Hermandad de la Sed

NERVIÓN. ORÍGENES Y DESARROLLO HASTA LA FUNDACIÓN DE SU HERMANDAD DE PENITENCIA. 1900–1969

NH Francisco Javier Escudero Morales
Acto de bendición y colocación de la primera piedra de la Parroquia de la Concepción , en el solar adquirido a la Inmobiliaria Nervión. Ceremonia oficiada por el Cardenal Ilundain, promotor de esta construcción

Hubo un tiempo en que los viajeros que llegaban a Sevilla, desde Córdoba o Antequera, contemplaban un verde paisaje de prados, senderos, arroyos, monasterios y hasta palacios. En medio de todo aquello sobresalía el impo­nente Humilladero de la Cruz del Campo y junto a él, los llamados “Caños de Carmona”, un monumental acueducto romano que conducía desde Al­calá de Guadaira el agua que apagaba la sed de los sevillanos.

El gran ensanche de la Sevilla del siglo XX

Creación del barrio

Plano de Sevilla a finales del siglo XIX

“Una tierra nueva…” Ap. 21”

Hasta mediados del siglo XIX, la ciudad estuvo prácticamente encerrada en sus murallas. No es hasta la última década de ese siglo cuando comenza­ron a surgir, a las afueras y especialmente en el norte, nuevas actividades industriales junto a los arrabales históricos de extramuros. Pero la produc­ción económica de los alrededores seguía fundamentalmente reducida al comercio de verduras y hortalizas que se recolectaban en los numerosos huertos de la zona. En una publicación ganadora de los Juegos florales del Ateneo del año 1900 y que se tituló ‘Sevilla, estación de invierno y plan de mejoras necesarias para la consecución de este fin’, Luis Lerdo de Tejada ya sugirió construir una barriada moderna en los grandes terrenos del cor­tijo del Maestrescuela, situados al este de la ciudad. Su propietario, Fran­cisco Armero y Fernández de Córdoba, Marqués del Nervión, donó en 1911 a la ciudad dos parcelas en los extremos de aquella enorme finca para cons­truir la cárcel de Ranilla y el Matadero municipal, dos servicios muy de­mandados por entonces. Y es en ese mismo año cuando el arquitecto Aníbal González ofrece ya un trazado inicial del nuevo ba­rrio de Nervión basado en los proyectos de Ebenezer Howard -de moda por entonces- y que pretendían hacer posible que el hom­bre viviera en la naturaleza sin renunciar a los beneficios de la ciudad. Entre 1904 y 1909, Raymond Unwin y Barry Parquer ya habían creado la primera Ciudad Jardín en Letchworth (Londres) y varias capitales europeas quisieron tenerla como modelo para sus ensanches, entre ellas Sevilla, que ya se preparaba para celebrar la Exposi­ción Iberoamericana.

En los primeros planos, Aníbal González, en cuya mente bullían gran­des ideas sobre la expansión de Sevilla, propuso con claridad una barriada en torno a una gran plaza central, que estaría presidida por un monumental templo parroquial con planta de cruz latina, cúpula y dos torres en su fa­chada. Detrás de ella, a derecha e izquierda, se dibujaba un trazado radial de calles, en forma de abanico, todo cruzado por dos grandes avenidas con bulevares. Al parecer, el célebre arquitecto se basó en una urbanización francesa de 1860 que él mismo vio en la playa de Deanville. Fue en 1916 cuando por fin se elaboró un plan definitivo de urbanización del barrio con el lema “cada familia una casa y cada casa un jardín”, pero en 1921 los here­deros del marqués se hicieron cargo de la inmobiliaria Nervión alterando el proyecto inicial, lo que condujo a Aníbal González a abandonarlo por discrepancias. Como eje vertebrador y para conectar la nueva barriada con la ciudad, los responsables urbanísticos idearon la Avenida de Eduardo Dato y el puente de San Bernardo, construido según proyecto de Juan Tala­vera y José Luis de Casso en 1924, para salvar la barrera que suponía la vía del tren. Ello incentivó la construcción en la nueva barriada y como conse­cuencia, en los márgenes de la gran avenida, se fueron desarrollando poco a poco las primeras edificaciones importantes como: la Plaza de toros Mo­numental de 1918 (aunque derruida poco después por problemas estructu­rales); los cimientos de la Basílica de la Milagrosa que los Jesuitas comen­zaron a construir en unos terrenos de la Huerta del Rey; o las gradas del Estadio de Nervión, que acogió desde 1928 los partidos del Sevilla FC. Ins­pirada en aquella idea original de Aníbal González, nos queda la disposi­ción radial de las calles de Ciudad Jardín, que fue lo primero que se cons­truyó y que hubo de servir como vivienda a trabajadores y turistas que vi­nieron a la ciudad con motivo de la Exposición Iberoamericana de 1929. Nervión polarizó durante años los principales planes de expansión de la ciudad, aunque el crecimiento no se produjo tan rápidamente como se pro­nosticó en un principio. Lo que sí es indudable es que fue el más importante núcleo urbano que realizó la iniciativa privada en el primer cuarto de siglo.

Bendición del puente de San Bernardo por el Cardenal Ilundain en diciembre de 1924. Fue construido por la Inmobiliaria Nervión según proyecto conjunto del arquitecto Juan Talavera
Proyecto del barrio. Aníbal González 1911

La Concepción, un templo monumental en la Sevilla de la exposición

La construcción de la Parroquia

Retrato del Cardenal Ilundain

“Y un cielo nuevo” Ap. 21”

El Cardenal Ilundain, observó con interés el crecimiento de aquella inci­piente barriada y las favorables posibilidades que ofrecía, lo que le movió a promover la edificación de un monumental templo que, según sus pala­bras: “estuviese destinado, en tiempo no muy lejano a ser la Parroquia del ensanche y donde sus nuevos vecinos pudieran satisfacer sin grandes mo­lestias sus necesidades espirituales”. Encargó el estudio de los planos al notable arquitecto del Ayuntamiento Don Antonio Arévalo y el 9 de no­viembre de 1925 pudo celebrar con toda solemnidad el acto de colocar y bendecir la primera piedra en unos terrenos comprados por la Archidióce­sis que no fueron los inicialmente previstos. Todo el recinto se acotó con gallardetes multicolores, apareciendo las casas del entorno con colgadu­ras, y en el lugar donde habría de estar el futuro altar mayor se colocó un altar ad hoc con una gran cruz de madera y una imagen de la Inmaculada. Asistieron todas las autoridades civiles y militares de la ciudad y se contó con la augusta presencia de Sus Altezas Reales los Infantes Don Carlos, Do­ña Luisa y Doña Isabel Alfonsa, que fueron recibidos a los acordes de la Marcha Real. El Cardenal al tomar la palabra dijo: “Esta piedra, que se ha colocado, es piedra fundamental que simboliza a Jesucristo” y después ex­plicó el motivo de la dedicación de la Iglesia a la Virgen Inmaculada: “… no puede faltar una Iglesia con este título en la patria de Murillo, y en donde el mago del buril, Montañés, se actuó con tanta maestría y perfección, en la ciudad de los fervientes devotos de la Inmaculada Concepción”.

A partir de aquel día comenzó a elevarse el templo como una catedral en medio de aquellas huertas. El arquitecto lo concibió en estilo grecorroma­no y se inspiró en la nave central de la Basílica de San Pedro de Roma, de­jándose influir también por la Iglesia Parroquial de Umbrete, de una sola nave y con capillas a los lados. Mientras avanzaban las obras fue incoado el expediente de erección de la Parroquia el 18 de diciembre de 1928. En el auto podemos leer: “… el gran número de fieles que hay actualmente y los que habrá muy pronto en la barriada de Nervión, pues si hoy son sólo dos mil quinientos, hay que añadir a estos los seis mil que ocuparán las mil qui­nientas habitaciones de la Ciudad Jardín, actualmente en construcción (…), son motivos suficientes para erigir una nueva Parroquia”.

Por fin pudo ser bendecida el 10 de mayo de 1929, un día después de ser inaugurada la Exposición Iberoamericana y en el marco del Congre­so Mariano que organizó la Archidiócesis en esas fechas tan significati­vas. Cuentan las crónicas que al bendecir el prelado la monumental Iglesia parroquial, terminó recomendando al celo del señor cura párro­co y al desprendimiento de los fieles el completar algunos detalles que quedaban por hacer en obra tan grandiosa y de tanto coste. El Cardenal estaba pensando sin duda en el remate de la obra, que no se pudo com­pletar para la bendición y al que S.E.R. le dedicó gran celo, por ser fer­viente devoto: “deberá estar coronada por un Sagrado Corazón de Jesús con los brazos abiertos, como llamando a las gentes a participar de sus ricos tesoros espirituales”.

Proyecto de fachada de la Parroquia del arquitecto Antonio Arévalo. En la ornamentación participó el afamado orfebre Cayetano González.
Sagrado Corazón de Jesús que corona el pórtico de la Parroquia.

La Hermandad Sacramental

Los primeros años hasta la guerra civil

Vista aérea del barrio de Nervión en 1930

Por ser costumbre inherente a la creación de una nueva Parroquia de esta magnitud el promover la existencia de una Hermandad sacramental, el 23 de junio de 1929 el párroco Don Rafael Sánchez Molina, convocó a varios feligreses para llevar a cabo su fundación. El 27 de octubre, festividad de Cristo Rey, se celebró la función de su constitución. Nació entonces la que hubo de llamarse: “Hermandad Sacramental de Caballeros de la Inmacula­da, Adoradores del Santísimo Sacramento”, siendo su primer Hermano mayor, Don José Luis de Casso y Romero.

En mayo de 1930 ya se pudieron celebrar sus primeros cultos y la prime­ra procesión con Su Divina Majestad por las calles del barrio. Numerosos feligreses prestaron su ayuda y costearon las varas y la tela para el palio, al­gunas insignias y cuatro faroles de plata. La Parroquia comenzaba su anda­dura con gran emoción y participación de fieles. En los días previos a la fiesta de la Purísima, pudieron verse culminados los detalles que faltaban en el templo y al fin pudo terminarse el altar mayor, fabricado por una em­presa de Bilbao, todo de mármol, con unas grandiosas columnas y dos exce­lentes mosaicos, uno dedicado a la Sagrada Familia de Nazaret y el otro a la aparición del Corazón de Jesús a Santa María Margarita de Alacoque. Tan­to celo puso el Cardenal por el nuevo templo que buscó personalmente dos preciosas imágenes antiguas de María Inmaculada para que presidiesen el altar mayor y la hornacina exterior de la fachada sobre la puerta principal. Ambas sevillanísimas y muy peregrinas en su sentido literal por su historia. La primera, destinada al altar mayor, de madera policromada, era obra de Felipe de Ribas y provenía originariamente de las monjas franciscanas con­cepcionistas de la calle Vírgenes. La segunda, una recia figura pétrea de Alonso Cano, era originaria de la casa que esas mismas hermanas tenían en San Juan de la Palma. Ambas imágenes, por las vicisitudes de los tiempos y a causa de las fusiones de los conventos de esta orden, fueron a parar a Ar­cos de la Frontera y posteriormente a Lebrija, desde donde las trajo por fin el Cardenal a Nervión, para su digno y definitivo reposo. También pudo completarse al fin el tan ansiado remate para coronar la fachada, una sere­na e imponente imagen del Divino Corazón de nueva factura, labrada en piedra fina de Alicante, obra de Manuel Delgado Brackembury y que fue costeada por suscripción popular. Al bendecirlo, providentemente excla­mó el Cardenal: “¡Quiera el Señor colmarles de sus dones para propagar cada vez más y más su culto y devoción entre los fieles!”, prefigurando con sus devotas palabras a la Cofradía que en honor del Corazón de Jesús se crearía unos años después.

En aquellos primeros años, la Hermandad Sacramental fue afianzándo­se y ampliando su patrimonio hasta que todo quedó truncado por los des­graciados acontecimientos de la Guerra Civil del 18 de julio de 1936 cuando la Parroquia fue ultrajada e incendiada. Con dos cubos de gasolina, los asal­tantes rociaron la puerta principal. Don Rafael, el párroco, tuvo tiempo de llegar hasta el Sagrario, allí consumió todas las formas y llevándose el co­pón, saltó por la tapia del patio trasero, donde pudo esconderse en las co­cheras de tranvía que había detrás del templo. De allí fue rescatado por un feligrés que le condujo a su domicilio, donde fue atendido. Posteriormente, lograron que un albañil, que no era muy religioso, le diera albergue en su casa de la calle Santo Domingo de la Calzada.

Mucho fue lo que se perdió. La valiosísima imagen de la Concepción Inmaculada del retablo mayor, fue derribada y quemada en la calle, redu­ciéndola a cenizas. Después hicieron una hoguera en el centro del templo, que permaneció encendida durante tres días y allí ardió también: el precio­so púlpito que con tanto interés se había traído de la capilla del Seminario Pontificio de San Telmo; el artístico cancel de la puerta; las cajoneras de la sacristía con todos sus ornamentos; todos los enseres y bancos que se fue­ron encontrando los malhechores; y un precioso crucificado obra de Anto­nio Illanes, que se encontraba situado en la segunda capilla de la derecha, según se entra por la puerta principal y que se titulaba de la Clemencia. El Cardenal lo había encargado con el deseo de que representara la Quinta Palabra de Cristo en la cruz: “Tengo Sed”.

Como el edificio del templo no tenía techumbre ni retablos de madera, no pudieron incendiarlo por completo, por lo que se dedicaron a partir las losas del pavimento. El gran templete de mármol del altar mayor lo hicie­ron pequeños trozos y la puerta del Sagrario de plata se pudo encontrar después con el interior calcinado y el exterior muy dañado, si bien pudo repararse tiempo después por el mismo orfebre que lo realizó, Cayetano González.

Don Rafael Sánchez Molina, primer párroco de la Concepción.

La posguerra. De Ilundain a Segura

El Párroco Don Cristóbal Garrido Barrera

El párroco Don Cristóbal Garrido Barrera

El fin de la Guerra Civil supuso el co­mienzo de la España franquista, con unos primeros años inciertos y muy difíciles en los que el templo perma­neció cerrado durante meses. En marzo de 1937 el Cardenal hizo la re­conciliación de la Parroquia, ya reha­bilitada, y el 10 de agosto de ese mis­mo año falleció. Su desaparición abrió una nueva etapa con el nom­bramiento del Cardenal Segura, que no nombró nuevo párroco hasta ju­nio de 1939. Don Cristóbal Garrido Barrera tomó posesión de su cargo encontrándose un barrio truncado que afrontaba un tiempo muy distinto a los creativos y emergentes años 20. A pe­sar de las circunstancias, la Hermandad Sacramental subsistió, aún con todo perdido, si bien contaba entonces con solo 31 hermanos. La llegada de Don Cristóbal supuso el afianzamiento de los cultos sacramentales. En el altar mayor se había colocado una bella imagen de la Purísima, de origen monta­ñesino, para reemplazar a la anterior y que el prelado había adquirido nueva­mente a las Religiosas del Socorro. Con Ella se organizaron procesiones por las calles del barrio y actos de desagravio, recuperándose con esplendor su novena, de la que conservamos bellas estampas con todo el altar mayor ador­nado con plantas cedidas por el Excelentísimo Ayuntamiento.

Pero la situación de crisis económica era de extrema gravedad, lo que llevó a los responsables municipales a realizar cambios urbanísticos en el barrio. Los terrenos, incluida la Gran Plaza, fueron cedidos a perpetuidad a la ciudad en 1941 por la Inmobiliaria Nervión. Eran años para la recupera­ción y se comienza a abandonar, ya definitivamente, la idea de la gran Ciu­dad Jardín original.

En 1940 la ciudad tenía 312.123 habitantes que tendieron a crecer gra­cias, por un lado, al espectacular descenso en un 50% de la mortalidad in­fantil (en 1943 se instala la Orden de San Juan de Dios en el chalet del barrio “Villa Amalia” para tratar a niños afectados principalmente de poliomieli­tis y sus secuelas) y sobre todo a la tendencia creciente de la sociedad anda­luza de dejar el campo para establecerse en las grandes áreas urbanas, prin­cipalmente en la periferia. Aquella población, afectada en una parte im­portante por el hambre, el miedo y con una alta tasa de analfabetismo, tuvo que afrontar la escasez de viviendas y las riadas que se produjeron en Sevi­lla en 1940, 1941, 1947 y 1948. Fueron años de estancamiento, de grandes penurias y escasez en los que aparecieron las cartillas de racionamiento.

La Parroquia, con Don Cristóbal al frente, se volcó en las necesidades del barrio y de todo el entorno que estaba a su alcance. Ese fue el caso de la zona de Amate, un enorme asentamiento, por entonces en vías de desapari­ción, que había sido creado durante la celebración de la Exposición Ibe­roamericana para concentrar todas las chozas y chabolas existentes en los alrededores de Sevilla, para así ocultarlas a los visitantes de la muestra. To­davía quedaba algún reducto donde se vivía en condiciones infrahumanas en lo que un día fue conocido como “Villalatas”.

Los que recuerdan a Don Cristóbal lo califican como un hombre bueno con excelentes cualidades humanas, al mismo tiempo que enérgico, con dotes de mando, seguro de sí mismo y con gran capacidad de decisión. Sin duda era el párroco que se necesitaba para paliar aquellas necesidades. Prácticamente en soledad, tuvo que ocuparse de todo aquel extenso terri­torio y revestido de manteo y bonete se le veía, con su gran estatura, visitar las colectivas de la inconclusa Ciudad Jardín, así como todos aquellos sitios donde se le necesitaba. Su vocación, de hombre entregado le hizo instalar en las dependencias parroquiales una farmacia y, con la ayuda de sus feli­greses, pudo asistir a muchos enfermos de aquella población. Aquel ba­rrio que se proyectó como un ideal de vida hubo de ser refugio también pa­ra algunas familias que, huidas de los arrabales históricos del centro muy afectados por la guerra, compartían piso con otras donde vivían con estre­chez en habitaciones alquiladas. Por no nombrar las casitas bajas del sector de Nervión más próximo al Tamarguillo, muchas de ellas de autoconstruc­ción. En aquel sector, el Ayuntamiento concedía sin mucho ordenamiento pequeñas parcelas a un bajo precio. Hay quien recuerda que se construía con tanta celeridad que prácticamente se entregaba una casa cada 16 días.

Todo ese Nervión, de familias trabajadoras tan afectadas por la excep­cionalidad de los tiempos, contrastaba con el sector más próximo a lo que hoy es el estadio Ramón Sánchez Pizjuán. En aquella zona, ya desde antes de la Exposición, se construían espectaculares chalets de lujo para familias provenientes en su mayor parte del sector empresarial e industrial que fija­ban sus residencias a las afueras de la ciudad. Es el Nervión dual de los con­trastes que ha pervivido prácticamente hasta la actualidad. Ello sin duda marcó, y marca aún hoy, el carácter del barrio, tan burgués como proletario.

La cofradía del Sagrado Corazón de Jesús

El Nervión popular que la llenó de niños

Primera procesión en 1944 de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, del escultor Antonio Illanes.
Niños del Colegio del Buen Fin, dirigiéndose a la Parroquia para recibir su primera comunión

“Había tantas cosas por las que pedir, tanto por lo que rezar y tanto consue­lo que ofrecer” que el 21 de mayo de 1940, Don Cristóbal pide colabora­ción y ayuda “para organizar en esta Parroquia una Cofradía que tenga por fin directo e inmediato fomentar el amor, devoción y culto al Sagrado Cora­zón de Jesús”. Esta iniciativa sería un revulsivo y el modo de evangelizar y consolar a todo un barrio que luchaba por su prosperidad y por seguir ade­lante. Para ello nombra una comisión organizadora rodeándose de algunos feligreses, en su mayoría comerciantes y empresarios del centro de la ciu­dad que tenían casa en Nervión. Entre ellos, Don Enrique Perales Jimeno, gerente de la Fundición San Antonio de la calle San Vicente; Don Eulogio de las Heras Morón, dueño de su famosa librería en Sierpes o Don Sebas­tián Rojo Matamoros, uno de los socios propietarios de “la Nueva Ciudad”, de la calle Álvarez Quintero.

En los siguientes años, la devoción popular del barrio quedó principal­mente aglutinada en su nueva Cofradía del Sagrado Corazón de Jesús. Son años de euforia y reconstrucción. Desde las primeras procesiones con una imagen cedida y sobre el también cedido paso de la Virgen de la Luz de San Esteban, hasta el gozo de ver al escultor Antonio Illanes entregarle a Ner­vión su Sagrado Corazón de Jesús en el año 1944. El crecimiento patrimo­nial fue espectacular en la siguiente década con la realización del portento­so paso procesional, el juego de insignias o el magnífico graderío y dosel para celebrar la novena. Tal relevancia toma la procesión del Sagrado Cora­zón de Jesús, convertida ya en la gran fiesta del barrio, que en el año 1948 es presidida por el alcalde de la ciudad y el propio cardenal Segura.

Aquellos años, tremendamente duros para Europa y el mundo donde se estaba viviendo una guerra atroz, fueron a pesar de todo estables y tranqui­los para el barrio, el cual vio crecer su población. La llegada de nuevas fami­lias instauró un paisaje de calles repletas de niños a los que había que edu­car. Era el joven Nervión que recuperándose de los difíciles años 40 se fue llenando paulatinamente de nuevos colegios, prácticamente uno en cada esquina: San Francisco Solano, Sagrada Familia, Niño Jesús de Praga, Sa­grado Corazón de Jesús, Nuestra Señora del Buen Fin, Santo Domingo Sa­vio… entre otros. De ellos, salían filas interminables de niños -el clima polí­tico y social lo fomentaba- para celebrar sus primeras comuniones o para acompañar al Sagrado Corazón de Jesús en su procesión de junio con los clásicos farolitos, que iluminaban su camino por unas calles poco urbani­zadas y con escaso alumbrado público.

Reflejo de aquellos años prósperos fue la realización de la mayoría de los nuevos retablos en las capillas laterales de la Parroquia, hasta entonces vacías, como los de San José, San Antonio o la Virgen de los Reyes. En ello tuvo mucho que ver el carácter emprendedor de Don Cristóbal. Del año 1945 es el de la Virgen del Carmen, preciosa imagen que realizó Rafael Bar­bero Medina en ese mismo año. Esta devoción fue promovida por las espo­sas de los oficiales de la junta de gobierno de la Cofradía del Corazón de Jesús. Las señoras, en aquella época, no podían pertenecer a la nómina de la Hermandad dado que por costumbre solo se admitía a hombres. Sin em­bargo, ellas se organizaron como grupo de damas y promovieron la devo­ción de las Ánimas Benditas del Purgatorio y la materializaron costeando un bello y rico retablo, así como la preciosa imagen que lo preside. Entre las bienhechoras estaba la Excelentísima Señora Duquesa de Osuna. Ya en 1949, en una multitudinaria misa, el Cardenal Segura bendijo con toda so­lemnidad el clásico retablo del Sagrado Corazón de Jesús, realizado al igual que su paso por el tallista Jiménez Espinosa y diseñado por el hermano de la Cofradía, Don Martín Ongay. El barrio prosperaba y con él sus devocio­nes más sentimentales y entrañables. Impresionantes resultaban los alta­res efímeros de la novena de la Inmaculada, del Divino Corazón o de la Vir­gen del Carmen, con sus lámparas de cristal encendidas que ofrecían es­tampas llenas de belleza en las que el monumental templo se podía con­templar con toda su grandeza y esplendor.

Como en aquellos años el clima político y social favorecía la práctica religiosa, debemos destacar que en la ciudad prospera­ron muchas hermandades con el apoyo de la jerarquía. De peni­tencia se fundaron La Paz y Jesús Despojado en 1939, San Gon­zalo y Vera Cruz en 1942 y Santa Marta en 1949. También se crearon nuevas hermandades de gloria, como la Virgen de Ara­celi en 1944 o el Corazón de María de Heliópolis en 1948. Al mismo tiempo se reorganizaron las hermandades de la Pastora de San Antonio en 1939 y el Carmen de San Gil, Mercedes de la Puerta Real y Virgen de las Nieves en 1940. El por qué Nervión no se lanzó todavía a crear su Hermandad de penitencia, cen­trando su devoción popular y su referente más preciado en su Cofradía de gloria, tiene su respuesta lógica en la vida propia que poseía, todavía aislada y distanciada de la ciudad. Los gran­des espacios y enormes parcelas aún sin urbanizar hasta la Puerta de la Carne y la barrera generada en torno a la línea fé­rrea por una nutrida actividad industrial, mantenían la sensa­ción de lejanía y separación con la urbe a la que todavía se la di­visaba lejos, con la Giralda al fondo. Hasta se podía escuchar todavía a sus vecinos exclamar aquello de ¡voy a Sevilla! Por eso, podríamos decir que hasta los años 60, Nervión vivió en un cierto aislamiento que dio lugar al tiempo en que alcanzó mayores cotas de identidad y singularidad propias. La vida social, los paseos familiares y el ocio (en 1937 se había inaugurado el Cine La Gloria y en 1940 el nuevo Ner­vión Cinema) giraba en torno a su encantadora Gran Plaza, con sus altas palmeras llenas de dátiles, sus quioscos, sus niños y sus puestos de pavos en Navidad.

Don Cristóbal Garrido dando la primera comunión.
Novena al Corazón de Jesús en los años cuarenta.

Eclosión urbanística

Del barrio residencial al barrio comercial

‘Nervión Cinema’ en la Gran Plaza
Portada del programa de grandes fiestas en Nervión y la Ciudad Jardín de 1957.

La década de los 50 comenzó a significar para muchos un lento pero ascenden­te camino de superación de los peores años de la posguerra, que llegaría a al­canzar su cenit en la etapa desarrollista que vivió España a partir de 1959. En la barriada comenzaron a vivirse años algo más felices. De singular, podríamos definir la actividad del “Marqués de las Cabriolas”, personaje surrealista cono­cido en toda Sevilla por ser fundador de la peña humorística “Er 77” y cuya ca­seta era célebre en la Feria de Abril. En su casa de la calle Cardenal Lluch, insta­ló “el manicomio”, un lugar donde extender de algún modo la vida de su caseta al resto del año. Allí se rendía culto al vino y se organizaban actos benéficos a favor de los niños del Sanatorio de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, de los hermanos de San Juan de Dios. De aquel barrio festivo, todavía hoy son muy recordadas sus agradables noches de verano, de cines al aire libre con olor a al­bero recién regado cuando caía el sol, de terrazas llenas de familias sentadas en sus veladores de chapa, con sus macetas de albahaca y aquel indeleble olor a jazmín de los jardines. O su añorada ‘Velá’ del mes de junio en la Gran Plaza y sus aledaños, con sus bailes hasta la madrugada y en la que se celebraban com­bates de boxeo. Estas fiestas, verdadero encuentro de convivencia entre todos los vecinos, se hacía coincidir con la salida procesional del Corazón de Jesús, que era anunciada desde la parroquia con cohetería y un llamativo arco de bombillas que adornaba la puerta de la Iglesia. La nutrida comitiva recorría todo el barrio acompañada por la iluminación de antorchas encendidas y una interminable fila de niños con faroles.

En lo urbanístico, el barrio crecía sin parar. En 1950 se iniciaron las obras del Colegio Portaceli y ya casi podía verse terminado el nuevo e im­ponente Hospital de la Orden de San Juan de Dios que había diseñado Au­relio Gómez Millán para sustituir a la ya pequeña “Villa Amalia”. El 2 de diciembre de 1956 se coloca y bendice la primera piedra del nuevo estadio del Sevilla FC, el Ramón Sánchez Pizjuán. La zona se fue poblando de nue­vas familias, muchas procedentes del éxodo rural, con la construcción de nuevos edificios en cuyos bajos comerciales se abrían multitud de tiendas y bares, cobrando las calles cada vez más vida. A ello contribuyó también la creación de los nuevos barrios cercanos de la Candelaria, Nazaret y los Pa­jaritos, viviendas de tipo social, muchas de ellas promovidas y financiadas por la Iglesia a través del Patronato de la vivienda, destinadas a mejorar las condiciones de vida de la zona de Amate y que se fueron entregando desde 1955. Todos aquellos vecinos venían en masa a Nervión a hacer sus com­pras. Ejemplo de ello fue la Avenida de Marqués de Pickman, que por en­tonces comenzó a convertirse en el paseo comercial que sigue siendo hoy, al construirse en su mismo corazón el Mercado de abastos, el cual fue ben­decido por el Párroco Don Cristóbal Garrido en 1954. Tanto creció en po­blación la feligresía que hubo de ser redimensionada con la creación de las nuevas Parroquias de Santa Teresa, la Blanca Paloma y la Candelaria, desti­nadas a satisfacer a las nuevas zonas edificadas más allá del Tamarguillo.

En 1957, al fallecer el Cardenal Segura cuyo pontificado sería calificado por algunos de despótico y tosco, ocupa la sede sevillana el que fuera su ar­zobispo coadjutor, Don José María Bueno Monreal. En 1963 se produce un hecho que todo el barrio tuvo que lamentar: el fallecimiento de su querido párroco Don Cristóbal. Estos dos últimos acontecimientos significaron un cambio de ciclo y fueron determinantes para los hechos que desencadena­rían unos años después en la fundación de la hermandad de penitencia.

Puente sobre el Tamarguillo.

El Vaticano II

La Santa Misión de 1965

Juan XXIII. Llega la modernidad y el Vaticano II
El Cardenal Bueno Monreal, participó en el Concilio. Llevaba consigo la cruz pectoral de su consagración como obispo, que después, como veremos más adelante, terminó en Nervión.

Todo el vecindario sintió mucho el fallecimiento de Don Cristóbal, tan ubérrimo durante las dos últimas décadas, y fue muy consciente de todo lo que se perdía con él. La realidad social también va a experimentar grandes cambios, principalmente con las medidas económicas del Primer Plan de Desarrollo de 1963 y con el gran boom del turismo que supuso un impulso considerable al proceso de modernización del país (en 1964 ya nos visita­ban catorce millones de turistas).

El desarrollo económico de los años sesenta trajo consigo la aparición de las clases medias y con ellas la sociedad de consumo. Aquel núcleo aislado que fue Nervión hasta hacía poco tiempo se había vuelto ya irreconocible, colmatado de altos bloques y cruzado por grandes avenidas donde comenza­ron a aparecer los primeros coches, principalmente seiscientos, con los que muchas familias se incorporaron a la modernidad. A ello habría que sumar la explosión de la comunicación masiva que supuso principalmente la creación de Televisión Española, que fue introduciéndose paulatinamente en todos los hogares sevillanos desde 1961 con la construcción de la torre emisora de Guadacanal. Fueron los años de los Beatles, Vietnam, el ‘Mayo francés’ y la “nueva cultura”: nivel de vida, coches, vacaciones, playas, ruptura generacio­nal, televisión… Todo ello empieza a generar una liberalización de las cos­tumbres y una nueva mentalidad. Don Manuel Calero, al tomar posesión como nuevo párroco, se encontró una Parroquia decadente y sumida en una doble crisis: el desgajamiento de una parte fundamental e histórica del terri­torio de su feligresía, la Ciudad Jardín, con la creación de la Parroquia de la Milagrosa al año siguiente de su llegada (1964) y el debilitamiento de las creencias religiosas que trajo consigo los movimientos de la contracultura de los años sesenta, la cual desembocó en una desbandada de fieles y en una im­portante crisis de vocaciones a nivel general. La Iglesia de Sevilla por su par­te había comenzado una nueva etapa con el carácter afable y dialogante de Bueno Monreal y esto resultó fundamental, ya que con él se vivieron los cam­bios del Concilio Vaticano II y la transición democrática pocos años después.

El Concilio Vaticano II, cele­brado entre 1962 y 1965, fue el acontecimiento religioso más importante del siglo XX y des­plegó el horizonte de la Iglesia en los difíciles y apasionantes momentos de una transición his­tórica. Su convocatoria por el Papa Juan XXIII, fallecido poco después, respondió a una nece­sidad vital. Mientras el mundo, superada la gran guerra, avanza­ba a pasos acelerados en pro­puestas, descubrimientos e in­novaciones, la Iglesia parecía no sólo detenida, sino fuera del tiempo y aislada de la sociedad. Su Santidad quiso “abrir sus ventanas” con opti­mismo, con la finalidad de poner al día el modo de transmitir su mensaje para que fuese entendido por el hombre moderno. En lo cotidiano, todo aquello produjo una profunda renovación de la liturgia, más accesible a los fieles, y otorgó a los laicos un papel más activo, redescubriendo su pa­pel misionero. Pero principalmente, la Iglesia supo que para entenderse con este nuevo mundo tenía que centrarse en la unidad de todos los cris­tianos y en recuperar con vigor la Iglesia de los pobres en estricta fideli­dad al Evangelio.

Bueno Monreal estuvo presente en las sesiones del concilio y se apresu­ró a traer fielmente sus enseñanzas a Sevilla. En una entrevista del diario ABC decía: “la renovación de la vida cristiana de Sevilla, renovación indivi­dual y comunitaria de todos los que constituyen la ciudad y de la ciudad misma, está en la línea renovadora del concilio y en el programa que nos ha trazado el Papa Pablo VI, en la Ecclesiam Suam. Las cofradías y asociacio­nes tienen que integrarse en el conjunto apostólico y unitario de la ciudad, sin perder ninguna de sus tradicionales riquezas. Tenemos que abordar el apostolado de los barrios alejados, de los núcleos pobres, de los grupos es­pecializados del mundo del trabajo y del ambiente santificador”.

Fundamentado en este pensamiento, el Cardenal quiso celebrar una Santa Misión en Sevilla, pidiéndole a todas las hermandades de la ciu­dad que llevasen sus Imágenes Titulares a los distintos barrios periféri­cos, en donde carecían de referentes devocionales. Resultó sin duda un gran acontecimiento, en el que se emplearon dos años de preparación y para el que colaboraron cincuenta hermandades. Con el lema “Dios quiere hablarte, óyelo”, se habilitaron un total de 166 centros misiona­les con casi cuatrocientos misioneros llegados de distintas partes del mundo, los cuales fueron dispuestos en puntos concretos presididos por una Imagen devocional, repartiendo de ese modo tan especial el mensaje del Evangelio de Cristo. El Centro Misional de Nervión se si­tuó en el Colegio Santo Domingo Savio de la calle Madre María Teresa y estuvo presidido por la hermosa talla del Jesús de la Redención de Cas­tillo Lastrucci, de la todavía joven Hermandad del Rocío de Santiago, la cual fue trasladada hasta allí de modo privado.

El Párroco Don Cristóbal Garrido, con el característico sombrero de teja, justo antes de bendecir el nuevo mercado de Marqués de Pickman, en 1954.
La Avenida de Eduardo Dato con la Giralda al fondo.

Epifanía del Gran Poder en Nervión

Advenimiento de la hermandad de penitencia

Los niños enfermos de San Juan de Dios reciben al Gran Poder.

La divina providencia hizo todo lo demás. Consideramos de un valor simbólico excepcional y por eso lo traemos aquí, lo que aconteció en Nervión el 27 de enero de 1965. Los barrios obreros, edificados en la pe­riferia tras el cauce del Tamarguillo, eran prioritarios para la Diócesis por sus características de desarraigo y vulnerabilidad. Costó décadas transformar aquella extensión de chabolas de los años 20 en unos ba­rrios humildes, pero dignos. Por ello, se reservó para aquellas familias trabajadoras lo más querido, el referente devocional más importante de la ciudad, el Señor del Gran Poder. El destino elegido fue el centro mi­sional instalado en la Parroquia de Santa Teresa en Amate, donde un día estuvo “Villalatas”. A las nueve de la mañana de un frío miércoles del mes de enero, el Señor partió de San Lorenzo al encuentro de los más suyos, los desfavorecidos, los incomprendidos, los sin voz. Si el Vatica­no II, reinando ya Pablo VI, estaba resultando ser el Concilio de la Mi­sericordia, nada como Jesús del Gran Poder podía representarla con su rostro sufriente y la carga de su pasión. Fue así como, rompiendo obstá­culos y barreras, cruzando las vías del tren y tendiendo puentes, el Se­ñor se apareció por la Avenida de Eduardo Dato surcando aquella nueva Sevilla con sencillez, sin más ornamento que su cruz. A pesar del frío y del desapacible día, el barrio lo recibió envuelto en sus abrigos con júbi­lo interior. Ante la amenaza de lluvia, la procesión discurrió con un pa­so avanzado y llegó al Sanatorio de San Juan de Dios antes de lo previs­to, poco después del mediodía. Allí lo recibió la Orden con repicar de campanas, cohetes y las oraciones de los niños enfermos junto a las per­sonas congregadas. El hermano superior Fray Serafín Madrid, le dedicó unas entrañables palabras: “Es grande nuestra emoción. Bienvenido seas, Jesús del Gran Poder. Tu imagen está por primera vez entre noso­tros. Pero tu poder está aquí permanentemente. Tú sabes tocar los cora­zones de las almas buenas”. Poco tiempo después de pronunciarse aquel intenso y emotivo discurso, los designios del Señor y su Divina Provi­dencia obraron un imprevisto que hizo historia, para quedarse prendi­do para siempre en nuestras memorias.

Comenzó a llover con fuerza. Había que tomar una decisión con rapidez y la junta de gobierno decidió desviar el recorrido previsto, llevando a las imágenes del Señor del Gran Poder y de la Santísima Virgen del Mayor Do­lor y Traspaso, que venía tras Él, hasta la cercana Parroquia de la Concep­ción por ser un refugio seguro y acorde con la situación. Al llegar la comiti­va, se produjo el contratiempo de no encontrarse las llaves del templo dado que no estaba prevista tan venerable y grandiosa visita. Después de unos minutos de nerviosismo, con el Señor en la calle y la lluvia arreciando, se decidió romper la cerradura de la puerta principal de la Iglesia. Cuando el párroco Don Manuel Calero llegó ya se encontraban las sagradas imágenes en el interior. Don Manuel no se quejó ni mucho menos por el destrozo y, al contrario, felicitó a la hermandad con gesto de aprobación: “Habéis hecho lo que teníais que hacer”.

¿Y qué quiso traernos el Señor, traspasándolo todo con su Poder? ¿Qué significado tuvo aquella visita tan insospechada?

Como decíamos, en aquellos tiempos decadentes para la fe, el estado de ánimo del párroco era de preocupación y desesperación por el destino de su feligresía. Y casi sin pensarlo, la Parroquia, en aquellos instantes excep­cionales, acogía entre sus muros nada menos que la imponente presencia del Señor del Gran Poder, principal asidero devocional de todos los sevilla­nos, operando en una Iglesia dinámica que salía con decisión y sin ataduras al encuentro de los nuevos tiempos y las nuevas generaciones. El Vaticano II también había suscitado una rica reflexión sobre la religiosidad popular y su importancia como medio de acción evangelizadora y sin duda, aquel acontecimiento se mostraba como un ejemplo eficaz.

Al marcharse el Gran Poder y seguir su camino, nos dejó, casi sin darnos cuenta, muchas certezas. Con el paso del tiempo, la nueva geografía urbana había transformado poco a poco al barrio, convirtiéndolo en uno de los pul­mones de la capital y en su centro geográfico y financiero. Nervión ya no se sentía lejos de la ciudad y aquella visita se reveló con un gran significado, acortando definitivamente las distancias. De algún modo, Sevilla había en­trado desde hacía años en un proceso de transformación y aquella ciudad de siempre, encerrada en sus murallas y llena de encanto, se desbordaba en los nuevos barrios con su imparable modernidad. Pero los cimientos de la tradición seguían firmes y el Señor, Padre de los sevillanos y su devoción más querida -cuántas plegarias habrá recogido de tantos a lo largo de cuatro siglos- estaba allí, derramando a su paso, providencialmente entre nosotros, todo el peso de la historia y la religiosidad sevillana, mostran­do el camino a seguir y sembrando la semilla co­rade, siempre fecunda, que habría de germinar muy poco tiempo después.

Y fue así cómo poco tiempo después, en 1968, inspirados por el impacto que les causó aquel epi­sodio y viendo clara la necesidad, un grupo de jó­venes que frecuentaba la parroquia planteó a Don Manuel la fundación de una hermandad de peni­tencia para Nervión. Tras unas primeras conver­saciones, quien dio el primer paso decisivo para comenzar con la idea fue Juan Antonio Cuevas Muñoz. Al principio el sacerdote dudó pues le costaba entender que crear una nueva herman­dad, algo más bien ‘medieval’ y de lo que había que huir, pudiera ser interesante en aras de la mo­dernidad religiosa que representaba el concilio. Pero estamos convencidos de que debió acordar­se de aquella visita del Señor del Gran Poder y del testimonio de fe y devoción que significó. Él sabía que la escasa feligresía existente en esos momen­tos no tenía ninguna identidad con nada y ese fue su acicate. Al poco tiempo, Don Manuel se apre­suró y fue al Colegio Santo Domingo Savio, donde impartían clases el propio Juan Antonio Cuevas y Cristóbal Jiménez Sánchez. Este último, había si­do seminarista y gozaba de buena formación, por eso el párroco fue en su busca. Aquello tenía que ser algo serio. Si bien Cris­tóbal, al principio tuvo dudas, su entrega y contribución sería desde enton­ces fundamental. Hubo decisión firme y en aquella conversación se com­prometieron a hacer algo formal y bien ponderado, con el objetivo de lo­grar la unión de toda la feligresía. Nervión, como gran barrio de Sevilla, es­taba ya preparado para tener su hermandad de penitencia en la que desa­rrollar una ilusionante y fecunda labor de apostolado. Con espíritu joven y entusiasta se creó una comisión organizadora y fueron pronto a ver al Car­denal. Pensaron en un Cristo llamado de la Sed, en recuerdo de aquél triste­mente perdido en la guerra y que encargó el cardenal Ilundain en los oríge­nes de la Parroquia. Y pensaron en una Virgen con el nombre de Consola­ción, Madre de la Iglesia, títulos inspirados por los documentos del Conci­lio. El cardenal les apoyó con una condición: la nueva Hermandad no podía ser como las demás y debía guardar unas diferencias siguiendo las directri­ces de los documentos del concilio. Nació así lo que muchos identificamos como el “espíritu fundacional”, que propició en los inicios unos años tan apasionantes como controvertidos. Y así, entre aquellos jóvenes cofrades, con inmensas ganas de trabajar y preparados para ayudar a su párroco a afrontar el difícil futuro que se avecinaba, nació nuestra querida herman­dad, de la que en este tiempo celebramos con gozo sus primeros cincuenta años.

El Gran Poder llegando a Nervión por Eduardo Dato
El Párroco Don Manuel Calero Gutiérrez.
Epifanía del Gran Poder en Nervión. El Señor se va, dejándonos la semilla cofrade que germinaría poco tiempo después en la Hermandad de penitencia.
BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES CONSULTADAS

Estos libros y documentos son nuestros principales acreedores. Sin ellos, no hubiese sido posible resumir y ordenar los datos que nos han ayudado a analizar y hacer comprensible la historia que humildemente hemos tratado de contaros:

  • NERVIÓN, UN BARRIO DEL SIGLO XX. Artículo de Nicolás Salas, publi­cado en el boletín nº 27 de la Cofradía del Sagrado Corazón de Jesús de mayo de 2003.
  • NOBLE E HISTÓRICA MEZCOLANZA “NERVIONENSE”. Artículo de Antonio Bustos, publicado en el boletín nº23 de la Cofradía del Sagrado Corazón de Jesús de junio de 1999.
  • NERVIÓN. Artículo de José María Gómez, publicado en HERMANOS, boletín nº 50 de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Sed, de febre­ro de 1987.
  • ENSAYO BIOGRÁFICO DEL CARDE­NAL ILUNDAIN Y ESTEBAN. Por Lau­reano Tovar, editado por la editorial Aramburu (Pamplona), en 1942.
  • B.O.A. Boletín oficial del Arzobispa­do, 26 de diciembre de 1930.
  • LA CONCEPCIÓN. Memoria históri­ca sobre el templo Parroquial de Nervión, editada por la Cofradía del Sagrado Corazón de Jesús en junio de 2004.
  • CARTA ABIERTA A DON RICARDO LUCENA. Publicado en HERMANOS, BOLETÍN nº 88 de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Sed, de sep­tiembre de 1988.
  • AL ESTE DEL EDÉN. Estudio demo­gráfico del crecimiento urbano en el sector oriental de Sevilla (1922- 1935). Por José Almuedo Palma, edi­tado en 2009 por el Ayuntamiento de Sevilla, Patronato del Real Alcázar.
  • CAMINO A NERVIÓN. Libro sobre la exposición fotográfica sobre Ner­vión (1897-1976) de la fototeca Muni­cipal de Sevilla y editado por el Exce­lentísimo Ayuntamiento de Sevilla en 2013.
  • LOS ORÍGENES DE NERVIÓN Y DE SU COFRADÍA DEL SAGRADO CORA­ZÓN DE JESÚS. Artículo de Francis­co Javier Escudero Morales, en Bo­letín de las Cofradías de Sevilla, nº 569. Sevilla, julio de 2006, pp. 494- 498.
  • CORAZÓN DEL ANTIGUO NERVIÓN. Artículo de Carlos Colón Perales en “La ciudad y los días”, publicado en Diario de Sevilla el día 5 de junio de 2005.
  • EL PASO PROCESIONAL DEL SA­GRADO CORAZÓN DE JESÚS. ANTE­CEDENTES Y ACTUALIDAD. Artículo de Francisco Javier Escudero Mora­les, en Boletín de las Cofradías de Sevilla, nº 544. Sevilla, junio de 2004, pp.499-500.
  • EL PODER DE LAS IMÁGENES. Ico­nografía de la semana santa de Sevi­lla. “AMARGURAS Y ESPERANZAS. La semana santa de la dictadura a la de­mocracia”, por Carlos Colón Perales. Editado por Diario de Sevilla en 2000.
  • XXV ANIVERSARIO FUNDACIONAL, 1969-1994. Editado como separata del Boletín “HERMANOS”, de la Herman­dad Sacramental del Santísimo Cristo de la Sed, en 1995.
  • ÁLBUM DE PRENSA. XXV ANIVER­SARIO FUNDACIONAL. Editado por la Hermandad del Santísimo Cristo de la Sed en 1994.
  • LA LLAMADA DEL SEÑOR CARDE­NAL, por Antonio Fonseca Fonseca, en HERMANOS nº 131, anuario de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Sed. Sevilla 2015, pp. 122-127.
  • ENTREVISTA AL SACERDOTE CRIS­TÓBAL JIMÉNEZ SANCHEZ, por Mi­guel Alberto Fernández Melero, en “HERMANOS” nº 129, anuario de la Hermandad Sacramental del Santí­simo Cristo de la Sed. Sevilla 2013, pp. 63-67.
  • ARCHIVO COFRADÍA DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. Parroquia de la Concepción Inmaculada de Sevilla.
  • ARCHIVO HERMANDAD SACRA­MENTAL DEL SANTÍSIMO CRISTO DE LA SED. Parroquia de la Concepción Inmaculada de Sevilla.
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