucedió un hecho que causó un profundo dolor a todos, el fallecimiento de Don Manuel Calero, fundador, director espiritual y primer hermano mayor. Fue timonel, que con manos firmes supo siempre llevar a puerto seguro la “barquilla” de su hermandad y podríamos decir que con su pérdida se cerró aquella primera etapa de creación y formación de la corporación. Su papel fue fundamental para aquel proyecto, verdade­ra osadía de unos pocos jóvenes que con tenacidad y dedicación fue con­vertido en una vigorosa realidad. La hermandad nunca olvidará a Don Ma­nuel. A partir de entonces y hasta 1978, se va a abrir una nueva etapa de preparación y consolidación, en la que se trazarían nuevos horizontes y se alcanzarían más altas cotas.

Nervión va a la catedral. De la austeridad de los primeros años a la populosa Hermandad de barrio. 1979-1993

La llegada del nuevo párroco

Tras unos días vividos con verdadero sentimiento de orfandad, en enero de 1973, el recién nombrado nuevo párroco Don José Cabrera Gálvez preside por primera vez la junta de oficiales y se presenta formalmente a la hermandad. De manera deter­minante toma el mando y realiza una exposición de la nueva dinámica pastoral que desea implantar con la creación de diversos grupos de actividad parroquial, e invita a la hermandad a unirse al pro­yecto como una entidad más. Ciertamente Don José, tuvo claro sus planes desde el principio y a él se debe, por ejemplo, la introducción en la Parro­quia del “Camino Neocatecumenal”, un movi­miento eclesial, por entonces de reciente crea­ción, basado en una espiritualidad que se inspira­ba en las primeras comunidades cristianas y que resultaba ser atractivo para muchos. Sus orígenes estaban en Madrid y se encontraba en proceso de expansión por muchas parroquias de España y otros países, siendo la Concepción una de las Iglesias elegidas en Sevilla para implantar sus nove­dosas metodologías catequéticas. En aquella reunión, el párroco notificó también la próxima inauguración de la casa parroquial y su deseo de que albergara los distintos estamentos y organizaciones operantes en la Parro­quia, por lo que hace el ofrecimiento a la Hermandad para que considerara la conveniencia de trasladarse allí a pesar de que hacía muy poco tiempo de la bendición de sus nuevos locales. La junta gestora aprobó la propuesta del párroco.

Tan solo un mes después, se recibió un Decreto de Palacio, fechado el veinte de enero anterior, por el que quedaba reestructurada la junta rectora y donde aparecía definidamente y por primera vez, la figura de un hermano mayor seglar, Don José Luis Morón Rodríguez. Su enorme trabajo y dedi­cación por la hermandad le habían hecho, sin duda, merecedor de ese ho­nor, pues siempre había sido persona de la confianza del anterior párroco por su seriedad y rigor para pilotar aquellos primeros años. Sin embargo, todo parecía entrar en una etapa muy distinta a la de Don Manuel Calero y tantos cambios generaban incertidumbres y temores. La hermandad esta­ba consiguiendo una más que aceptable consolidación, pero desde aquel momento tendría que convivir con nuevas y potentes realidades en el seno parroquial. Una muestra clara de la inquietud producida por aquella situa­ción es el artículo que publicó en El Correo de Andalucía el hermano funda­dor Juan Antonio Cuevas en vísperas del Viernes de Dolores de aquel año, titulado: “El binomio parroquia-Hermandad debe ser inseparable”. En él manifiesta el dolor por el reciente fallecimiento de Don Manuel, de quien resalta “la paciencia evangélica y la entrega absoluta a una idea pastoral que nacía como comunidad cristiana de testimonio (artículo I), institución de culto (artículo II), y unión e identificación con los fines y tareas parro­quiales (artículo III). Sobre estos pilares descansan nuestras Reglas”. Al mismo tiempo arengó a aquellos que en esos momentos regían la herman­dad, sucediendo a los fundadores y que recorrían el camino en una nueva etapa: “Ellos, que sienten como nadie la irreparable pérdida de nuestro querido Don Manuel, tienen que mirar hacia adelante con ilusión renovada para que sea viva y operante la letra de unas Reglas, que nacieron como po­deroso instrumento de santificación al servicio de la Parroquia (Decreto de fundación del Señor Cardenal). No puede ni debe la Hermandad arriar la bandera de su parroquialidad”.

Lo cierto y verdad es que sabemos que la llegada del nuevo párroco fue digerida con diferencias de actitud y opinión. Tras algunas tensiones y di­misiones, el hermano Ángel Choya Calleja, muy querido y apreciado por todos, asume las funciones de Hermano Mayor brevemente, y en junio, la junta rectora aprueba la conveniencia de enviar escrito al Ilmo. Sr. Vicario de laicos solicitándole autorización para celebrar un cabildo general don­de los hermanos pudieran nombrar democráticamente una nueva junta de gobierno por considerarse que la hermandad, que ya contaba con más de mil hermanos, había alcanzado la madurez necesaria para gestionarse con autonomía. En septiembre llegaría la respuesta afirmativa, celebrándose elecciones y comenzando desde entonces un nuevo camino, ya sin la tutela directa del párroco.

Los hermanos José Luis Morón y Pepe Pardal conversan con el Cardenal ante un cuadro del párroco Don Manuel Calero

Nervión quiere ir a la Catedral como Hermandad de penitencia

El Cristo de la Sed procesionando en Viernes de Dolores
El párroco Don José Cabrera, con Joaquín de la Prida, a su derecha y Pepe Pardal, a su izquierda

Si bien los Viernes de Dolores se sucedieron hasta 1978, es a partir de 1974 con la elección del primer Hermano Mayor, Joaquín de la Prida Barrera, y la ayuda del nuevo párroco, cuando se sientan las bases de la homologación de la corporación como hermandad de penitencia y su integración en la carrera oficial. Aquellas procesiones de vísperas habían cobrado en muy poco tiempo una personalidad arrolladora y recibieron el respaldo de los sevillanos, que las percibían como un auténtico pórtico de la Semana Santa. Ello hizo que muchos dudaran sobre si realmente merecía la pena renun­ciar a tan encantadora y singular procesión por las calles de Nervión, entre el gentío que la contemplaba. Por ello hubo partidarios y detractores de la idea de ir a la Catedral.

Al margen de esta cuestión, la prioridad del nuevo hermano mayor, era consolidar a la institución como una auténtica comunidad de fe. Joaquín de la Prida era empresario conocido en Sevilla y concejal durante unos años de su Ayuntamiento. Dichas circunstancias lo hacían idóneo para in­tegrar a la corporación en los ambientes sociales de la ciudad. Como feli­grés comprometido y persona de convicciones profundas, supo ver el mo­mento que se atravesaba y lo que se hacía más importante. En una entrevis­ta ofrecida a la prensa defendía: “Vivimos un momento de consolidación después de un periodo de transición (…) la mentalidad que tiene nuestra junta de gobierno va unida a la línea pastoral de la Iglesia, pues muchos de nuestros cofrades ya eran sinodales, (…) antes que nada somos parroquia, debemos ser con ella una sola fuerza».

Si bien esa era la preferencia más absoluta, los años 1974 y 1975 van a ser definitivos para impulsar el no menos importante objetivo de realizar la estación de penitencia a la Catedral. Internamente, la decisión estaba ya tomada con nitidez y recuperaba la idea inicial de los fundadores. Se alinearon varias circunstancias que resultaron ser muy favorables. Por un la­do, patrimonialmente la Cofradía estaba completándose a gran ritmo. To­do se estaba realizando con enorme sencillez, pero ya casi no había que re­currir a préstamos y la práctica totalidad de los enseres, pasos e insignias eran en propiedad. Por otro lado, el Consejo de Cofradías vivía una nueva etapa muy diferente a la de cinco años atrás. En diciembre de 1974 los her­manos mayores habían aprobado los nuevos estatutos de esa institución, donde se redefinieron sus fines y competencias, y en abril del siguiente año se elige al primer presidente seglar, José Sánchez Dubé, emprendiéndose un camino estable y positivo que le hizo adquirir una fisonomía de organis­mo autónomo con espacio para la iniciativa propia, con todo lo que eso sig­nificaba.

En la parroquia todo empezó a rodar con normalidad. La vida cotidiana de todos los grupos se hizo cercana y fructuosa en los pasillos de aquellas dependencias llenas de vida y actividad. Don José Cabrera supo encauzar sin ninguna duda y con un éxito sin precedentes la suma de todos los recur­sos que ofrecía la diversidad de carismas. Fue así como todos empezaron a darse cuenta de que no había nada que temer. También las misas y celebra­ciones se llenaban de fieles. Los años del párroco Don José Cabrera, que no fueron pocos -veinte para ser exactos- iban a ser inolvidables para la histo­ria de la Parroquia de la Concepción.

La austeridad de los Viernes de Dolores en Nervión. Mujeres de promesa tras el paso del Cristo de la Sed

Renovación de reglas y la floreciente Semana Santa juvenil de finales de los setenta

La vida de Hermandad gozaba de un extraordinario ambiente juvenil. A la izquierda de la fotografía, con los jóvenes, el hermano fundador Francisco Román Amador

Si se quería ir a la Catedral había que proceder a redactar nuevas Reglas que normalizaran el culto externo. Si bien la fusión reciente con la preexis­tente Hermandad Sacramental de la parroquia les había integrado ipso fac­to al Consejo de Cofradías con total normalidad, a finales de 1975, tras un proceso breve, se celebra un cabildo general extraordinario donde se aprueban unas nuevas Reglas que ya recogían la incorporación a la sección de penitencia y su inclusión en la Semana Santa “en el día que se le asigna­ra”. A principios del siguiente año se remiten al Arzobispado y se abre un tiempo de espera. Paralelamente, la imagen de la Santísima Virgen es re­modelada en profundidad por su autor, dulcificando y mejorando su aspec­to. Se resuelve así una asignatura que estaba pendiente y cuyo resultado agradó mucho, tanto en el seno de la corporación como en la exigente Sevi­lla cofrade. Eran años en los que las hermandades en general vivían tiem­pos propicios. Hubo dudas sobre si los cambios políticos y sociales que comenzó a vivir el país con el fallecimiento del Jefe del Estado y la transición democrática iban a sentar bien al mundo cofradiero, pero fueron disipadas por un clima mayoritario de tolerancia religiosa que ansiaba la concordia y superación del pasado. Además, varios fenómenos novedosos van a irrum­pir en las cofradías y las van a hacer evolucionar y cambiar para siempre. La nueva sede del Consejo en la calle San Gregorio, primera de su historia y lograda por la gestión del presidente Sánchez Dubé, comenzaría a ser un verdadero foco de nuevas iniciativas que vertebrarán a las hermandades. De entre muchas de ellas, debemos destacar la fuerte irrupción de la juven­tud cofrade, que adquiere un protagonismo como nunca antes había ocu­rrido. Allí, en el Consejo, se van a convocar reuniones periódicas de repre­sentantes de los llamados “grupos jóvenes”, muy organizados, que van a fructificar en innumerables actividades de muy diversa índole y que con­vertirían a ese fenómeno en un actor relevante y decisivo por aquellos años. Ese movimiento juvenil va a dinamizar y abrir las puertas de las casas de hermandad, democratizándolas de alguna manera y generando un proceso de crecimiento de las mismas en número y en tamaño. Es precisamente en el seno de esa vigorosa vida de hermandad donde se fragua el fenómeno de los “hermanos costaleros”, una verdadera necesidad que surge principalmente tras el conocido episodio que le ocurrió a la Hermandad de la Sole­dad de San Buenaventura unos años antes, en el que una cuadrilla de profe­sionales contratados casi la deja sin su estación de penitencia tras no pre­sentarse a realizar su trabajo. Se estaban sentando las bases de la Semana Santa abierta y festiva de los 80, marco en el que serían acogidas las más in­mediatas aspiraciones de nuestra hermandad.

Pepe Pardal y el apoyo de Don José Cabrera

Pepe Pardal ante el paso de palio, entre Luis Álvarez Duarte y Antonio Dubé de Luque. Ricardo Mora, el primero de la derecha

Tras el breve mandato de tres años del anterior hermano mayor, se cele­bran nuevas elecciones y en noviembre de 1976 llega al cargo José Pardal Merino. También sería breve pero decisivo gracias a su implicación para lograr la tan ansiada incorporación a la carrera oficial. Él supo crear un cli­ma de comprensivo diálogo abierto con el Consejo que le daría importantes frutos. También fue muy insistente en Palacio, donde, como suele decir­se coloquialmente, estaba un día sí y el otro también.

Llegó el Viernes de Dolores de 1977 y en todas las conversaciones se sos­tenía ya la idea de que al año siguiente “se iría a la Catedral”. Es lógico que así se pensara, pues toda la prensa destacaba la ejemplaridad de la cofradía y la enorme cantidad de gente que asistía a contemplarla desde todos los puntos de la ciudad, provocándose en Nervión atascos de coches y bullas que no dejaban avanzar al paso de palio. ¿Y qué podría decirse ya en con­tra de todo aquello? La prensa nos apoyaba cada vez más, el diario ABC nos dedicó su portada y el Cardenal, como siempre, estuvo ahí, firme, celebran­do la misa previa a la procesión ante los pasos procesionales, un privilegio que nunca olvidaremos. Resaltar que a partir de aquel año comenzó a vivir­se un cierto relajamiento musical, interpretando la banda de Soria la mar­cha “Pasan los Campanilleros”, algo inédito hasta entonces en aquel corte­jo tan sobrio.

Se hizo larga la espera, pero la hermandad siguió preparándose. A fina­les de año ya tenía decidida la reforma en la indumentaria de los -ahora sí-nazarenos. Si bien llegó a aprobarse colocar una capa roja sobre el hábito negro, al final se inclinaron por el color blanco, que es el que litúrgicamente representaba el carácter sacramental de la Cofradía y que aludía también a la Resurrección del Señor. En ello influyó también la opinión personal del párroco Don José, partidario de esa opción. Su implicación y apoyo fue, desde luego, muy importante. En las conversaciones previas del Consejo con la hermandad, preparatorias para la incorporación a la Semana Santa, se había barajado la posibilidad de incluirnos en la nómina del Sábado San­to, algo a lo que Don José se negó con rotundidad, sosteniendo: “No con­sentiré que una institución de la parroquia esté en la calle mientras todos sus feligreses estamos celebrando la Vigilia Pascual”. Por ello, debemos afirmar sin temor a equivocarnos que es a él y a Pepe Pardal, con aquella junta de gobierno de los inolvidables Angel Choya, Almansa, Rodríguez Lechuga, Caba Lora… y otros muchos, a quienes debemos nuestra entrada en el Miércoles Santo.

El pectoral del Cardenal y los preparativos del primer Miércoles Santo

Hubo un Viernes de Dolores más, el de 1978, pero iba a ser el último. Al lle­gar el Cardenal Bueno Monreal a presidir la misa ante los pasos, para sor­presa de muchos, ofrenda su cruz pectoral a la Virgen de Consolación. No fue un gesto cualquiera. Aquella cruz era, nada menos, que la de su consa­gración como Obispo de Jaca, su primer destino en el ministerio episcopal y también la que llevó durante las sesiones del Concilio Vaticano II, en las que estuvo presente. En esa ofrenda y en ese gesto de desprendimiento, iba entregada toda su carrera de sacerdote y obispo a la Virgen, Madre de la Iglesia. Creemos que simbolizó el culmen de su apoyo a la Hermandad de Nervión, a la que tanto protegía. No en vano, Don José María llegó a decir en ámbitos privados que la Sed era “su hermandad”. “La suya”, llegaba a decir años después, golpeándose en el pecho, ya enfermo y sin poder ha­blar, al contemplarla pasar desde su balcón del Palacio arzobispal los Miér­coles Santos.

Tras casi una década de espera, en el mes de octubre de 1978, son aproba­das las nuevas reglas como hermandad de penitencia, que ya recogen por fin la ida a la Catedral. La junta de Pepe Pardal, trabajó a destajo desde en­tonces para que todo pudiera llevarse a efecto al siguiente año y en buen entendimiento con el Consejo, apuestan con firmeza por el Miércoles San­to, algo que se logra para satisfacción de todos, cumpliéndose así una as­piración de los fundadores que siempre habían soñado con ese día. En no­viembre se remiten horario e itinerario. Con confianza se sostenía el argu­mento de que el recorrido total iba a ser kilométricamente inferior que el de las Hermandades del Tiro de Línea y San Gonzalo, y prácticamente equivalente al del Cachorro, por lo que nada podría salir mal. Fue un verda­dero paso adelante para todos pero también dejaba al barrio sin sus queri­dos Viernes de Dolores. Por ello se aprueba, con muy buen criterio, realizar en ese día un Vía Crucis con la imagen del Santísimo Cristo para que las ca­lles de Nervión no quedaran huérfanas de su querida devoción en ese día tan especial.

Durante aquellos meses se vivieron semanas de preparativos con verda­dera euforia y nervios. Las actividades culturales, deportivas y las obras asistenciales no cesaron, dentro de la pujanza juvenil que vivía la herman­dad. Al mismo tiempo se comenzó a forjar la primera cuadrilla de herma­nos costaleros que asumirían el encargo de llevar a su Cristo hasta la Cate­dral, y a los pocos años, portar a la Santísima Virgen dentro del ambiente general que se vivía en todas las hermandades y cofradías respecto a ese novedoso fenómeno.

El Cardenal Bueno Monreal con el pectoral de su primera consagración como Obispo. Palacio Arzobispal de Sevilla

Camino de la Campana, la venia y la llegada a la Catedral

El contexto histórico de la Semana Santa que recibió a nuestra herman­dad fue el de la llegada al papado de Juan Pablo II, la España de la Transi­ción y su proceso constituyente de 1978. Con sus incertidumbres, el país se adentraba ya definitivamente en un nuevo tiempo. En Sevilla las rela­ciones del primer ayuntamiento democrático del alcalde Luis Uruñuela y las Hermandades lideradas por el solvente cofrade José Sánchez Dubé, no podían ser mejores. El ejemplo más elocuente fue la cesión de la ex­plotación de los palcos a las Cofradías, dando así fin a la secular y siempre controvertida subvención municipal y ofreciendo, desde entonces una próspera etapa, absolutamente diferente a todas las anteriores en el ám­bito económico, que iban a permitir en gran medida la autofinanciación de las procesiones y con ello la posibilidad de abrirse a nuevas activida­des formativas y de acción social, dando como resultado un auténtico re­planteamiento de la vida de las hermandades tanto en el interior (casas de hermandad, formación, juventud, patrimonio…) como en el exterior (obras sociales y formativas).

Con tan próspero horizonte, los hermanos mayores de las Hermandades del Miércoles Santo y la junta superior del Consejo, visitaron Nervión el Viernes de Dolores de 1979. Nuestra Hermandad les había invitado a portar a hombros al Cristo de la Sed, en su primer Vía Crucis por las calles del ba­rrio, que desde entonces y hasta nuestros días, con la excepción de un pa­réntesis que duró algunos años, se va a consolidar como el gran acto piado­so que abre la Semana Santa para todos los hermanos.

Y al fin llegó el tan ansiado Miércoles Santo

Había nervios y nuestro querido Cardenal, como siempre, vino durante la mañana a ofrecer apoyo a la hermandad. Con enorme ilusión y el em­peño de no defraudar, la cofradía se puso puntualmente en la calle a la una y media de la tarde, ante la expectación de muchísimo público, que asistió curioso a la salida para contemplar la novedad. A lo largo de la larga travesía hasta la Catedral, muchos preguntaban a los jóvenes na­zarenos desde las aceras:

-¿Desde dónde venís?
– Desde la Gran Plaza.
-¡Qué lejos! -les decían, recogiendo miradas de asombro y admiración por el gran esfuerzo.

Las Hermandades que tenían sus templos a lo largo del recorrido salie­ron con los estandartes a sus puertas a dar la bienvenida a la nueva corpora­ción y al llegar a la Campana, el diputado mayor de gobierno, Juan Muñoz, declamó la tan esperada venia ante la atenta mirada de algunos fundado­res, cofrades y medios de comunicación. El joven cortejo de nazarenos continuó avanzando hasta la Plaza de San Francisco con sus blancas capas, donde fue recibido por vez primera por los ediles de la ciudad, para des­pués seguir por la avenida hasta adentrarse bajo las inmensas y tan ansia­das bóvedas de la Catedral. Allí se elevaron, a través de la megafonía, las oraciones que se prepararon. Todavía nos parece escucharlas, entrecorta­das en el silencio catedralicio por el eco del rachear de los pasos, los golpes secos del llamador y el tañido de la flequería del palio sobre los varales.

Por primera vez, camino de la Catedral.

(ORACIÓN MUSITADA EN LA PUERTA DE LOS PALOS)

Todo se había cumplido. Permitidme que, ante los inmaculados ojos azules de Santa María de Consolación Madre de la Iglesia, detengamos por un momen­to este relato. Lo hago, justo en este punto, para que recemos juntos, contem­plando el palio azul de nuestra infancia, profundo y oscuro como una noche de Viernes de Dolores, con los zancos arriados, justo antes de salir por Palos y con ese olor que desprendían aquel día sus claveles recién cortados. La cande­lería parece quemarnos la cara con el calorcillo de la ardiente cera encendida. Desde allí, elevamos la mirada al balcón de Palacio y elevamos una oración por el Cardenal. Su cruz iba con nosotros, sobre el pecho maternal de la Vir­gen y con ella todo el patrocinio que nos brindó. Tan solo dos años más tarde caería enfermo, falleciendo pocos años después. Pero nunca la Hermandad va a olvidar como nos contemplaba desde aquel balcón, junto a las religiosas que lo cuidaban y alguno de nuestros hermanos, que le subían un ramo de flores, como muestra del enorme cariño que le tenían. A Bueno Monreal le debemos mucho de lo que somos. Esta oración va por él y también por el alma de aque­llos hermanos que ya no están con nosotros y que tanto lucharon para que la Hermandad cumpliera sus anhelos, de ir a la Catedral y todo lo que vino des­pués, a lo largo de estos cincuenta primeros años recién cumplidos. A los pies de la Giralda, miramos al cielo: Padre nuestro…. Dios te salve María…

La Junta Gestora y el año de la 'caló'

La Virgen bajando el “puente de la Calzá”

En los ochenta, la Semana Santa en general vivía años algo desenfadados en lo relativo a las procesiones. No es que este fuese un fenómeno nuevo ni mucho menos, – famosos son los desencuentros seculares entre la curia y los cofrades por este asunto -, pero la alegría popular y festiva que caracte­rizó aquella década, principalmente en las hermandades de capa, fue sin lugar a dudas singular. Probablemente estaba inducida, de un lado, por el creciente y confortable desahogo económico que empezaban a gozar las hermandades, fruto de la autogestión de las sillas de la carrera, como ya hemos dicho anteriormente y de otro, por el reinante ambiente democrático que comenzó a impregnarlas en todo, muy distinto al de aquel mundo de burgueses bienhechores de antaño, dueños y señores de sus cofra­días o de los tiempos de Segura en que los próceres de la Comisión, perseguían y castigaban los desórdenes con fuertes sanciones económicas. En lo estético, aquel cli­ma liberal se tradujo en exuberantes arreglos florales para los pasos y en movidas composiciones musicales tras ellos, hechas a la medida del andar de los hermanos costaleros, que a partir de entonces se erigieron en los grandes protagonistas. Nos atrevemos a decir que quizá también influyó el fuerte sentimiento de identidad an­daluza que se vivió por entonces, tras los acontecimien­tos políticos que habían desembocado en el Estatuto de autonomía de 1981, experimentándose un periodo de exaltación y total identificación con lo local, que tuvo su ejemplo más palpable en la ingente cantidad de casetes y discos de sevillanas y marchas procesionales que se editaron, reflejo del gran auge que vivían las denominadas “fiestas prima­verales” andaluzas.

En lo referente a nuestra corporación la década no comenzó bien, a pe­sar de haberse vivido acontecimientos históricos tan importantes. Por pro­blemas internos, la junta de gobierno cesa en diciembre de 1979 y la jerar­quía eclesiástica interviene nombrando una gestora, que sería presidida por el hermano Juan Muñoz Muñoz, anterior diputado mayor de gobierno y director del cercano Colegio Pio XI. Envueltos en aquel régimen de pro­visionalidad, se encararon los siguientes dos años con el objetivo de sere­nar los ánimos hasta una nueva convocatoria de elecciones, que llegaría a principios de 1982 y en la que sería elegido nuevo hermano mayor José Ca­rrascosa Sancha.

Aquellos dos años de la gestora significaron un periodo de transición corto pero que lo cambió todo. Hay que tener en cuenta que bajo aquella situación de excepcionalidad se efectuaron dos estaciones de penitencia a la Catedral, 1980 y 1981, en los que la cofradía experimentó recorridos dife­rentes y trató de adaptarse a una procesión radicalmente distinta a la que hasta entonces había venido realizando por las acogedoras calles del ba­rrio. Pero si hubo un año para no olvidar, ese fue el de 1980, muy conocido entre nuestros hermanos como “el año de la caló”. Aquella segunda expe­riencia de ir hasta la Catedral iba a resultar muy distinta de la primera. Si bien en el año anterior se había gozado de condiciones meteorológicas óptimas, con temperaturas agradables y algunas nubes en el cielo, en ese fa­moso año fue precisamente todo lo contrario. Los termómetros superaron los cuarenta grados y el sol cayó a plomo sobre un castigado cuerpo de na­zarenos, que soportó la situación como pudo. Algunas calles contemplaban solitarias a la hermandad, que avanzaba a duras penas por las sinuosas ca­lles del centro. Los cirios, reblandecidos, se curvaban y hubo lipotimias que mermaron notablemente el cortejo. Pasada la Semana Santa, aquello signi­ficó un punto de inflexión y un replanteamiento serio sobre la idea del ca­rácter que debía tener la Cofradía en la calle. Ciertamente, la contempla­ción del Cristo de la Sed, en silencio, entre la oscura arboleda del barrio en los Viernes de Dolores, había resultado algo ascético y maravilloso que in­vitaba al recogimiento y la oración. Pero las nuevas condiciones del Miér­coles Santo, con grandes tramos de recorrido entre enormes avenidas y a pleno sol, parecían borrar todo lo anterior y por ello comenzó a tomar peso la necesidad de recuperar la idea fundacional de ser una Cofradía neta­mente popular y de barrio, que pudiera sobrellevar mejor aquella nueva realidad. De todos modos, a esta conclusión no se llegó sin resistencias in­ternas. El editorial del boletín “Hermanos”, publicado en septiembre de aquel año defendía vehementemente: “Afianzado (…) de forma tan positi­va nuestro culto externo, se refleja ya un sello que caracteriza y personaliza a nuestra hermandad. En efecto, hay un gran contraste que impresiona a los que la ven discurrir por las calles de Sevilla: la seriedad absoluta y el ejemplar recogimiento con que portan nuestro Cristo – SIENDO LA ÚNI­CA COFRADÍA DE BARRIO QUE LO LLEVA DE ESTA MANERA-, con la alegría sevillana, que luce nuestro paso de palio. Este contraste es la nota que da carácter a nuestra hermandad y le imprime su propio sello entre las restantes 54 hermandades de penitencia. Mientras que podamos y haya costaleros que puedan llevar a nuestro Cristo sin música, deberá ir de esta manera”.

Pero nada pudo parar el destino. El hecho que reflejó de una manera más clara la necesidad de cambio se produjo a la vuelta de la estación de peni­tencia de 1982. Al llegar al barrio, a la altura de la calle Manuel Casana y justo antes de visitar el Sanatorio de San Juan de Dios, los hermanos costa­leros del paso de Cristo mostraban un desgaste físico importante. La jorna­da había sido calurosa, la cuadrilla había sufrido bajas y fallaban las fuer­zas. Ante tal panorama, el diputado mayor de gobierno con la anuencia del hermano mayor, decide colocar la banda de la cruz de guía tras el paso del Santísimo Cristo, siendo acompañado por sus cornetas y tambores hasta la entrada, aliviándose así el penoso sobreesfuerzo que sufrieron los herma­nos costaleros. Fue una necesidad, pero también un experimento. Que gus­tó y convenció a muchos. El Cristo de la Sed ya nunca más volvería a proce­sionar sin música.

El giro popular. Carrascosa, Rojas y Dubé

El hermano mayor Pepe Carrascosa junto a los hermanos de San Juan de Dios. A la derecha el Prior Antonio Murillo Benítez
Última puntada del techo de palio. El párroco Don José Cabrera junto a miembros de la junta de gobierno con sus esposas.

Ricardo Mora Cárdenas, con la ayuda de Manolo Rojas, le puso las prime­ras velas “rizás” a la Virgen de Consolación en la Semana Santa de 1980. Procedían del palio de la Hiniesta, que aquel Domingo de Ramos no había podido salir por causa de la lluvia. Dadas las circunstancias y las buenas relaciones existentes, se atrevió a pedirlas a los de la Hermandad San Ju­lián, y estos se la cedieron amablemente. Todo se hizo entre prisas, durante el Lunes y el Martes Santos. Juan Muñoz, compró además otras más pe­queñas en una cerería gracias a alguna donación y fueron distribuidas por la candelería para completar el conjunto. Con aquel gesto, aparentemen­te insignificante, se prefiguró lo que habría de venir en los siguientes años, ya que desde entonces la hermandad va a experimentar una imparable transformación estética hacia lo popular que la va a dejar prácticamente irreconocible.

La llegada de la nueva junta de gobierno de Pepe Carrascosa, generó un ambiente de optimismo y unas enormes ganas de emprender. Entre las pri­meras decisiones estuvo la de contratar una banda de música para acompa­ñar el paso de Cristo, cambio que, como hemos dicho, se haría definitivo. En muy poco tiempo, aquellos hermanos se volcaron en una auténtica re­volución patrimonial, realizándose nuevos proyectos para los respiraderos y bambalinas del paso de la Virgen, en la línea del palio de malla, con carác­ter alegre y sevillano, que siempre había defendido Antonio Dubé y que, dado el cambio de mentalidad y la contagiosa moda imperante de la Sema­na Santa festiva de los ochenta, ya no obtuvo prácticamente ninguna resis­tencia. Fue un tiempo de gran identificación de la hermandad con el barrio y sus vecinos. La cuadrilla de hermanos costaleros se va consolidando, creándose también la del palio, bajo la responsabilidad de Federico Gonzá­lez Artillo, consiliario e inolvidable peluquero del barrio, que tenía su ne­gocio frente a la Iglesia. Fueron tiempos en los que las tertulias cofrades de Nervión se polarizaron fundamentalmente en dos establecimientos em­blemáticos y muy queridos: la peluquería de Federico y la Bodega Rojas, en la calle Mariano Benlliure.

A Pepe Carrascosa, le debemos un gran acercamiento de la hermandad a la Orden de San Juan de Dios, con la que tendió importantes puentes de colaboración. Se debió también, en gran medida, al paso por la casa de la avenida de Eduardo Dato de su carismático prior Antonio Murillo Benítez, ­a cuya iniciativa se debe la donación y bendición de una nueva insignia con el escudo de la Orden hospitalaria, que desde entonces forma parte del cor­tejo de nuestra estación de penitencia. Tampoco es casualidad que el pri­mer pregón de nuestra hermandad, que por entonces comenzó su periplo, se pronunciara en el salón de actos del hospital, que tam­bién empezó con la costumbre de ofrecer un suculento de­sayuno a los hermanos costaleros la mañana de cada Miér­coles Santo, algo que se ha mantenido hasta la actualidad.

La vida de hermandad se nutría de diferentes iniciativas como el coro, que amenizaba los cultos con sus cantos va­riados, que iban desde los más ortodoxos, al Rosario por se­villanas. También se creó un taller de bordados propio, donde hermanas y camareras realizaron diversos trabajos bajo los diseños y dirección del prioste Ricardo Mora. Tanta actividad hizo pequeñas las dependencias de la Parroquia, donde crecía la vida diaria de la hermandad, sostenida fundamentalmente por un extraordinario ambiente juvenil.

En otro orden de cosas, creemos que entre tanto avance patrimonial y el complejo giro de carácter que la cofradía estaba experimentando, subyacía de algún modo una verti­ginosa crisis, dado que la hermandad estaba formando un nuevo ser, al menos en sus formas externas, y se necesitaba tiempo para que fuese aceptado y digerido, tanto interna­mente como por la Sevilla cofrade. Entendemos que esto fue igualmente percibido por los medios de comunicación locales, que nos trataban con cierta conmiseración al obser­varnos con nuestras dificultades y bisoñez. Algunos enun­ciados de la prensa titulaban: “La Sed mitigó su extremado ascetismo de los años fundacionales para abordar la com­pleja aventura de llevar dos pasos desde la Gran Plaza hasta la Campana” o “Sevilla se asfixió al paso de la Hermandad de la Sed”. El propio Francisco Gil Delgado, canónigo de la Catedral, muy influyente entre sus lectores de ABC, senten­ciaba: “Ya no hay componendas. Es el calidoscopio de las Cofradías. La Sed, sedienta de Carrera Oficial -hasta que lo consiguió, humildemente terca- empeñada en poner una nota capillita en los núcleos de las urbanizaciones. Con su Virgen de los ojos azules. Parece que después de la Sed hay que escribir el “non plus ultra”. Esta visión conservadora -una especie de “hasta aquí hemos llegado”- reflejaba las dificultades que tuvo que atrave­sar nuevamente nuestra Hermandad para ser aceptada, principalmente entre los sectores más conservadores, que volvían a cuestionar con fuerza la idoneidad de aceptar a las noveles hermandades de los barrios en la Se­mana Santa.

Pero la hermandad fue perseverante. Los estrenos siguieron transfor­mándola en la calle, destacando el paso de palio, que en 1986 ya lucía sus bordados, prácticamente finalizados. Igualmente, tras dos experiencias muy negativas con las bandas de música que acompañaron a la Virgen, en ese año se produce la contratación de la Banda de la 40 Brigada de Socorro de la Cruz Roja de Sevilla, que inauguraría una larga etapa de desatado ar­dor musical, muy acorde con los gustos y modas de aquel momento. Aque­lla Hermandad popular y de barrio, en la que nos convertimos en muy poco tiempo, fue encarnada de modo sobresaliente por la figura de Manolo Rojas, que desde su bodega y su generoso compromiso, que nunca podremos agradecer suficientemente, vertebró como nadie las voluntades de los ve­cinos, a los que seducía con rifas, lotería y todo lo que se le ocurría, en bene­ficio de los numerosos proyectos patrimoniales que se llevaban adelante, ideados por el trepidante lápiz de Antonio Dubé de Luque.

El mandato de Pepe Carrascosa fue largo al convertirse en el primer her­mano mayor renovado en el cargo. El principio de aquella segunda etapa se vio marcado por el triste fallecimiento del capataz Federico González Arti­llo, pérdida muy sentida por todos. Fue sucedido en sus funciones por su hijo, Federico González Martell. De aquellas jóvenes e influyentes cuadri­llas de hermanos, surgen las primeras inquietudes para la radical transfor­mación del paso de Cristo, al que algunos consideraban que ya tocaba aten­der, dada la casi exclusiva dedicación que se había ofrecido últimamente al de la Virgen con tantos estrenos. La junta de gobierno aborda el proyecto y se pone como objetivo ir a por uno nuevo. El hermano mayor declara en prensa: “La Sed quiere ser una hermandad digna, pero sin lujos (…), ya po­demos decir que estamos visitando talleres (…), en cualquier caso, éste será el último año que salga a la calle la actual canastilla, ya desvencijada y muy deteriorada. El conjunto actual quedará como hasta el momento y nunca se añadirán nuevas figuras, como el romano del que tantas veces se ha habla­do. Los pequeños añadidos que se habían realizado en aquella sencilla ca­nastilla original, con cartelas repujadas y figuras de bronce, entre otras aportaciones, ya no se consideraban suficientes y por ello se toma la deci­sión de ir a por algo distinto. Como era previsible se abren dos opciones: hacerlo en madera oscura para no desviarse demasiado de lo que ya existía o ir con valentía a por uno dorado. La junta de gobierno nombra dos comi­siones, una artística y otra económica, que se encargan de poner en marcha el proyecto. Antonio Dubé, incontestable asesor artístico, presenta en unas cuartillas dos ideas abocetadas. En ambas los pasos llevaban candela­bros de guardabrisas, uno concebido para realizar en madera oscura, de corte clásico y serio y el otro, más atrevido, con un doble canasto -uno salía del interior de otro- con sinuosos candelabros derramados sobre ella, sos­tenidos por arcángeles (estos dibujos, desgraciadamente, se encuentran desaparecidos). En octubre de 1987, tras someterlo a un multitudinario ca­bildo general, los hermanos aprueban un proyecto definitivo, en dorado, dibujado por el tallista Manuel Guzmán Bejarano, quien lo ejecutaría final­mente y que recogía algunas de las principales ideas de Dubé. Para llevar a cabo tan importante empresa y recaudar fondos, se aprueba una cuota ex­traordinaria y se realizan distintas iniciativas entre las que destacó la tóm­bola que se celebraba en la, por entonces, recuperada Velá del barrio, insta­lada en Marqués de Pickman, entre un extraordinario ambiente vecinal.

No podemos dejar de reseñar tres acontecimientos importantes que se produjeron también en aquellos años. El primero, la ordenación sacerdotal del hermano fundador Cristóbal Jiménez Sánchez, que empezó a ejercer como coadjutor de la parroquia; el segundo, la creación del primer cuerpo de acólitos propio de la hermandad en la Semana Santa de 1987, que tan buenos frutos iba a ofrecer en el futuro y el tercero, ese mismo año, el tristí­simo fallecimiento del Cardenal Bueno Monreal, de quien el hermano ma­yor, al conocerse la noticia dijo: “Hemos perdido un auténtico padre”. S.E.R. muere en agosto y al mes siguiente la hermandad instituye en su me­moria una beca para sufragar los estudios a un seminarista. Debemos pen­sar que Don José María nos siguió protegiendo desde el cielo, pues benefi­ciados por ella pudieron ordenarse sacerdotes dos de nuestros jóvenes hermanos a los pocos años. Con aquella importante e irreparable pérdida e inmersa en el proceso de creación y talla del paso del Santísimo Cristo de la Sed, que fue estrenado en 1990, nuestra hermandad cerró un ciclo para abrir otro, en el que siguió avanzando firmemente, como veremos más ade­lante, en una nueva idea de cofradía que ya no tendría vuelta atrás.

La Virgen de Consolación sale por la puerta de la Concepción entre velas rizás”.
El Cristo de la Sed camino de la carrera oficial en 1983

Consolidación y madurez. Una elegante cofradía según Nervión. 1994-2019

La Sevilla esperanzada de la Expo 92 y la primera casa de hermandad en propiedad

Manuel Guzmán Bejarano dedicó dos años a devastar con su gubia la gran­diosidad neobarroca del paso del Cristo de la Sed, verdadero retablo andan­te. Paralelamente, muy cerca de su taller de la bonancible calle Guadalquivir, se construía frenéticamente la gran promesa que debía incorporar a nuestra ciudad, por fin, a la modernidad: la Exposición Universal de 1992. Aquella Sevilla, para muchos tan tradicional y tan encerrada en sí misma hasta en­tonces, iba a recibir nada menos que 41.000.000 de visitas del exterior y, con todo ello, un baño de universalidad que la iba a situar en el mapa global. Fue un sueño, algo ilusionante para muchos, pero para otros sevillanos de a pie, aquellas faraónicas obras les vinieron a traer un puesto de trabajo y una transito­ria prosperidad económica que les hizo olvidar, al menos durante unos años, el acuciante paro estructural que sufría la sociedad española y andaluza. En nuestra Hermandad, aquella coyuntura de desahogo favorable para tantas familias, facilitó un clima de generosa colaboración. Manuel Rojas González, que ocupó el cargo de hermano mayor entre los años 1990 y 1995, abordó con decisión tras tomar posesión, la gran necesidad que había generado la llega­da del nuevo paso de Cristo: un lugar donde guardarlo con las debidas condi­ciones de conservación. Para ello, con la anuencia del cabildo general, logra financiación para edificar una casa-almacén en un solar de la calle Valeriano Bécquer y al mismo tiempo promueve una campaña denominada “Opera­ción 400 hermanos”, que tuvo como objetivo recabar fondos mediante cuo­tas voluntarias y así poder paliar los gastos. Hermanos electricistas, fontane­ros o albañiles, oficios en auge por entonces gracias a las florecientes obras en toda la ciudad, prestaron también su tiempo y aptitudes de manera desin­teresada. En diciembre de 1991, tan solo un año después, se pudo inaugurar con toda solemnidad la nueva casa por el Arzobispo de Sevilla, Don Carlos Amigo Vallejo. Fue el primer inmueble en propiedad que tuvo la Hermandad en su historia y resolvió, de una vez por todas, el constante peregrinar que había sufrido el anterior paso por diversos locales y almacenes dentro y fue­ra de nuestro barrio.

Otra actuación importante que se realizó en aquellos primeros meses de mandato fue la restauración de la Santísima Virgen. Según una nota en­viada a los hermanos: “a fin de arreglar los pequeños daños que por el trans­curso de los años ofrece, así como someterla a trabajos de consolidación y conservación general”. Sin embargo, la vuelta de la imagen en septiembre de 1991, provocó no pocas controversias, dado su considerable cambio de aspecto, lo que generó opiniones dispares.

El paso de Manuel Guzmán Bejarano en 1991, todavía sin dorar
El Arzobispo Don Carlos Amigo Vallejo junto a miembros de la junta de gobierno el día de la bendición de la Casa de hermandad de la calle Valeriano Bécquer

La llegada del párroco Don Fernando Isorna y el XXV aniversario fundacional

Función solemne conmemorativa del XXV Aniversario fundacional
Procesión extraordinaria por el XXV Aniversario fundacional

La Hermandad, gradualmente, comienza a hacerse más social en estos años. Lo decimos no porque antes no fuese una entidad abierta y operativa en su entorno, que lo era, sino más bien porque a partir de la presencia y acción continua de la institución en el barrio, su área de influencia se va a hacer más activa y efectiva trascendiendo los muros de la Parroquia de un modo más evidente. Un ejemplo de ello vino con la llegada del joven José Miguel Verdugo Rasco al cargo de la diputación de cultos, el cual además de potenciar con gran éxito el cuerpo de hermanos acólitos, promovió dos oportunísimas recuperaciones: el Via+Crucis con la imagen en andas del Cristo cada Viernes de Dolores -no se hacía desde 1979- y la Procesión Eu­carística de junio, la cual no fue retomada en 1972 cuando se produjo la fu­sión con la Hermandad Sacramental. Estas iniciativas favorecieron una creciente participación de feligreses que veían pasar ante sus casas aque­llas procesiones, lo que les disponía a organizarles un buen recibimiento. Por ejemplo, con la ayuda de la hermandad se preparaban los rezos de las estaciones desde sus balcones o se instalaban bellísimos y elaborados alta­res en sus fachadas. O con otras actividades como la “Operación carreti­lla”, donde jóvenes y mayores salían a la calle con pancartas y carritos de obra en los días previos de Navidad llamando la atención de los vecinos pa­ra que aportaran alimentos y donativos para los más necesitados. Aquel cli­ma de apertura y cercanía al barrio iba a tener su punto álgido en la enorme actividad que generaron los actos del ya inminente XXV aniversario fun­dacional. Precisamente, en medio de aquellos preparativos, se produce el relevo por enfermedad del párroco Don José Cabrera. Aquel cura, que trajo un espíritu de vida parroquial estructuralmente abierta y colaborativa, se tuvo que retirar de la primera línea por su delicado estado de salud. Con su marcha se fue también gran parte de la cohesión que logró, como veremos más adelante.

La llegada como nuevo párroco de Don Fernando Isorna Jiménez, tam­bién delegado diocesano para las Hermandades y Cofradías en el Arzobis­pado, va a traer un enfoque muy distinto al vivido hasta ese momento. Con él, ya siendo director espiritual, se celebraron los actos conmemorativos de los primeros veinticinco años de vida de la hermandad, que fueron muy numerosos. Cartel, pregón, conciertos y diversas actividades, jalonaron el día a día de aquel año de 1994. Sería interminable detallar aquí todo lo que aconteció, pero debemos resaltar que supuso un verdadero estímulo de di­namización que atrajo a muchos hermanos. El pregón de Javierre, que un año antes había pregonado la Semana Santa de la ciudad; la procesión extraordinaria del Corpus con la custodia cedida por la querida Hermandad de San Bernardo; la Procesión extraordinaria de la Santísima Virgen bajo palio por las calles del barrio; o la nominación de la calle de la Parroquia con el nombre del Cristo de la Sed, fueron los puntos cumbres de aquella celebración que abrió la hermandad al barrio y a toda Sevilla.

Los desconcertantes años 90. La frustrada capilla propia y la nueva casa

 A medida que nos vamos acercando a la actualidad, nuestro relato se hace más difícil. Plantear y analizar los hechos ocurridos hace tan poco tiempo, con un mínimo de objetividad, es un empeño prácticamente imposible. Se necesita una mínima perspectiva para entenderlos y poder trazar sus perfi­les con una buena fundamentación, máxime cuando quien escribe estas lí­neas estuvo allí. Por tanto, es algo que en el futuro le deberá corresponder a otros y por ética me ceñiré prudentemente a la exposición general de los hechos, evitando en la medida de lo posible la exposición de conclusiones. Sugiero remitirnos a la cronología que con tanto acierto ha realizado nues­tro hermano Miguel Villalba Calderón, en otras páginas de este libro.

Diversos vaivenes van a sacudir la Hermandad tras las celebraciones del XXV aniversario fundacional. Por un lado, las elecciones a hermano mayor, que se van a celebrar por vez primera con la concurrencia de dos candidaturas y en las que saldría elegido Francisco Jiménez Bejarano. El nuevo hermano mayor, con una junta de gobierno que se significaría por su juventud, trazó unos objetivos ambiciosos y fomentó algunas reformas tan necesarias como oportunas. Entre las más significativas están las del reco­rrido de la cofradía en lo referente a la visita al Hospital de San Juan de Dios, que va a comenzar a realizarse desde entonces justo después de la sa­lida, en el camino de ida a la Catedral, evitándose así las molestias que pro­ducía a los enfermos nuestro ruidoso pasar a altas horas de la noche. Tam­bién fue promovida una profunda renovación de las reglas que hizo digerir nuevas realidades, si bien vino a suponer en la práctica un distanciamiento de la valiosa redacción original tan influenciada de los textos conciliares. De entre todo, destacamos la aprobación para que nuestras hermanas pu­dieran salir como nazarenas, pues hasta entonces y por razón de costum­bre no habían podido hacerlo. Otros hechos importantes fueron los actos del XXV aniversario de la bendición del Santísimo Cristo, cuyo evento más señalado se produjo en la casa de la calle Aguiar donde Luis Álvarez Duarte lo tallara y en cuya fachada se descubrió una placa con­memorativa. También debemos recordar la ofrenda de la corona de plata a la Santísima Virgen que se hizo gracias a una suscripción popular liderada por el anterior hermano ma­yor, Manolo Rojas, o el hermanamiento con la Hermandad de Santa Genoveva, que además de acercar a las instituciones, produjo impor­tantes frutos en el campo de las obras asisten­ciales y de pastoral penitenciaria.

Pero si hubo un hecho especialmente rele­vante, que a todos desconcertó por completo, fue el recibimiento en junio de 1995 de un es­crito firmado por el Vicario general del Arzo­bispado disponiendo “el próximo desalojo de las dependencias de la casa parroquial que hasta el momento venía ocupan­do la hermandad, para acomodarla debidamente a las exigencias de las múl­tiples actividades parroquiales”. Si bien es cierto que la hermandad ya con­taba con una casa propia y el nuevo párroco quiso hacer uso de la totalidad de los salones y dependencias, aquello no sentó nada bien a la junta de go­bierno y abrió una importante crisis que hizo que la hermandad recurriera a altas instancias eclesiales. Tras diversas reuniones e intentos de que se recti­ficara, Palacio contestó al recurso reafirmándose en la decisión, algo que la Hermandad aceptó con espíritu cristiano, lo mejor que pudo.

Fue un antes y un después para la Parroquia y para las hermandades. Lo decimos en plural porque la cofradía del Sagrado Corazón de Jesús tam­bién tuvo que abandonar aquellas dependencias y desde entonces aquella vida parroquial, donde todos nos encontrábamos por los pasillos, se dis­persó lamentablemente. Respecto a la hermandad de penitencia, su fuerte vitalidad económica le hizo reaccionar con diligencia. Automáticamente fueron aprobadas obras de reforma en la casa de la calle Valeriano Bécquer, principalmente concebida en origen como almacén, para que pudiera al­bergar todos los servicios y necesidades de una institución que crecía sin parar en número de miembros y en entidad. Fue allí donde se produjo una profunda modernización de la gestión administrativa, informatizándose la secretaría y mayordomía, siendo de las primeras hermandades de Sevilla que supo adaptarse con mayor rapidez a las nuevas tecnologías que comen­zaban a popularizarse. De hecho, podemos decir que las cofradías, que en general manejaban importantes presupuestos gracias a su crecimiento y las subvenciones generadas por la explotación de la carrera oficial, comen­zaron a funcionar en la práctica como empresas. Como tales, las juntas de gobierno se fueron sometiendo consciente y democráticamente a la crítica de sus propios medios de autocontrol, reflejados sobre todo en unos cabil­dos generales muy concurridos y en una mayor transparencia de gestión que resultó novedosa y necesaria.

Si bien el párroco Don Fernando Isorna trató de convencer a todos de que las dependencias de la Parroquia estaban disponibles para su uso pun­tual cuando fuese necesario, la verdad es que el desarraigo que produjo el hecho de tener que abandonarlas fue muy importante. Todo ello, unido al primer cambio generacional que se estaba produciendo con la llegada de muchos jóvenes, hizo que la hermandad se sintiera liberada para abrir una nueva visión sobre su futuro. En diciembre de 1996, se somete al cabildo general la construcción de un gran complejo que reuniera en un solo edifi­cio todas las dependencias y pudiera albergar una exposición digna de los pasos procesionales, especialmente del nuevo paso de Cristo. Además, in­cluía una capilla anexa donde se trasladarían las Sagradas Imágenes para su culto y veneración durante todo el año. Este proyecto, que iba a estar ubicado en la calle Cristo de la Sed, esquina con Francisco Pacheco, fue aprobado mayoritariamente por los hermanos, pero finalmente fue deses­timado en el último momento por la autoridad eclesiástica.

Hubo que cambiar de planes, pero las necesidades seguían vigentes. La hermandad deseaba desarrollar una actividad ordenada y suficiente los 365 días del año y la casa-almacén de Valeriano Bécquer resultaba peque­ña, por lo que poco tiempo después, fue nuevamente convocado un cabildo general donde se aprobó la compra y rehabilitación del antiguo Colegio de Nuestra Señora del Buen Fin. Situada en la calle Alejandro Collantes y tras unas obras de adaptación, la nueva casa hermandad fue inaugurada por el Arzobispo Carlos Amigo Vallejo, el día de San José de 1998.

Luis Álvarez Duarte, el día que se descubrió una placa conmemorativa ante la casa donde hizo el Cristo de la Sed
Don Carlos Amigo en el acto de bendecir la Casa de hermandad de la calle Alejandro Collantes

Una calle para Javierre y el hermanamiento con la Orden de San Juan de Dios

José María Javierre, junto al Superior de San Juan de Dios, José Ramón Pérez Acosta.

Aquella casa ayudó a que la hermandad se nutriera de la presencia de mu­chos hermanos en el día a día, pudiéndose beneficiar de una trepidante ac­tividad con convivencias, actos, excursiones, etc. El culto tampoco se que­ría dejar atrás. Buen ejemplo de ello fue la realización de una imponente custodia de asiento para conmemorar los XXV años de la fusión con la Her­mandad Sacramental y así fomentar la adoración al Santísimo Sacramento, nuestro principal y más importante Titular.

Ya en mayo de 1998, la Virgen de Consolación fue trasladada en andas al Hospital de San Juan de Dios en la víspera del día del enfermo. El objetivo de aquella visita, tan especial y bienintencionada, fue acercar a los residentes, familiares y personal del centro a la que es Consoladora de los afligidos. Ade­más, al término de la Eucaristía que allí se celebró, nuestra hermandad quiso hacer entrega solemne de su escudo de oro a la Orden hospitalaria en agra­decimiento por aquel gesto que tuvieron aquellos queridos hermanos cuan­do al llegar la Santísima Virgen a la fachada principal en la procesión del XXV aniversario fundacional, el Prior se subió al paso para prenderle en su pecho la más alta condecoración de la Orden: la Granada de Oro. En el vestí­bulo se preparó un besamanos que estuvo abierto todo el día recibiendo visi­tas y viviéndose una edificante jornada de confraternización. Allí mismo, la junta de gobierno anunció su deseo de solicitar al Ayuntamiento la rotula­ción de una calle con el nombre de nuestro ilustre fundador José María Ja­vierre, quien estaba presente y recibió la noticia con su proverbial humildad. Ese objetivo se logró tan solo un año después. Durante la mañana del 7 mar­zo, en un concurrido acto, fue inaugurado con el nombre de “Padre José Ma­ría Javierre” el paseo existente entre el Polígono de la Carretera Amarilla y la Avenida de Andalucía, muy cerquita de donde se encontraba la sede del pe­riódico que él mismo había dirigido: El Correo de Andalucía. Estuvieron pre­sentes la alcaldesa de Sevilla, Soledad Becerril, conocidas autoridades muni­cipales y regionales, amigos, instituciones, hermandades y familiares. Tam­bién estuvo su hermano, el Cardenal Don Antonio María Javierre, que vino desde Roma y que justo al terminar el acto se trasladó hasta la Parroquia para presidir nuestra Función Principal de Instituto, donde vivió junto a todos los hermanos e invitados un precioso día de hermandad.

Javierre, que además de periodista era historiador, había sido autor privilegiado de la biografía de grandes Santos españoles, entre ellas la de San Juan de Dios, por lo que tenía una excelente relación con los hermanos juaninos. A lo largo del año 2000, la Orden programó ac­tos para conmemorar el 450 aniversario de la muerte de su Santo fundador y fue en ese mismo año cuando aprobó el hermanamiento de nuestras corporaciones, respon­diendo a una solicitud que le había hecho la hermandad. Para dar realce a tan histórico acontecimiento, la junta de gobierno organizó diversos actos en mayo de 2001 que fueron presididos en el Hospital por las Imágenes de la Santísima Virgen y San Juan de Dios. El punto culminan­te llegó con la Función solemne celebrada en los jardines de la fachada principal del hospital, presidida por Don Carlos Amigo Vallejo, donde se firmó solemnemente la Carta de Hermandad y tras la que se celebró una solemne procesión por las calles del barrio con la imagen del San­to, en un primer paso cedido por la Hermandad del Cau­tivo de San Pablo, y la Santísima Virgen bajo su palio. Fru­to de aquel evento fue un ambicioso proyecto de volunta­riado que trajo además la inclusión de “Hospitalaria” en el título de nuestra hermandad y la ofrenda de una reli­quia de San Juan de Dios, por parte de los hermanos, que desde entonces veneramos, como titular incluido en nuestras reglas, en una hornacina a los pies del retablo del Santísimo Cristo de la Sed y Santa María de Consola­ción Madre de la Iglesia.

Función Solemne del hermanamiento con la Orden de San Juan de Dios.

Sed amigos, el mes de la Virgen y el hermanamiento con San Pablo

Sed amigos fue un proyecto dedicado a la juventud de la Hermandad

En 2002 se realizan unas importantes obras de restauración y adecenta­miento de toda la Parroquia promovidas por Don Fernando Isorna y apoya­das en parte por la contribución económica de las Hermandades y Comu­nidades Neocatecumenales. Aquella circunstancia nos permitió disfrutar nuevamente, por unos meses, de la presencia de nuestras queridas imáge­nes en la Casa de la calle Alejandro Collantes, que fueron veneradas en un oratorio preparado al efecto. Al año siguiente vuelven a celebrarse eleccio­nes a hermano mayor, concurriendo de nuevo dos candidaturas y en las que salió elegido Emilio Ruiz Gómez.

Con la nueva junta de gobierno recién estrenada, aquella Hermandad que había estado muy volcada en lo patrimonial durante los años 80 y muy volcada en lo social durante los 90, entró en una etapa reflexiva que fue corta pero muy necesaria tras unos años intensísimos de esfuerzo colectivo y que inevitablemente la habían tensionado.

A Emilio Ruiz le correspondió vivir la incorporación de la Hermandad del Carmen de Omnium Santorum en el Miércoles Santo, que desde enton­ces nos antecede en la carrera oficial, por lo que pasamos a ser la segunda en orden de paso. En febrero de 2004 fallece el párroco Don Fernando Isor­na y en septiembre toma posesión de la parroquia Don Ángel Sánchez So­lís, hecho que acrecentó, aún más si cabe, el clima de transición que se esta­ba viviendo. En 2006 y 2007, publiqué en nuestro boletín ‘Hermanos’ dos artículos titulados “Sed de hermandad. La paz de los corazones” y “La her­mandad y su futuro” – con los que quise ha­cer un esperanzado llamamiento a la mode­ración y a la integración de todos con espíri­tu constructivo para recobrar fuerzas y per­maneciendo fieles a los valores que nos han dado nuestra razón de ser. Al poco tiempo, se celebraron nuevamente elecciones de nuevo con dos candidaturas. Como conse­cuencia de aquel proceso, el cabildo general me ofreció el inmenso honor de servir a la hermandad como su hermano mayor los si­guientes ocho años. Desde entonces quise abrir, no sé si con acierto pero desde luego con toda mi dedicación, una nueva etapa de siembra y de profundización sobre los ci­mientos que nos sustentan y con el horizon­te de consolidar a la hermandad para su futuro más próximo, en el que ya se divisaba la celebración del cincuentenario fundacional.

De las primeras cosas que hicimos fue recordar la figura de Don Manuel Calero, nuestro padre fundador. Se cumplían 100 años de su nacimiento y quisimos realizar una ofrenda floral en su tumba de Bollullos de la Mita­ción. Después, en la parroquia de la que es su localidad natal, celebramos una misa en la que evocamos junto a sus familiares, los valores que nos in­fundió. A partir de ahí, la prioridad fue centrarnos sobre todo en el fortale­cimiento de la vida interior de la hermandad, normalizándola, por encima de los beneficios que pudieran ofrecer actuaciones dedicadas a su mera proyección exterior. Pusimos toda nuestra esperanza en dos proyectos ci­mentadores: el programa “Sed amigos” y el “Aula de formación María Ma­dre de la Iglesia”. El primero buscó recomponer el pulso juvenil que siem­pre habíamos tenido. El teatro de Navidad, la cruz de mayo, el taller de priostía, etc. fueron instrumentos muy útiles que forjaron un nuevo des­pertar juvenil en una preciosa etapa. El segundo, pretendió ofrecer una se­ria planificación en el campo de la formación que pudiera servirnos para crecer, mas no solo en tamaño y en apoyo popular, sino fundamentalmente en el conocimiento del medio en el que nos movíamos, en coherencia con la misión evangelizadora que tenemos encomendada desde nuestra funda­ción. La vida de la hermandad ya no transcurría cercana a la vida parro­quial y había que abrir las puertas de nuestra casa, sí, pero no para ofrecer una mera convivencia o entretenimiento infructuoso que nos hubiera lle­vado a la renuncia de lo que somos.

Uno de los pilares de aquel proyecto fue lo que desde entonces denomina­mos como “el mes de la Virgen”, que como tal fue programado por primera vez en septiembre del año 2007. Tras una leve modificación en las reglas, fue­ron concentrados en ese mes todos los cultos dedicados a la Virgen de Con­solación, incluido el besamanos, dotando de actividad todas las semanas del mismo: Triduo y Función en la primera; peregrinación a un Santuario Maria­no en la segunda; Rosario público por las calles del barrio en la tercera y besa­manos en la cuarta y última. No tenemos duda de que su celebración, hasta hoy, ha venido significando un engrandecimiento de la devoción mariana en nuestra corporación. Con las ideas claras de que la vocación de nuestra Her­mandad ha de ser el mostrar en la calle el misterio de lo que sus Sagradas imágenes representan, y al igual que Jesús del Gran Poder nos trajo con su visita en la época pre-fundacional su mensaje intrínseco y vitalizador, quisi­mos que la salida anual de la Virgen en sus Rosarios públicos, pudiera ser aprovechada para llevar la hermandad a las mismas entrañas del barrio. Fue así como vistamos, con nuestra Madre del Consuelo, todos los colegios y pa­rroquias de nuestro entorno. Desde luego, quedará para siempre en nuestra retina las interminables filas de niños que le ofrendaban flores de papel he­chas en clase, así como la muy numerosa cantidad de jóvenes que la acompa­ñaban en el cortejo de sus traslados o que la portaron sobre sus hombros. También fue inolvidable la visita a los Tres Barrios, donde la Virgen se acercó a muchas familias que viven situaciones muy especiales, al margen de la Se­villa tradicional. Nunca fuimos con las manos vacías y cada una de aquellas visitas fueron acompañadas de una obra social.

Y es que la recuperación de aquel Rosario público, fue como volver a la época fundacional y revivir aquella primera procesión de la Virgen en an­das con José María Javierre, antecediéndola con sus rezos entre los feligre­ses. Precisamente, con ese mismo espíritu de mirar a nuestras raíces, quisi­mos recuperar, o más bien instaurar basándonos en aquellos inicios funda­cionales, el acto de entronización de la Virgencita de Consolación patrona de Utrera que nos ha acompañado siempre en la entrecalle de la candelería del paso de palio. La mañana del Miércoles Santo de 2011, invitamos a una extensa representación de la hermandad utrerana que la cuida en su San­tuario, así como a su Rector y al Exmo. Sr. Alcalde de Utrera, para que entre todos, unidos en fraternal comunión, procediéramos a colocar simbólica­mente a la pequeña imagen en el paso. Este acto tan mariano se ha hecho costumbre desde entonces y se sigue celebrando en la actualidad. Se trata­ba de rememorar aquel día de 1972 en que nos la trajeron hasta Nervión, y al mismo tiempo retomar una relación de cercanía con la gran devoción de la Diócesis que inspiró el nombre de nuestra titular.

Actos de hermanamiento con la Hermandad de San Pablo

Con ese mismo espíritu, vivimos también los actos de hermanamiento con la querida Hermandad de San Pablo poco después de que fuese incor­porada a la Semana Santa. En ellos siempre nos habíamos visto reflejados y por eso les apoyamos desde sus inicios como agrupación parroquial en la década de los años 90. Las relaciones fueron excelentes y en todo momento nos manifestaron su agradecimiento. Muestra de ello es que su Virgen del Rosario llevara colgado de su mano, durante su primer Lunes Santo, el bar­quito de nuestra Virgen hasta la Catedral. Los actos de hermanamiento se distribuyeron en varios meses, celebrándose mayoritariamente en el ámbi­to de los dos barrios y sus parroquias. Aquellas visitas de ida y vuelta de nuestros Titulares transcurrieron en el marco de unas calles y unas zonas de la ciudad alejadas de la tradición cofradiera, por lo que sus consecuen­cias y frutos fueron muy valiosos. El acto en el que se firmó la carta de her­mandad se celebró en la Parroquia de la Concepción, ante las queridas imá­genes de Jesús Cautivo y Rescatado y el Cristo de la Sed. Aquel compromi­so cristalizó en una importante acción social conjunta, que tuvo como be­neficiaria la Casa de Emaus de los Hermanos Trinitarios, dedicada a aten­der a los presos en régimen de tercer grado.

Los bordados del palio y una casa de hermandad para el siglo XXI

Mostrando al alcalde Juan Ignacio Zoido la exposición en el ayuntamiento de los nuevos bordados del palio

Podríamos decir que nuestra hermandad, hoy por hoy y gracias al esfuerzo de todos, ha alcanzado ya un elevado grado de madurez y reconocimiento en el fondo y en las formas. En septiembre de 2010 celebramos con gran alegría la ordena­ción de nuestro hermano Israel Risquet González, que había pertenecido desde muy joven a nuestro cuerpo de acólitos, uniéndo­se así al colegio de hermanos sacerdotes que ha dado nuestra corporación y de los que nos sentimos orgullosos. Patrimonialmente, en la Semana Santa de 2012 pudimos estrenar los imponentes bordados del nuevo palio de la Santísima Virgen realizados con maestría por Charo Bernardino, que mostraban, en la ya asentada línea neobarroca de la Cofradía, un discurso iconográfico basado en la Gloria celestial como Consolación de los cristia­nos. Muchos hermanos contribuyeron económicamente a través de una campaña de captación de donativos. Un año antes, gracias a una generosa donación, el Santísimo Cristo de la Sed lució potencias sobre su cabeza por primera vez en su procesión del Miércoles Santo, algo que entendemos había que­dado pendiente desde el estreno del nuevo paso dorado y que resaltó aún más si cabe su divina humanidad. Si bien esto causó alguna controversia, estamos seguros de que la imagen ganó en realce y grandeza, sobre todo tras haber sido elevado considerablemente el monte de claveles, propor­cionando el conjunto y aprovechando la realización de una nueva parihue­la que fue donada por los hermanos costaleros. A todos nos resulta ‘sobre­cogedor’ ver nuestro Cristo por la calle, adjetivo que también podemos uti­lizar para describir aquellos monumentales altares que nuestra priostía fue capaz de elevar durante cuatro años en la céntrica calle Argote de Molina al paso la procesión del Corpus de la Catedral. Fueron unos montajes prodi­giosos, presididos por advocaciones relacionadas con la hermandad, que asombraron a los sevillanos.

Otro hecho destacable fue la creación del Foro de formación Monseñor Álvarez Allende, un proyecto para abarcar desde ese campo a todas las her­mandades del Arciprestazgo, que fue ideado por las diputaciones de for­mación de nuestra hermandad y de San Bernardo. También promovimos la transformación de nuestro boletín en anua­rio, mejorando su presentación y calidad editorial, como medio de comunicación y divulgación de nuestros fines, que es com­plementado hoy en día con las redes socia­les. De igual manera, nuestro tradicional pregón fue objeto de reforma y actualiza­ción, concibiéndose un nuevo formato de acto recitado a tres voces para anunciar la Semana Santa y que desde entonces nos ha permitido contar con intervinientes de pri­mer nivel, así como hermanos de raigambre.

Pero si algo nos sorprendió a todos en medio de toda aquella actividad, fue el de­rrumbe inesperado de la sala de juntas de la casa hermandad en mayo de 2010. Las inten­sas lluvias habían provocado filtraciones, debilitando la estructura casi sin darnos cuenta. El edificio era antiguo y había sido objeto de continuas obras de ampliación a lo largo de los años. Procedimos a una revisión gene­ral que nos descubrió patologías ocultas que irremediablemente había que reparar con urgencia. Fue así como se decidió, tras un periodo de reflexión, ir a por una profunda rehabilitación integral que redistribuyera los espa­cios y abriera estancias diáfanas donde fueran albergados, en las mejores condiciones, tanto el patrimonio artístico como la actividad humana que desarrollamos durante el año. Aunque se conservó la fachada y se reforzó la estructura original, en la práctica se construyó un nuevo edificio que fue bendecido el 9 de diciembre de 2014 por el Arzobispo Juan José Asenjo Pelegrina. Afortunadamente, la funcionalidad de estas modernas instala­ciones nos permite en la actualidad contemplar con cercanía los pasos pro­cesionales y enseres, además de ofrecernos grandes posibilidades para la organización de todo tipo de actividades.

El arzobispo Don Juan José Asenjo, bendice la rehabilitación de la casa de hermandad

Cincuentenario fundacional y nuevos retos

En noviembre de 2014 quisimos celebrar con diversos actos el L Aniversario de la proclamación de María como Madre de la Iglesia por S.S. el Papa San Pablo VI, destacando un besamanos extraordinario a nuestra Madre de Con­solación. Con motivo de tan importante efeméride, un numeroso grupo de hermanos quiso regalarle a la Virgen un barco de oro y cristal de roca para que fuese colocado sobre su mano, que pudo llevarse a cabo gracias a la dona­ción de joyas de un alto valor material y sentimental, sobre todo, aportadas por gran cantidad de devotos de todo el barrio que quisieron de ese modo mostrar todo su cariño y cercanía a la Virgen. En el marco de aquellas cele­braciones nació también el nuevo Coro Sacro “Madre de la Iglesia”, formado por hermanos y dirigido por Lilia Kiryukhina, que desde entonces ameniza con sus cantos las misas de hermandad y los cultos solemnes.

En junio de 2015 se celebraron elecciones nuevamente, con la elección de José Cataluña Carmona como hermano mayor. A partir de ese momen­to, entre otras cosas, le ha correspondido retomar el aliento de la corpora­ción e impulsar la organización de los actos de su Cincuentenario funda­cional. Al poco tiempo de iniciarse el mandato, puso en marcha la realiza­ción de un nuevo manto bordado de salida para la Santísima Virgen, magno proyecto respaldado masivamente por el cabildo general y que veremos terminado Dm. muy pronto. Otro acontecimiento digno de mención ha si­ do la concesión del patronazgo del Santísimo Cristo de la Sed y Santa María de Consolación Madre de la Iglesia sobre los enfermos renales o la firma del hermanamiento con la Hermandad de Consolación de Utrera. Los ac­tos conmemorativos del Cincuentenario fundacional, que son objeto de una crónica detallada al final de este libro, han resultado brillantes y de gran proyección en toda la ciudad.

Toca arriar el paso y apagar con un clavel toda la cera encendida que ha venido alumbrado, a lo largo de este relato, el ya largo caminar de nuestra historia. Cansado y sentado en un banco de la Iglesia ante los cirios hu­meantes, agarro mi capa blanca con una mano y la cruz de madera, cerca del corazón, con la otra. En el recogimiento del templo y casi a oscuras, pienso y rezo por tantos que ya no están con nosotros. Y también por todos lo que sí están. La hermandad de hoy es fruto del esfuerzo de todos. Con su devenir por nuestras vidas, con nuestros éxitos y fracasos, sigue ahí, en pie, el sueño de nuestros hermanos fundadores que ya ha cumplido el medio siglo. Las diferentes etapas vividas nos han ido dejando sus huellas, visibles en nuestra forma de ser y estar. El austero ascetismo de los primeros años, la alegría desbordada que vino después o la serena y la elegante madurez de nuestros días. Todo junto y en equilibrio, nos ha hecho ser lo que somos hoy: una Hermandad a imagen y semejanza de su barrio y sus gentes. ¿O acaso Nervión, no es un poco de todo eso?

El reto está ahora en afrontar el futuro y seguir teniendo claro qué pode­mos y qué debemos ofrecer. Para ello es importante interpretar el tiempo que hoy nos toca vivir. En un mundo tan cambiante como el nuestro surgen nuevas realidades que parecen hacer zozobrar aquellas cosas que siempre nos habían parecido indestructibles. En comunión con nuestra parroquia, seguimos teniendo un compromiso y una misión encomendada, pero la so­ciedad de hoy ya no es la misma que aquella a la que se enfrentaron nuestros hermanos fundadores con Don Manuel Calero. Ya no estamos después del Concilio y tampoco en las primeras décadas de la España democrática. El barrio y las relaciones de vecindad de sus habitantes también han cambiado. Y mientras tanto, el futuro avanza con sus nuevos retos, esperanzas e incerti­dumbres. La era digital, con sus redes sociales, el modo en que nos comuni­camos o la cultura del entretenimiento que todo lo convierte en un espectá­culo digno de ser consumido por las masas, parece que lo han contagiado to­do. Me atrevería a afirmar que también un poco a nuestras hermandades.

No tengo más remedio que citar una muy interesante reflexión que leí hace pocos meses en un periódico y que quiero compartir con vosotros que habéis tenido la paciencia de llegar hasta aquí. Se trata de una columna que publicó mi tan preciado historiador y periodista Carlos Colón Perales -¡cuántos años leyéndolo!- quien en mi modesta opinión ha pensado la Se­mana Santa de nuestros días como nadie. El autor citaba una frase de Nico­la Chiaromonte que decía: “Una fe se extinguirá sin lugar a dudas cuando se vacíe su sustancia interior para preservar su forma exterior”. A lo que añadía: “lo que degrada esa forma museificándola o vulgarizándola”. Así ponía el foco en su creencia de que este era un problema que podría estar afectando los mismos cimientos de las cofradías y alertaba de su gravedad.

Continuaba diciendo: “Vivimos tiempos de laicismo negativo que pare­ce querer expulsar lo religioso del espacio público, de grave incultura reli­giosa -incluso en sus más básicos conocimientos y prácticas- entre los cre­yentes, de debilitamiento de la devoción popular que se transmitía a través de las familias y de crisis del catolicismo (según el CIS sólo el 68,5 % de los españoles se dicen católicos y, lo que es más grave, sólo el 14,4 % de ellos se consideran practicantes). Este es el desafío de las hermandades: no hacer­se ni agrupaciones carnavalescas ni más clericales o beatas, sino más seria­mente religiosas en una sociedad que cada vez lo es menos, pero a la que cada vez le divierten más las procesiones como fiesta y espectáculo irreme­diablemente degradados a causa de ese vaciamiento de sustancia interior”.

Ni que decir tiene que compartimos tan oportuno pensamiento.

Responsablemente tomamos conciencia y miramos al futuro con espe­ranza, tomando el mejor ejemplo de la tradición. Por ello, qué mejor cosa podemos hacer para terminar que volver al principio de toda esta historia, contemplando el tierno corazón y la majestad de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, que tiene un lugar de honor en la génesis de nuestra herman­dad por ser Él mismo, con aquella visita inesperada camino de las Misiones en enero de 1965, quien infundió en el ánimo de los fundadores la creación de nuestra Hermandad.

Providencialmente, a finales de este año de 2020 está prevista nueva­mente la visita del Señor a los Tres Barrios y a la parroquia de Santa Teresa en el marco de las celebraciones por los cuatrocientos años de la Sagrada Imagen. Su hermandad ha querido organizar importantes acciones socia­les y de voluntariado en las zonas que siguen siendo, en todos los sentidos, las periferias de la ciudad. Y el destino ha dispuesto que sea muy poco tiem­po después de que hayamos celebrado nuestros primeros cincuenta años de existencia. No tengo dudas de que el Gran Poder pasará muy cerca nues­tra, como lo hizo hace ahora cincuenta y cinco años, interpelándonos.

Oración:

Señor Jesús, que cargas con la cruz de nuestros sufrimientos y nos das de beber de las fuentes eternas de la Salvación, no permitas que apartemos nues­tra mirada de la tuya, ni del misterio que brota de tu corazón. Para que, al verte pasar, sin paso, sin banda, sin adornos… tan solo Tú, junto a la inmensa multitud de testigos que te siguen, nos mantengamos siempre fieles a nuestro espíritu fundacional, como casa construida sobre roca, contemplando la Sed que sufriste en el calvario para redimirnos y el Consuelo maternal de Nuestra Madre, la Virgen. Te lo pedimos con devoción. A Ti, que eres Camino, Verdad y Vida. Amén.

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES CONSULTADAS
  • ARCHIVO DE LA HERMANDAD DE LA SED (AHS). Parroquia de la Concepción.
  • BOLETINES “Hermanos” editados por la Hermandad
  • BUENO MONREAL, José María CARDENAL. Palabras pronunciadas ante la asamblea consti­tuyente del Consejo General de Hermandades y Cofradías el ocho de enero de 1955 en la Iglesia de los Venerables.
  • BUENO MONREAL, José María CARDENAL. Decreto fundacional por la que es erigida canóni­camente la Hermandad y Cofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Sed y Santa María de Consolación Madre de la Iglesia.
  • CUEVAS MUÑOZ, Juan Antonio: “El binomio parroquia-hermandad debe ser inseparable”, en El Correo de Andalucía. Sevilla, 13 de abril de 1973.
  • “El nuevo paso del Cristo de Nervión será barroco y dorado”. Publicado en el Correo de Andalucía, el 4-11-87.
  • FERNÁNDEZ MELERO, Miguel Alberto: “Conver­saciones…”, en anuario HERMANOS, Nº 129. Sevilla, 2013.
  • GONZÁLEZ, Benigno: “La proyectada Herman­dad del Santísimo Cristo de la Sed”, en Diario ABC. Sevilla, 28 de febrero de 1969.
  • JAVIERRE ORTAS, JOSÉ MARÍA. Pregón de la Semana Santa de Sevilla, pronunciado en el Teatro de la Maestranza el 28 de marzo de 1993.
  • JIMÉNEZ BLASCO, Julio:” El Cardenal José María Bueno Monreal. Un humanista integral. Una biogra­fía (1904-1987). Sevilla, 2016.
  • ROMERO MENSAQUE, Carlos José: “El Consejo General de Hermandades Cofradías de la Ciudad de Sevilla. Una aproximación histórica”. Sevilla, 2006.
  • VOLTES, Pedro: “Historia de los españoles”, en Crónica de España, publicada por Diario 16, 1991.
  • Libro de recortes de prensa editado por la Hermandad de la Sed con motivo del XXV aniversario fundacional en 1994.
  • “Política y economía: el tercer mundo.1945-1985”, en Crónica de la humanidad. La historia universal contada día a día, publicada por Diario 16, 1991,
  • Información ofrecida por hermanos fundadores de la reunión mantenida con el Cardenal el 4 de noviembre de 1969.
  • Información facilitada por los hermanos Juan Antonio Cuevas, Antonio J. Dubé de Luque y Miguel Camacho Gui­jarro, uno de los últimos hermanos de la Sacramen­tal antes de la fusión
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