A continuación le ofrecemos el texto completo del Pregón de 2.005, realizado por nuestro Hermano D. Juan José García Delgado en el Salon de Actos de la Facultad de Empresariales.
“Inútil pregón misterioso, que ruedas brutalmente,
como un instinto hecho carne libre…”
Juan Ramón Jiménez
Al que tiene que llegar,
a la inmensidad que nos queda
juntos por descubrir.
TIEMPO DE SIEMBRA
Fue, en esa hora incierta cuando la penumbra no ha sucumbido aún a los primeros rayos de sol, esa hora en que algún preso se asoma a la ventana de su celda en el desvelo de una ausencia a mirar campiñas imposibles cubiertas por la bruma, esa hora en que los mirlos aprovechan la soledad de los parques para bajar a los senderos, esa hora por donde aún en los campos andaluces los girasoles duermen cabizbajos. Hora incierta pero llena de Verdad, de una Verdad traspasada, clara, transparente que flota en la casa aún dormida con olor a miel, entre cíngulos y túnicas planchadas envueltas en la imprecisa media luz del alba, una Verdad que ahora sabe, se llamó Sevilla. Hora en que la inquietud de los momentos a vivir espabila al niño ilusionado que fue.
Era domingo, Domingo de Ramos, y en cuanto la penumbra de la noche diera paso al sol más claro, iría por primera vez a descubrir en las sombras de San Juan de la Palma un diálogo silencioso, un diálogo eterno que aún perdura intacto…
-¿Pero qué le dice San Juan a María? –preguntaba en el asombro del descubrimiento.
-Está consolando su amargura. –le contaban al oído para no romper el silencio mágico del TEMPLO.
“Pero eso es tarea imposible”, pensaba mirando el rostro inconsolable de María.
A partir de aquel primer momento regresó cada año fiel a su cita, volvía arcano y discreto a contemplar el magnífico acierto de la interpretación del pasaje amargo según Sevilla, una y otra vez, sabiendo la difícil, la imposible tarea de San Juan. María sería Mara para siempre, y escuchaba en un eco enigmático las palabras del relato de Ruth leídas tantas veces en las paredes del templo, “No me llaméis Noemí esto es hermosa, sino llamadme Mara esto es amarga, porque el todopoderoso me ha llenado en extremo de amargura” (Ruth. 1,209) y estaba convencido de que Juan fracasaría una y otra vez en su bienintencionado intento, no habría jamás consuelo posible para tanto dolor…
Y con todo ese insondable y recóndito convencimiento del muchacho, llegó aquel otro Domingo de Ramos rozando ya la adolescencia, en la dulce y anhelada vuelta que da el palio desde San Juan de la Palma a donde se asoman y confunden Regina, Viriato y calle Feria, cuando… se posaron sus ojos en las manos de San Juan, y ellas, sus manos, un sendero de surcos firmes señalaban, un sendero de certeza y de verdad, de esa verdad antigua, de antes del origen y del ser, y su mirada no pudo más que seguir la indicación que María no miraba absorta en el dolor. Y vio a lo lejos, los pináculos blancos de una antigua puerta ya inexistente que hacia Carmona se abría, y vio un antiguo convento llamado de San Agustín, y un acueducto al que Caños de Carmona los sevillanos llamaron, y más, aun más lejos un bello templete con Cruz que rodeada de campos y huertas estuvo, y un campanario de parroquia lejana a los antiguos muros que rodeaban la Ciudad, que se erguía distinguido detrás de antiguas y hermosas espadañas, y vio un barrio de tierra fértil extendido y atento a los latidos de una ciudad que crecía sin enterarse de que la vida empuja como las olas del mar, sin enterarse aun que las semillas de la existencia y la memoria, las semillas del espíritu y el sentimiento, son capaces de cruzar los océanos más inmensos, las distancias más incalculables en el viaje de la herencia y la creencia, y así esas manos llenas de las semillas del ansia le hicieron ver con sus ojos de niño, las calles por donde él mismo jugaba, vio su calle, su colegio, era su barrio lo que San Juan señalaba. Volvió a mirar la lejanía y comprendió en ese instante que su señal suave quería sacar a María de la calle de la Amargura, sus labios pronunciaban en ese instante, pronuncian siempre en aquella esquina, -fíjense, escúchenlo-, los nombres de las calles, de las plazas, de los lugares que nacieron de esta tierra para confortarla, pronuncia…, pronuncia lentamente vuestros nombres, id a verlo, id a escucharlo, porque Él sabe cada año que no habrá en Sevilla otro lugar, que no habrá en Sevilla más sevillanos que puedan consolar tan dulcemente su llanto, que puedan cambiar el negro de sombras oscuras del dolor de sus ojos por la mirada azul del consuelo humilde y consagrado que le dará mi barrio, por eso San Juan señalaba, señalará eternamente con sus dos manos firmes, con sus dos manos de sembrador de anhelos, el sendero más corto que nos llevará a la gloria, la senda más cercana que nos llevará al gozo de saber que María de la Amargura cuando amanece el Miércoles Santo deja de ser Mara para ser Consolación y más que nunca Madre de la Iglesia. Por eso perpetuamente, por siempre, por los siglos de los siglos, desde ese lugar de rosa de los vientos, de los cuatro caminos, San Juan nos devolverá al único lugar que le dará el consuelo que María alcanza, que no es otro que este, mi Barrio.
Hoy vengo a contaros, a proclamar a los vientos y a la luz, desde este atril que humildemente y sin ningún atisbo de duda inmerecidamente ocupo, una historia de amor, de amor y de dolencia, porque el amor, el amor duele, el amor hiere, porque cuesta sentir profundamente y no herirse, pero herirse también es consecuencia de vivir y fortalecerse, por eso vengo a contaros una pequeña historia y un inmenso sentir de hace ya años, muchos años; historia y sentir que sé que es la de muchos de vosotros también, cada uno enamorándose en un instante íntimo y diferente, viniendo por un sendero distinto pero llegando al mismo lugar, a la misma primavera, a la misma luz de unos ojos, a la misma razón dorada de una Palabra, la de Él en el madero, lección de Amor que nos proclama que cada primavera, cada flor blanca de azahar, cada olor de sus frágiles pétalos desmembrantes y las fibras sensibles que tejen nuestros corazones estarán vivos para siempre por su amor infinito.
Yo seguí aquel día la indicación de las manos de San Juan para reencontrarme, para volver “a mi huerto y a mi higuera por los altos andamios de las flores”, al que hoy me encomiendo y pido su valentía, la brillantez de su pluma que mojaré en mi corazón rebosante de la tinta carmesí del sentimiento, sentimiento que me ha hecho sufrir y gozar los avatares de nuestra Hermandad como a Él le haría sufrir y gozar la proximidad del maestro, gozar la enseñanza de su palabra, el reconocimiento de su sabiduría plena, y después de tanta Verdad, de tanta Vida sufrir tan de cerca el escarnio de la muerte de Jesús para cumplir los designios del Padre obedientemente. Yo sé que San Juan, estando junto al Padre y habiendo conseguido con su empeño interminable su dulce fin acompañando todo el año en su altar a Santa María de Consolación, sabrá perdonar la licencia sevillana que he tenido el atrevimiento de tomarme, y sé también que él tiene desde aquí la dispensa, el perdón, la venia anual de las Leyes Sevillanas, pues aunque no tenga nada que estrenar cada Domingo de Ramos, señalando con tanto amor como señala el lugar que consuelo le da a la Madre de Dios y Madre de la Iglesia, jamás perderá sus manos santas.
Por todo esto antes que nada…
Hoy vengo a pedirte Juan
no perderme en el camino,
seguir tus manos blancas,
tu ejemplo valiente y vivo.
No renunciar a la fuente,
a su fuente de agua mansa
que del cielo fue transportada.
Fuente en la que bebimos
para seguir su palabra amada,
para tomar su cuerpo y sangre
convertidos en pan y en vino.
Quisiera que me prestaras Juan
la luz de tu pluma clara
pa’ poder decir Sevilla
y que Él esté en cada plaza.
Y poder decir campana,
varal, guardabrisa,
y que allí esté mi alabanza,
mi más hondo rezo completo
a su sangre derramada.
Que así me enseñó a rezar
el pueblo de mis mayores,
a Dios que entre mil flores
de frente nos hará andar,
de frente siempre de frente
que no se mueva un varal,
pregúntale al corazón
que el sea quien te lo cuente,
que el sea de nuevo quien muestre
la fe que de niño aprendimos
mirando unos ojos celestes.
Por eso hoy vengo a pedirte Juan
Tu fe, tu piedad, tu firmeza
y tu esperanza.
Tu empeño, tu lealtad, tu entereza
y tu constancia.
La decisión de tu voz
aquella que repitiera
sin el desmayo del dolor
con el brillo del nuevo día
al pie de implacable cruz
al oído tierno de María
que Dios a pesar de las sombras
a pesar de la aflicción
será la eterna armonía,
será por siempre la luz
vencedora de la muerte
con la espada del amor.
Por eso hoy vengo a pedirte Juan
Con mi cabeza por ti a Ellos reclinada
La fe, la luz, y la unión de tu pluma clara.
SALUDOS
Rvdo. Padre Sr. Cura Párroco de la Concepción Inmaculada de la Stma. Virgen María
Hno. Mayor y Junta de Gobierno
Bienaventurados Hermanos y Cofrades de Nervión.
Amigos todos.
TIEMPO DE LUNA NUEVA
El chirriar lastimero y cansado de los goznes de las puertas de la Parroquia, el sonido bronco de cerrojo antiguo al cerrarse con la dificultad y el desasosiego de una despedida, de un adiós, han pasado desapercibidos, han sido acallados por el estruendo de aplausos dentro y fuera del templo, como algo que acaba, pero en realidad es ese algo que empieza en ese instante y que durará todo un año. Es el inicio en el final de los días que nos anunció el color de los ojos de María cuando empezó la mañana, Ahora se consume su último movimiento lleno de mimo, como un abrazo apacible y tibio. Los costaleros la alojan suave y cansada en el lugar donde volveremos para verla y recrearnos con la calma de la soledad, del diálogo íntimo, lleno de piedad, antes que sea trasladada a su altar y desmontado su paso, para dejar en nuestra retina, esa que nos humedeció y nos purificó la emoción y la conmoción del Miércoles Santo vivido, su imagen de realeza en el trono de su paso.
Aún entre la candelería gastada y los altos candelabros del Señor, flotará el incienso surcado, traspasado por las esquinas de la Ciudad, las flores se marchitarán mansamente después de estallar de tanta luz, de tanta vida. Pero antes, aún en la estrenada noche, noche ya de Jueves Santo, sonará un último clamor, como un suspiro inmenso, esta vez el dedicado solo y exclusivamente por los hermanos dentro del templo a sus imágenes, y que nos clavará en el corazón el ansia de volver a empezar para ser mejores. Ya todos, despojados de los antifaces, de los costales, vuelven a tener el rostro conocido, ahora cansados, pero con la luz en los ojos del fin cumplido, de la dura penitencia realizada, extenderán sus manos y sus brazos uniendo sus corazones en un abrazo, sentiremos tan cerca el paraíso que dudaremos un instante si todo ha sido un sueño, pero nos sacarán de las dudas las manos cercanas de un hermano que te estrecha los hombros, que toca tu espalda cansada, y comprenderemos el misterio y el peso de la verdad de Dios, de la verdad del Señor, Él sigue extendidos sus brazos hasta el dolor extremo en su abrazo universal y eterno, ha sido mucho lo comprometido, ha sido muy alta nuestra promesa, inmensa nuestra afirmación de fe, nuestro ejemplo de vida para todo un año tendrá otra vez que ser cumplido, porque así ha sido grabado en nuestra frente, colgado en nuestro pecho. Por ello no puedo dejar pasar este instante sin antes legar como si acabara de terminar la Estación de penitencia más intensamente vivida, con igual emoción y aprecio, mi abrazo más veraz y mi más sincero agradecimiento, a mi buen amigo y presentador por sus palabras, más dictadas por la amistad y el afecto que por las cualidades o méritos de quien os habla, a mi Hermano Mayor y Junta de Gobierno por el inmenso honor que me han causado al encomendarme esta delicada labor, para mí tan llena de amor como de responsabilidad y a todos los que me han animado y se han alegrado junto a mí desde mi designación.
Porque debo hablaros, y hablaros de ese algo que rara vez puede ser narrado, que rara vez se nombra, porque difícilmente puede ser relatado con palabras, ahora quizás comprenderéis mi reticencia siempre a ser pregonero, porque vengo a hablaros de lo invisible, del misterio, de la trascendencia, de lo que se oculta detrás de nuestras imágenes, de lo que se trasmite de interior a interior, sin palabras, sin principio ni final, vengo a hablaros del pálpito íntimo, de la afectividad más personal, de la simple autenticidad del sentimiento, de aquello que el pudor hace que callemos, porque es nuestra sencilla y escueta verdad, esa que sin encarnaduras recorre las rutas antiguas y mágicas del tiempo y se queda enredada en él para siempre, yo vengo a hablaros de la emoción de las cosas vivas, del horizonte deseado de mis ojos, cuando todo empieza, cuando tomamos el camino de regreso a casa en la ya alta noche, después de haber recordado conmovidamente en silencio una vez más a nuestros hermanos difuntos antes de salir del templo, para cruzar unas calles, una Gran Plaza con los restos aún de lo vivido tan profundamente desde el alba anterior, recuperando el silencio lentamente, los árboles de la avenida Cruz del Campo estrenando sus hojas nuevas movidas por el viento suave, cuando te vuelves un momento a mirar la Parroquia cerrada, los ojos tras el antifaz más abiertos que nunca, porque sabes que no volverás a verla así hasta el año que viene, agua esculpida, música helada en piedra, arquitectura protectora en medio de la noche, y la descubres iluminada por una luna inmensa que cae sobre las balaustradas, posándose en los pretiles, en los brocales haciéndolos de plata, las antorchas encendidas de luz como si de fuego fueran. Es Jueves Santo. La silueta del Señor en todo lo alto con una atracción irrefutable, dejando resplandecer sobre su cúpula las palabras escuchadas, las almas acogidas, los besos dados, los llantos derramados, los pecados perdonados, las gracias concedidas, piedra, columna, ala erguida a la luna, cantando un himno, el himno de los hombres, han sido 75 años, el 10 de mayo uno más desde su bendición, acogiendo nuestra fe, nuestra piedad, nuestros deseos y anhelos, nuestros sueños, nuestras vacilaciones y titubeos, nuestras confianzas y certidumbres, nuestras deserciones y culpas, nuestro arrepentimiento…, nuestras vidas, hermosa imagen nuestra, por eso sigues confiado camino a casa sintiéndote esa pequeña parte de todo, esa pequeña gota perdida, en esa inmensidad oculta que se nos ha mostrado desnuda hoy, que nos llena de dicha y de apego, sientes fuertemente que la cooperación y la solidaridad son armas de afecto, lenguajes de atracción y razones, las leyes profundas y ocultas que nos definen, de ahí su fuerza y su eficacia contra el odio, contra la miseria y la degradación que hace que todo desemboque como un río en esa unión misteriosa y sentimental que llamamos vida. No lo olviden, ese es el poder de nuestra fuerza, lo inexplicable del amor, la razón de nuestros sentimientos, íntimos y compartidos, habrá quién no nos entienda, pero nosotros volveremos siempre, pase lo que pase, por eso cuando abras la puerta de casa sin hacer ruido, encontrarás de nuevo el mismo olor a miel que te esperaba cuando eras niño, pero algo cambia, algo crece, casi sin darnos cuenta, alguien se va sumando al rito mantenido de siempre haciéndolo eterno, ahora encontrarás dos túnicas negras manchadas de cera roja, dos capas blancas con los restos del asfalto moteado en los bajos, y escucharás dos respiraciones profundas, pausadas por el sueño y el cansancio, pequeñas penitencias de niños que duermen ya, duermen con el cobijo de la luz, de la luz que vencerá a las sombras, lo saben, lo han visto en el alto sol del medio día cuando la Cruz de Guía partía en camino luminoso, y lo han leído al atardecer en sus manos llenas de cera ardiente, cuando la mirada de océanos inmensos del Cristo de la Sed traspasa las sombras de la tarde, saben que tras la oscuridad de la noche llegará el sol más claro, el sol de Dios, el sol que los cegó de expectaciones cuando se abrieron las puertas, el mismo sol que dará al badajo la señal sonora que nos llamará en la tarde al festín de la hogaza caliente del cuerpo del Señor y que se nos mostrará ya en el monumento en la prodigiosa redondez de lo perfecto, de lo consumado, de lo absoluto.
TIEMPO DE CALMA Y ACECHO
Este es el comienzo y la verdad. Esa es mi Hermandad, la que derramará en la convulsión de cada levantá el fundamento del ser y del estar, el fervor de la existencia, el poder de lo sagrado, la sacudida de lo hermoso, el escalofrío de lo leve, la quietud de la humildad, el sueño de lo eterno. Yo aprendí a vivir la Semana Santa cuando aún existía una de calles vacías, de emoción y gozos compartidos, de complicidad en las miradas de los pocos que allí estaban sin haberse visto jamás, yo he vivido regresos de Lunes Santos de calles solitarias, pero donde no faltaba nadie, porque estaban llenas de sobrecogedora veneración, de conmovedora devoción, por eso mi Hermandad también es la de la noche del Jueves Santo que dispersa a nazarenos solitarios y leales, que volverán con su limpia y alta fidelidad al Señor, sin servilismos de índoles confusas, volverán sin esperar ninguna convocatoria de cultos, volverán con la única llamada de sus imágenes en las tardes de invierno, a mantener vivo el diálogo intimo e inacabable con su fe. Mi Hermandad es la de los que siempre han estado en la cubierta de la barca frágil aunque sus velas se hayan desgajado en el temporal, es la que en las mañanas perezosas del otoño, cuando al alba le cuesta más tomar el vuelo, pasa camino de sus tareas y labores cerca de la Parroquia, y toca con la mirada la pared donde descansa, detrás del anchuroso muro, el altar de sus imágenes, y las percibe en su corazón en la inmensa quietud del templo, el titilar de la luz del Sagrario, las sombras heridas por el brillo de sus miradas, la tímida luz entrando por las vidrieras de los altos ventanales, y se le llena el alma de efusión y de dulzura, de la grandeza de lo sagrado. Mi hermandad es esa que cuando la tarde se hace invierno y devoción por calle Águilas dejando a la verdina extenderse por los tejados de la casa de Pilatos, y resuena el último “Demos gracias al Señor” por los conventos y parroquias, recuerda con emoción callada, el caminar cansado y dorado del Señor, el acompasado y elegante andar de la Virgen y su testimonio que se hizo de todos y para todos liturgia viva, herencia insondable y tradición inmensa, es la de las palabras nuevas que con raíz antigua se presenta a la ciudad culta e inmemorial y sus calles milenarias. Esa, esa es la Hermandad, mi Hermandad y su verdad oculta, la que quizás pase a veces desapercibida hasta a sus propios gobiernos, pero la que atesora y guarda la esencia del ser y su sentidos. Y a veces pienso que no es aquella pequeña que solo convoca aficionados de mecidas vanas y músicas superficiales, seguidores del espectáculo insustancial de lo superfluo, del moco de la cera, de la medida chismosa y de la sensiblería huera, la que se mide por vítores pueriles o aplausos huecos, pero también lo es, porque la acojo en la zona inmensa de mis sombras, porque nada de ella me es ajeno y todo lo asumo, aunque en nada lo comparta, porque es enteramente mía aún con todas sus dispersiones y todas sus carencias, porque ella mi Hermandad es la que supo darme un día herramientas para el amor, fuerza interior, bastón de ciego, instinto, compromiso, renuncia, desprendimiento, magia, recuerdos, memoria, mar de sueños, transparencias, corazón, estrellas para leer en el cielo, emoción, piedad, afecto, meditación, melancolía, silencio, y lo más hondo de uno en lo más hondo de todos. Yo solo supe poner el viento.
Pero la primavera no ha hecho nada más que empezar, cuando entramos profundamente en el tiempo de gloria, acabada ya la pasión, ese tiempo de extraña mezcla entre melancolía y gozo compartidos, mientras el aire se aquieta y acalora, ya guardados cuidadosamente cíngulos y túnicas, antifaces y capas. Es ahora cuando nuestra Hermandad recoge su herencia más antigua, cuando cae sobre sus hombros el compromiso de los otrora Caballeros de la Inmaculada, Adoradores del Santísimo Sacramento. Hace este 75 años que fueron aprobadas sus primeras reglas por el Cardenal Ilundain, el 8 de enero de 1930, de la que más tarde sería Hermandad Sacramental de Congregantes de la Inmaculada Concepción, con la que unimos nuestra historia y destino, y a su vez nos fundimos profundamente a la historia y destinos de la Parroquia, formando un solo cuerpo indisoluble y colaborador. Año este de conmemoraciones, de aniversarios, de importantes efemérides, de especial celebración eucarística, que nos deben hacer fijar el paso y reflexionar, reflexionar en estos tiempos convulsos, de ofuscación de valores, de ocultación de respuestas, de emulación de lo que no puede ser imitado, queriendo convertir los ritos y celebraciones cristianas en frívolas fiestas neopaganas, por ello la importancia y el sentido exacto que debemos dar a este tiempo en que nuestra hermandad se hace Santo Sacramento vivo en las calles, testimonio de autenticidad. Y cómo no acudir a esa llamada, si seremos nuevamente convocados en esa apacible hora en que el trigo, en el eco de los campos, se encama dolido de que el sol se enfríe inesperado en la tarde, y las jacarandas a la puerta de la Parroquia dejan caer al suelo sus flores moradas gestadas en sus ramas desde el día de Santa Ángela de Mérici como memorial anual de las pisadas firmes que legara el Gran Poder y el color de su túnica sagrada, hace 40 años, como cordero de Dios, el que carga con los pecados y los dolores del mundo…, por eso…
Volveremos a ti y a tus encantos
A la redondez purificada de tu carne
Al entregarse el romero a las pisadas
Cuando vuelen las campanas y los cantos.
Volveremos a Ti otra vez,
Sin habernos marchado nunca.
Volveremos con nuestros salmos
completos a tu alabanza,
Para recorrer de nuevo las calles
que han sido de oscura plata,
que han sido de bocas calladas,
para convertirlas ahora
en cánticos de esperanzas.
Volveremos a ti de nuevo
a levantar tu cuerpo sagrado
entre el trigo y los racimos.
Volverán a entregarse las espigas
para dar al hombre nuevo
toda la verdad y completa la vida,
arrancándose de dentro
el oro níveo de su alma,
el alma blanca de la harina.
Volveremos a ti de nuevo
Entre la vid hermosa,
entre la espiga pura
Con la dulce melodía
que nos duele y que nos hiere,
pero que nos da la vida,
Volveremos a ti de nuevo
A recoger de tu sagrada esfera
la luz clara que nos cura,
la razón convexa de la vida entera.
TIEMPO DE LLUVIAS Y RECUERDOS
Y llegará Septiembre con ese misterio que renueva nuestras vidas, con ese color que hace madurar y embellecer a Sevilla, cuando los vencejos empiezan a volar más altos y sus cantos son agudas quejas de despedidas, por los campos las vides habrán cuajado de licor santo sus frutos maduros, y por vendimias y lagares correrá la sangre nueva, renovada y siempre antigua que nos traerá bendecido el Amor de Cristo. Es ahora sin perder tiempo cuando la madre del Señor nos llamará sigilosamente, calladamente, ahora nos invitará a visitarla con la atracción de su figura, de su rostro, de su humildad, de su ejemplo, a que la miremos cara a cara sin lugar a distracciones, porque nos hablará a nosotros de nosotros mismos, nos hablará a los que sentimos que Dios es compañía del hombre, y nos mostrará su propia historia, la historia que los propios hombres son, por eso sus ojos están cargados de gentes, por eso su voz será la de los que no tienen ni nombre ni atributo, y nos enseñará una vez más que aunque aquí en el sur a veces trágico, a veces incomprendido, siempre ignorada su alma, los dolores pueden llegar a ser mayores, como el suyo, pero su consuelo y esperanza son inmortales, por su cercanía sagrada porque aquí estará siempre Ella.
Nos estará esperando con sus manos extendidas, al igual que un mes más tarde cuando las húmedas aceras del otoño nos marquen de nuevo el sendero hacia su casa, antes que lleguen los días de todos los santos y de los fieles difuntos, un poquito antes que el cementerio se llene de flores nuevas de la memoria, de crisantemos blancos del recuerdo indemne, porque ella nos trae una rosa tibia en sus labios, cuando nos acercamos despacio a su besamanos a que nos estreche con sus ojos y otra vez más seremos estremecidos cuando nos dice, uno a uno: “Hoy he bajado de mi altar, en medio del otoño, hoy que quizás el día sea gris y esté lloviendo fuera, con esa lluvia aguda que cae como agujas sobre el alma y el corazón de los atribulados, hoy que antes de llegar aquí habéis podido ver como las arboledas que fueron alto tocado de verde vida, mueren ahora secas y amarillas, pero yo os digo que no os confundan vuestros ojos, yo os digo que Dios es la verdad y la vida, Dios es la luz de los tiempos, recordadlo siempre, hoy he bajado de mi altar para decíroslo al oído, cuando estéis más cerca, yo estoy aquí en su nombre y en su carne para daros de nuevo la buena noticia, yo estoy aquí y ahora para consolar a los afligidos, a los que sufren, para que no olvidéis nunca, que llegará la primavera y hará estallar de verde aliento y espesuras las ramas que creíais muertas, yo estoy aquí para que no olvidéis nunca, ni en los hospitales, ni al pie de las tumbas, ni en el dolor extremo, que Dios es el vencedor de las sombras, recordadlo cuando caminéis por los blancos pasillos de las tribulaciones, cuando caminéis por abatidas calles de cruces y recuerdos, con cipreses que se mecen suavemente al viento como varales de plata, porque Él cambiará vuestro luto en traje y perfumes de fiesta, vuestras cenizas en corona de reyes, vuestras mortajas en tules de cielo, vuestras sombras en estrellas, vuestras noches en auroras, y yo transfiguraré vuestro abatimiento en cánticos, vuestra flaqueza en equilibrio, vuestro desmayo en entereza, vuestro desgarro del corazón, en profundo surco de fe, y el que piense en un momento que no puede ser verdad, que me mire hoy a los ojos, que deje el miedo y el recelo de sus labios en el roce de mi mano, y yo le pondré en su boca con la calidez de mi encarnadura la luz de Dios, el consuelo inmenso e interminable de mi alma”.
Esta es la diáfana verdad que desprende la Virgen de Consolación en su besamanos al que quiera ver y al que quiera oír, cuando va recibiendo a todos lentamente, a las vecinas de siempre y a los que por primera vez llegan a verla, agradeciendo en su mirada la atracción que en su alma traen o entregándoles lo que en silencio buscan. En ese día retengo junto a mi amor, su consuelo y su sosiego y salgo con ese cofre guardado en mi corazón a las calles de la primavera de sus labios, aunque es el otoño de últimos de Octubre, cuando el viento se enfría en las esquinas y sobrevuela el porvenir de mi pasado bajo las descendidas nubes lánguidas, llega entonces desde las calles de Ciudad Jardín un niño perdido que se agarra de mi mano, un niño que se prometía amaneceres con torres de sol, que aprendió definitivamente los colores entre el otoño y la primavera, cuando el sol en la tarde resbalaba en la cal de las casas y se paraba antes de marcharse en el tejado de las colectivas, y la lluvia cambiaba el esmalte de la copa de los árboles, niño que se adueñó del insomnio en el invierno y lo llenó de memoria, registró el pulso que el corazón incansablemente marca y lo mandó a servir a la dicha serena y a la tristeza en los cristales de la tarde, y puso amor y silencio en cada parpadeo. Tiempo en que todo era posible, porque todo estaba por descubrir, por aprender, por vivir. Llega con su alegría limpia y su memoria nueva, con los deseos recién estrenados, aquellos que le hacían volver desde donde quisiera que estuviese, llega con su inseparable bolsa de canicas y con la cuerda de un trompo que amarra aún un puñado de recuerdos, esos que conspiran tan dulcemente con la memoria, llega con su marco inalterable de evocación intacta que rebela su primera visión de la Virgen del dolor de la tarde de Marzo, de la madre lejana del Sediento, de la Madre del Crucificado sin piedad y sin clemencia, bajando la rampa en su primera salida como María bajara el monte de la Calavera cubierta con un manto de umbrío luto, aquella visión que le sobrecogió para siempre por su sencillez serena y trágica, y llega también en aquella misma primavera vestido de comunión, recordando los versos de la oración, de descripción tan precisa y tan exacta que le hacían ver siempre en su paso majestuoso y espiritual al Sagrado Corazón de Jesús cuando comenzaban diciendo “Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío, por ser vos quien sois, Bondad infinita…” Ese año esa misma rampa que había pisado en Marzo la Virgen de Consolación por primera vez en su paso procesional, la pisó el muchacho convertida ahora en hogaza caliente, acompañando al Señor Dorado de Junio; y en ese instante en el cortejo al volverse hacia atrás buscando la bondad infinita en los ojos del Corazón de Jesús comenzó a comprender porqué el nombre de Ella, porqué el color de sus ojos, porqué la irradiadora claridad de su rostro, y lo constató finalmente una tarde de otoño cuando los vio cada uno en su altar, uno frente al otro, -la divinidad del Sagrado Corazón de Jesús y el Consuelo encarnado en el rostro de María-, y desde entonces en voz baja a menudo repetía como una oración, unas palabras que se han posado hoy en las páginas de este pregón para siempre, y que decían…
…Y es que no podía ser tu mirada, Señora, de otro color, ni tener otra llama, no pudo tener tu nombre otra razón ni otra causa, no podía ser tu rostro más radiante, ni tu frente ser más clara, y ¿cómo es esto señores?, preguntábame a cada instante, mirando a su hijo herido, herido entre cuatro hachones, si vienes de sufrir tanto, tanto que a tu paso, se marchitan hasta las flores por no ver tu dolor, ese dolor que ya no tiene ni nombre, que no se puede mirar, que no se puede nombrar sin que el cielo entero se nuble, cómo puede ser tu cara señora tan brillante ¡ay! tan guapa. Y Ella despacio decía, porqué el dolor ya se ha ido, se fue una mañana clara, allí en el templo vacío, cuando llegó la alborada, el sol entraba despacio, poco a poco, las sombras acurrucadas como queriendo ocultarse, para no marcharse tan pronto se velan por los rincones, y el sol por no romper el encanto, deja flotando la bruma que va a posarse a sus plantas, y el brillo se fue a parar en su túnica dorada, y mostró sus manos heridas, su costado que aún mana, su corazón estallado de tanto amor, de tanta vida y de toda la esperanza. Han caído los temores, han caído las tinieblas, se han abatido las sombras, la muerte ha sido vencida, por eso mi nombre ahora es el nombre de su alabanza, por eso vengo a deciros que lo veo resucitar a la hora de la alborada, cuando en el templo amanece, solo la luz del sagrario, y a los ojos nos miramos cuando llega la mañana, por eso es tan de cielo el brillo de mi mirada, porque tengo muy dentro, muy dentro de mi alma atada, la luz completa y ardiente de su Corazón Sagrado, el que con él yo he reído, el que con él yo he amado, el con él yo he sufrido, el que por él yo he llorado, hasta que lo he visto de nuevo sobre su pecho resucitado, por eso suenan a gloria las bambalinas de mi paso, por eso ya suenan por las esquinas las campanas del encanto, y es que siempre ocurre lo mismo, cada día, cada año, cada siglo, dos milenios ya han pasado, para que cada generación sepa de su eterno Amor consagrado, y en cada amanecida esto ocurre aquí en Nervión, el encuentro más gozoso con mi hijo el Redentor, por eso a pesar de la pena, a pesar del llanto pasado, el nombre que a mi me nombra le sale del Corazón, se fue formando en sus labios para mitigar mi dolor, el nombre con que Él me nombra es Madre de Consolación.
AL SENTIR EL ALBA
Existe un joyero completo que guarda personal e íntimamente el año litúrgico y devocionario de cada cofrade de Nervión, el mío se cerrará y volverá a abrir con su música leve de nuevo unos días más tarde del besamanos a Santa María de Consolación, cuando Cristo se convierte otro año más en Rey de la Gloria, realeza que no se desprende jamás del rostro y la túnica del Sagrado Corazón de Jesús, que nos deslizará el Adviento bello y trascendente, hondo y misterioso, cargado de expectación, y que nos trae envuelto en su tul celeste dulcificado la Inmaculada Concepción de la Virgen María, tan discreta, con su mansedumbre de siglos, con su amor apacible y sereno, el que vencerá tentaciones y falsedades, maldad y culpas, para más tarde llenarnos de Esperanzas al saber que un niño blanco y débil nos traerá la madrugada, para que descubramos en un albergue de bestias la miseria más triste del hombre, pero que se hará sagrada y Grandioso Poder en el corazón de la ciudad antigua el 1 de Enero y que se extenderá por cada calle y cada plaza como un suspiro cubriéndonos de gracia.
Y a partir de ahí empezarán ya los días a percibirse en nuestra alma más anchos y brillantes, y cuando nos queramos dar cuenta veremos la primera señal, que nos volverá a sorprender como a niños a pesar de los años y las veces repetidas, porque nunca será exactamente igual, ni exactamente la misma, ni en el mismo lugar. Nos sorprenderá un año la claridad de la tarde sobre la fachada de San Juan de Dios, otro un brote blanco y diminuto en un naranjo de Marqués de Nervión, y otro quizás en cualquier esquina, nos asombrará que el aire no punza frío, sino que acaricia templado nuestro rostro y nuestras manos, dispuestas ya, impacientes a estrenar una nueva primavera.
Primavera que vendrá con su alegría mesurada y serena, espiritual de siglos de campiña, de campiña que bajaba desde la colina de nuestro barrio hasta llegar a las murallas de la urbe que poderosas un día fueron, por eso la alegría de los habitantes de Nervión es la alegría profunda y sentida, la que hemos heredado de las pequeñas huertas y sembrados junto al Humilladero de la Cruz del Campo, allá por donde aún en las noches de vientos fríos se oyen los rezos y el crujir de los árboles, esa alegría intensa que siempre ha dado la recolección de los campos en el corazón de los sembradores, la alegría del concierto para arpa dorada y viento tibio en los trigales, la alegría de recolectar el fruto, esa es la alegría que aún hoy percibimos entre esta amalgama de edificaciones que conforman Nervión, entre las largas avenidas que lo surcan. Y la percibimos porque sube desde lo más profundo de la tierra, sube desde los tallos que hicieron germinar las semillas que trajeron los pobladores nuevos de apenas hace cuatro o cinco generaciones de sevillanos que llegaron de allende de las murallas hace un siglo, y que encontraron esa alegría de gozo mesurado aquí, llena de impulso y de recogimiento. llena de los silencios que desprende la tierra, llena de misterios porque se adueña del alma, ensancha el corazón y nos hace mirar hacia arriba, como solo lo hacen los sueños y las estrellas, y contemplaron a lo lejos como un decorado de ensueño a la Giralda recortada tras las nubes que bajan lentas desde la meseta de aroma marinero del Aljarafe, haciéndola aparecer tan a la mano, por eso ella es el faro que nos guía cada Miércoles Santo, y nos dará la alegría que nos hace caminar despacio en el deleite y la tibieza de la luz, para hacernos sentir de golpe tan profundamente sevillanos…
PARÉNTESIS DE AMOR A SEVILLA
(…Sevillanos, pero tú sabes Sevilla, que somos sevillanos de la estirpe de tu último rey poeta, quizás de tu primer amante verdadero y fiel, el de los más bellos y terribles versos que jamás te hayan susurrado al oído como un lamento áspero y dulce con el olor de las acerolas, ese que los que te hemos amado después, detrás de él, bajo su sombra, llevamos colgados en el alma, por eso esa melancolía que siempre nos asalta en medio de tus noches, porque te amamos con ese amor que nadie nos enseña y nadie nos explica, con ese amor que descubrimos una tarde de tu pequeño otoño frío enredado entre los labios y los deseos de tus poetas olvidados, porque es amor que se oculta cada primavera para que no sepamos que por haber sido un día la quimera del mundo, perseguiremos eternamente sueños que jamás alcanzaremos. ¡Ay! Sevilla, Sevilla, amante esquiva que te ocultan los que de ti viven, para que sigas solo vestida de volantes y flores marchitas en tu pelo, flores que no nacen de tus campos, tus campos son silenciosos de vegas con interminables horizontes de amapolas…, ven…, ven antes que en nombre de una dudosa y zafia modernidad poden tus calles de geranios y jazmines, antes que cierren tus callejones de nardos y buganvillas, antes que oculten con hongos tu cielo de soles, lunas y estrellas, antes que se apague tu grandeza primitiva y oculta, tu memoria de luces. Ven y dame tu mano ahora, te lo pido de nuevo hoy, tú sabes que no descanso, porque escrito fue en la palma de mi mano…, mi destino es buscarte siempre en la isla invisible de tu olvido…, porque más te amo cuando más me dueles, cuando se que padeces, cuando tu risa se deshace en mis oídos, cuando mi piel arde en tu memoria, cuando recuerdas, niegas, pereces, cuando navego tu dura superficie…, donde nada recuerda tu existencia…, por eso hoy no perdamos tiempo, va ha llegar tu verde primavera, busquemos juntos la amapola inmensa del arte, y tu alegría…, tu trágica y serena alegría. Firmemos nuestro compromiso con las estrellas para siempre y que los sueños nos encuentren despiertos y enamorados, porque sé que tú a pesar de todo persistes, oponiendo a la muerte tu estructura de impalpable tejido y de esperanza, si un ruiseñor perece, tú resuenas, resucitas…, tú sabes igual que yo que solo el amor hace milagros. Por eso hoy volveré desde el último rincón de tu alma con la obstinación de los sueños y las pasiones, a cubrir mi cuerpo y mi rostro con túnica y antifaz negro, colgaré de mis hombros la capa blanca de la memoria y la lealtad, la capa blanca del amor insondable, la fidelidad y el anhelo, de la pertenencia a tus calles y a tus plazas milenarias, como bandera de permisión para surcarte y cruzarte y llegar a tu corazón recóndito y complejo, como testimonio profundo e inmenso, como declaración diáfana de amor, para que veas como naces y renaces en cada esquina, en cada recodo, en cada ángulo. Sé que quizás haya caminos más cortos y fáciles para amarte, pero yo escogí esta senda a construir con nuestras manos desnudas, según tus reglas y tu cultura, según tu tradición y tu emoción, según tu historia y tu medida, según tu memoria y nuestras vidas, la senda más difícil, pero en la que se te mira a los ojos frente a frente. Por eso ven…, ven de nuevo hoy, no me dejes jamás vacía la mirada de tu luz, cuando escuche las últimas campanas lejanas de la Giralda, cuando mire tu rostro desde mi calle y esté el giraldillo perdido entre los vientos, cuando se apague el candil de la luz que a los hombres almas de hombres les dio y sienta pasar el tiempo terrible que se escapa como gota de agua en el reloj de la Parroquia y me reduzcas y embriagues otra vez y solo queden en mis bolsillos rotos para susurrarte al oído de nuevo los versos de Al-Mutamid, prisionero y encadenado en Agmat, roto en tus recuerdos, entregado en los grilletes del dolor y el destierro porque te hayas perdido para siempre en un espejo quebrado y gris: “Cadena esposa mía, si a ti yo me entregué, ten piedad de mí, déjame decir Sevilla y así olvidaré tu beso y mi destierro, Sevilla que soy yo sin ti, Sevilla ay que lejos, la única cadena que yo siento, mi único amor, mi único dolor, mi único beso, porque Sevilla fue el Paraíso, el Paraíso que perdí para siempre”…)
LA PERSISTENCIA…
Pero Sevilla, dejará que el sol se precipite de nuevo como un río de abejas silenciosas, para volver a darse la oportunidad de las primaveras, y será en nosotros, y ella no podrá descansar solo en nuestro amor y nuestro sentimiento, solo eso no basta, Sevilla merece todo nuestro saber y nuestra inteligencia, toda nuestra conciencia y conocimiento, toda nuestra maestría y esfuerzo, busquémoslos porque así nos será demandado nuevamente. La prueba será terriblemente difícil, porque alta y profunda es nuestra responsabilidad, y el tiempo y la vida nos distrae tanto…, pensad, pensad cuando suene firme la voz que haga abrirse las puertas del templo, cuando unas manos levanten seguras los faroles de guía y la cruz se tambalee un segundo porque el pálpito presiona las muñecas conmovidas, pero el paso que nos conduzca será firme, estable, seguro en nuestra fe, y nos llevará a fundirnos y confundirnos en la Ciudad con sus calles y plazas, en sus esquinas de equilibrios y dulces revirás que se quedan grabadas en la memoria, porque en ese momento estaremos de nuevo haciendo a la ciudad. Debemos palpar con sabiduría esas esencias llenas de raigambre, de solera que hacen que lo antiguo nunca parezca viejo y que lo nuevo nazca con la pátina cálida de lo vivido, así nos volverá a acoger Sevilla en sus calles de fulgor del mediodía, y en sus aceras de sombras y contornos de la tarde.
Pero antes, antes que así fluyamos por la ciudad, con nuestro credo profundo, y nuestra fe, con nuestra devoción y nuestra fidelidad, nos sorprenderá, porque el tiempo nuevamente se vuelve a fruncir como un tocado de blondas breves sin avisar, y este año especialmente, un amanecer de Miércoles de Cenizas, empezaremos a sentir la inquietud de la luz, de las sombras, del aire y de las nubes, la inquietud de los pétalos y las corolas que este año estallarán en la semana espléndida y hermosa de Pasión, cuando el invierno esté silbando aún leve su última canción, pero nosotros ya no la escucharemos, para nosotros habrá nacido la primavera en nuestros corazones, nuestros pulsos habrán tomado ya el compás y el tiempo de marcha fuertemente, no dejando cabida para nada más, todos nuestros sentidos estarán centrados en lo que se avecina, estaremos en nuestros trabajos, en medio de nuestros quehaceres, y no podremos sujetar convenientemente por más que nos esforcemos a nuestros sentidos y nuestras ansias, estos se irán fugazmente a buscar lo que ya se presiente enérgicamente por vivir, se nos escapará el alma ya sin riendas, inconscientemente nuestros labios tararearán sin querer unos compases que suenan a revirá y ensueño, escucharemos el son radiante de las bambalinas en los varales o el suspiro enérgico de una levantá, y se nos marcharán definitivamente los sueños sin que podamos ya alcanzarlos, como un cometa que se nos escapa de las manos, hasta que los sujetemos de nuevo en el amanecer claro del Miércoles Santo.
Y así pasarán los días sin que las bridas atiendan nuestras órdenes, se precipitarán, se repartirán las papeletas de sitio, se palpará el ajetreo febril de la organización, para que todo esté a punto y dispuesto, pero una noche recorrerá las calles del barrio un escalofrío, como un viento bajo y disperso, que se difunde por las aceras solitarias, porque el Cristo de la Sed es trasladado y alzado en el altar mayor para la celebración de su Quinario y se refrenan nuestras ansias con un golpe seco y bronco de cajón, y sentimos en nuestras casas, en ese instante, que la tragedia está viva, que late quemando nuestros sentidos, que el memorial de la pasión tiembla ya en toda la Ciudad, la Sed de Cristo nos llama ahora con una fuerza incontenible, nos pesa ferozmente en nuestras almas, la voz sedienta del Señor nos DETONA en el oído, es la llamada desesperada del Dios más humano, a punto de ser abandonado por el Padre como lección terrible y violenta, brutal y atroz para los hombres, yo que conocí a Jesús una madrugada en la plaza del Salvador con zancada imponente e invencible llena de Poder, que lo reconocí en mis calles con la espiritualidad serena y dorada de su Corazón, y que no pude dejar de mirarlo por más que quise un Domingo de Ramos en el extremo de su paso con su túnica blanca hecha con el pan del sagrario que custodia todo el año y bordada con los hilos de sol del Domingo de Resurrección, con la tristeza callada de los incomprendidos en el rostro, que le hace mirar como última parábola, sin palabras, para que comprendamos claramente, la luz. Siempre la luz…, de sus candelabros que en la oscuridad le anegan los ojos, pero con la dignidad esbelta y completa de Dios, la que sobresale desde cualquier ángulo. Se oscurecen los sayones, se eclipsa el Tetrarca, solo destaca su abierta espalda, su dúctil perfil, su poderoso frente, porque es Dios quien lo sostiene aún omnipotente. Pero una tarde de primavera lluviosa, -nosotros niños venturosos sin saberlo, sin presentirlo, sin soñarlo siquiera- vino el Cristo de la Sed a nuestras calles, a buscarnos, a dar con sus dulces nudillos en nuestras puertas cerradas para que se abrieran de par en par, para que contempláramos el Dios más hombre de cómo lo habíamos visto jamás, con su súplica irrefrenable y perpetua en el rostro, con la súplica eterna de los oprimidos, de los humildes, de los inocentes, de los subyugados, de los que sienten que sus vidas valen menos, mucho menos que las balas que los matan, de los que sufren la tragedia incomprensible y tremenda, de la súplica de la necesidad más básica del hombre, por eso su cuerpo se desgaja de la cruz, por eso sus hombros de descoyuntan, se hincha su garganta, sus músculos se tensan a punto de estallar, por eso su llamada es desesperada, su fuerza es la última, para romper la lejana sordera de los hombres, y aún así Señor profanaremos tu nombre tres veces, sembraremos el terror, humillaremos a los pueblos, expoliaremos la tierra de los pobres y nos perderemos en horizontes desesperados, siendo tan fácil mirar tus ojos, sentir tus manos que aún clavadas en el madero siguen bendiciendo, leer tus labios que nos dicen cada año cuando cruzas la puerta y todas las miradas se clavan en Ti, que solo existe una sola religión: el amor, un solo lenguaje: el del corazón, una sola raza: la humanidad y un solo Dios: y está en todas partes, por eso a pesar de todo, el final de gloria del tercer día lo cimentaste Señor en nuestros corazones aquella tarde que te descubrimos tan terriblemente humano bajo la lluvia del sepulcro breve de la noche, para hacernos sentir que también nosotros seremos algún día la dulce lluvia, la aurora, lo nocturno, lo imposible, para siempre. Y es que…
Por Ti fue…, se abrió mi puerta cerrada,
solo esperabas con tu eterno presente
las almas vacías, las más dolientes.
Las calles corrí, sentí tu llamada
llenando de luz y flor nuestra nada.
El sol de tu mirar se hizo frecuente,
tus ojos, tu llamada tan paciente
que dio a las sombras tez de enamorada.
Fue amor divino con amor humano
que tembló mezclado dentro de mi ser,
mi surco esperaba callado el grano
como el dardo alto y oloroso de un clavel,
tan tierno, tan sublime, tan cercano,
llamándome herido, Cristo de la Sed.
…Y LA MEMORIA
… Y fue tan acertadamente sabia Sevilla, con esa sensibilidad que a veces nos sorprende tanto, que supo poner al aire en su protocolo del Pregón, -antes que nadie intente explicar lo inexplicable-, a trepidar, a estremecerse desde los barrotes cautivadores del pentagrama a una paloma blanca y dulce a veces, negra y terrible otras, a ese sueño audaz, a ese golpe de Dios, o llanto de mujer, a esa delicadeza de los ángeles, o tortura de los sentidos que llamamos música, porque solo ella es capaz de describir con tan exacta precisión el lugar a donde jamás llegan las palabras… y nuestra Semana Santa es uno de ellos, por muy brillante que sea la retórica. Por eso ahora os voy a pedir que recordéis, que recordéis un instante, primero el comienzo de este acto, ese momento cuando todo quedó en silencio y de repente, llenando cada rincón…, cada ángulo…, acometieron firmes los metales con su brillante voz tímbrica, recordad cuando contestó la madera con una delicada y radiante cadencia rítmica, creando una envolvente llamada de atención que nos llevó como un suspiro a una exposición nueva llena de frescura y de una dulzura maternal que se repitió enriquecido por un contracanto en tenores y bombardino como un quejido, como un llanto amoroso. Recordad…, ha sido la primera voz que hemos escuchado hoy, la que ha descrito en cuatro minutos y medio lo que yo llevo inútilmente intentando hacer desde que subí a este atril o durante toda mi vida con palabras y que es imposible. Ha sido la voz certera y precisa, la voz sentida de la “Sevilla Cofradiera”…
…Y en segundo lugar recordad, aquellos que tuvisteis la suerte de vivirla profundamente, y descubridla en vuestra imaginación los que no, -y guardadla para siempre-, como llegó cargada, apasionada y briosa, impetuosa y convulsiva la primavera del año 1.972, primavera como muchas de ellas, pero también como únicamente aquella. Recordad los sueños de entonces, descubrid los sueños que un día fueron faro de guía y que hoy aún percibimos su luz como la de una estrella que refulgió en otro tiempo, pero que a través de él, entre el espacio, llega hasta nosotros intacta, porque esos mismos sueños son hoy nuestros y serán de los que vendrán mañana. Id recordando profundamente…, descubrid mientras os cuento cómo por aquellos días de aquella primavera con su porte sencillo y llano, franco y sincero y su genio luminoso de siempre, D. Pedro Gámez Laserna, recogía en cada rincón de cada calle un ramillete de esencias porque bebió, sintió, se impregnó, se empapó en cada esquina de la sevillanía del ser, del ser más profundo y auténtico, arrancando a los sonidos y al tiempo la gravedad de la digna, de la siempre dignísima pero tantas veces reservada gracia sevillana, esa que tan pocos descubren, que tan pocos dominan, que tan pocos conocen, que tantos confunden, pero que él supo moldear y modelar a la perfección en el radiante pentagrama. “Sevilla Cofradiera” tituló al prodigio que hemos escuchado al principio de este acto. Y fue también que por esos días de esa misma primavera, primavera bulliciosa y agitada, …como tantas, pero también como únicamente aquella…, vino entre su viento imprevisible e inesperado la inquietud, esa inquietud como una campana de aire volteada en medio del silencio, esa que da el que se vaya a cumplir un sueño inminente, un sueño inaplazable, pues se acometían a la brillante luz de la ilusión, el metal de plata de doce varales, como llamada de atención, como doce compases de firmeza, y le contestaba envolvente, radiante y delicado el terciopelo azul marino confeccionado de anhelo y empeño, de amor nuevo, tan nuevo y tan pretérito, tan de siempre, tan de antes de la existencia y que la existencia de la luz creara, reclamando al ánimo de nuestros corazones para llenarlos de fragancia con dulzura maternal, que se repetirá desde entonces una y otra vez, año tras año, como contracanto febril y radiante, como un quejido, como llanto amoroso, tan igual, tan de Ella, tan de sus ojos, pues todo fue, todo es tan frágil pero tan sólido, tan delicado pero tan firme, tan quebradizo pero tan rotundo, como Ella en su paso por primera vez, al igual y al unísono que la propia partitura de dulce suspiro y lamento de Gámez, que a su vez nacía y que la ha perseguido desde entonces, desde aquella primera salida en su palio…, sin saberlo y sin quererlo, calladamente, en secreto, siendo ya su color y su calor lábaro de este Barrio con nombre de ría vasca, -quien lo diría-, pero profunda “Sevilla Cofradiera” para siempre, porque era primavera, una primavera perturbadora y traviesa, viva y sutil, como muchas de ellas…, pero como únicamente aquella.
Dentro de seis días el Santísimo Cristo de la Sed será expuesto en su Besapiés, en ese momento sabremos ya en nuestros corazones que todo será consumado. Sentiremos al ver extendido su cuerpo suntuoso tan próximo, tan cercanamente revelado, cómo lo sagrado ha bajado a la tierra a empaparse de lo humano, cómo Cristo es el nudo con que Dios y el hombre se atan para siempre. Sé, porque lo sentí de niño mirando incansablemente su rostro, que la transparencia del espíritu, que la ternura de entraña de Dios la hallaremos real y tangible en esa víspera y comienzo de la Semana de Pasión, en ese encuentro tan cercano, porque es el momento donde Cristo nos muestra la sed de la desolación, del sinsentido, la sed y la angustia unidas con que muchos hombres acceden al desfiladero de la muerte, pero nos muestra también la sed solidaria con los desesperados y no sed propia, el Cristo de la Sed siente esta tarde la sed de todos, con todos y por todos.
Y si esto solo no fuera suficiente para estremecernos, para pulsar el resorte de nuestra memoria, de nuestra piedad y de nuestros sentidos, al caer la noche del Viernes de Dolores, reencontrándose la Hermandad a sí misma cada año, volviendo a vivir su propio silencio, su propio y original ascetismo, solo roto por las lecturas de las estaciones del Vía Crucis o por el rezo profundo de la música de capilla, levanta la cruz en la que se enclava dolorosamente el Santísimo Cristo de la Sed y sale a las calles. Antes el sol se torna gris y beige cuando expira la tarde. Se colocan las listas de los hermanos que formarán la cofradía y el rostro de Sevilla se hace más bello y sereno en ese instante en que el Cristo de las Mieles rodeado de elegantes cipreses, sobre monte de rocas, deja resbalar su último manantial dorado y se pierde en las sombras. El brillo del atardecer se hace oro antes de partir, sobre su pecho henchido… porque el tiempo está cumplido, la fiesta sagrada se nos clava ya en el alma cuando de repente un escalofrío antiguo se dispersa irreprimible por toda la Ciudad. El Cristo de la Sed a las puertas de la Parroquia ha clavado sus ojos en el cielo umbrío y las estrellas heridas por su mirada se revuelven en un juego insoportable de tensiones, las constelaciones con su escritura indescifrable cambian su brillo y su color esta noche, y la luna se hace más antigua con su corona de bruma. Las estaciones de la Pasión resuenan en un eco remoto…, primitivo…, prendiéndose en el aire del origen que llega hasta el humilladero de la Cruz del Campo como canto lejano, como rezo de ánimas que se agitan en el tiempo, rememorando la génesis de nuestras cofradías, …y antes de que se cumpla la última de ellas, Cristo vuelve despacio, muy despacio a la Parroquia, a encontrarse con el calvario dorado de su paso solo iluminado por las estrellas temblorosas de sus altos candelabros. La música ocupará delicada y tenue cada recodo del templo, como etérea plegaria divina, haciendo más solemne y grave el silencio. De pronto escuchamos el sonido antiguo de una garrucha, de la que desciende una cuerda, una cuerda de esparto, porque el Señor será elevado por nuestra memoria, será alzado por las cuerdas trenzadas que cada Viernes de Dolores se ataron a nuestras cinturas, y penderá un momento, impresionante. Será un instante que se hará eterno sobre la luz de su paso, las respiraciones se contendrán, los pulsos se detendrán, mientras es arriado lentamente…, poco a poco…, hasta que su cruz se entroniza en el monte desnudo. Porque así está escrito y así debe de ser cumplido. El Señor acaba de ser crucificado en nuestras almas. Se oirá, antes que empiece a sonar una saeta de silencio de nuevo, un suspiro suave y dulce que sale de los labios de Santa María de Consolación, que lo ha presenciado todo callada sobre su paso, envuelta en la leve penumbra de dos astros errantes que se han posado en los zarzales de cera de su candelería, que hacen que sus lágrimas se conviertan en estrellas, suspiro que nos devuelve el aire a nuestros pulmones y hace que el pulso se vuelva a sentir en nuestras muñecas, en nuestras sienes, pues por un instante nos habíamos olvidado de ellos. El llamador como martillo de justicia resonará en todo el templo, Cristo será elevado de nuevo y despacio, muy despacio, con paso racheado sobre el mármol, será llevado junto a su Madre. Cuando miremos el reloj habremos cruzado el umbral, es Sábado de Pasión. El tiempo está cumplido, todo está consumado.
LA CONQUISTA DE LA LUZ
La vigilia del Domingo de Ramos nos hará estremecernos de impaciencia, y debo parar un momento…, debo deciros que todo esto que os he venido describiendo, que he intentado tan torpemente echar al aire y a la luz desde que comenzara el pregón, es lo que se oculta detrás de lo estética y formalmente hermoso, y se oculta, se oculta siempre porque es lo trascendente, lo invisible, lo misterioso, es lo más autentico y profundo, y todo misterio se encuentra siempre guardado, escondido, reservado, como un tesoro que no será revelado a cualquiera, y para encontrarlo hay que aprender a leer en los signos del tiempo que hemos heredado, hay que aprender a leer en los pliegues de la grandeza que nos ha sido legada, hay que aprender a leer en los mapas que nos han sido dados antes de nuestra propia memoria y de nuestra propia conciencia. Ellos nos desentrañarán las claves para descubrir las raíces que enlazan, que eslabonan a todas nuestras Cofradías, de donde nacen los troncos firmes que las sustentan, que las elevan, y todas sus hojas verdes también, y todas sus flores nuevas que se dispersan por cada rincón de la ciudad; descubrir esas raíces nos hará conocernos a nosotros mismos y saber quienes somos hoy y porqué. Nuestras almas han sido modeladas durante siglos, pero sé que nunca es fácil llegar a un tesoro tan recóndito, a pesar del peso de nuestra historia, porque requiere un esfuerzo central y personal, pues hay que adquirir día a día el conocimiento que aclara y articula emociones e intuiciones, hasta alcanzar como fruto la vivencia absoluta y radical, la profunda y definitiva situación de escucha completa, de apertura total a la trascendencia que desde las imágenes nos interpelan. Es conseguir plasmar en una sola composición, en una sola conjunción la trascendencia, el sentimiento y el misterio, el gozo de lo formal y el poder de lo sagrado. Esto que os he contado hoy es el fruto inmenso de la raíz antigua y profunda aunque sus flores nos parezcan tan nuevas otra vez esta primavera.
Y os digo esto ahora, en este momento del pregón, antes que el mismo llegue a la tarde ansiosa del Martes Santo, porque en ella encontraréis cuanto os acabo de decir. Cuando caiga la noche, en toda la Parroquia, las flores, la cera y el incienso antiguo inundarán de olor otra vez nuestra memoria. Los pasos nos volverán a sorprender espléndidos una vez más y palpitaremos de impaciencia. La noche no existirá en nosotros esta madrugada, nos dormiremos con la luz del amanecer en los ojos, la misma luz que antes de nacer nos vendrá a buscar a los cristales de nuestras ventanas, porque esa noche no correremos cortinas, ni bajaremos persianas, porque el sol de Dios ya está de nuevo dentro de nosotros, en nuestros corazones, el sol que se extenderá otra vez por toda la ciudad, el mismo sol que nos vendrá con el alba a contar lo que vamos a sentir, a contar con su luz de tierno romance, de tierna pasión lo que vamos a vivir, a llamarnos cálidamente, a decirnos al oído….
ROMANCE DE MIÉRCOLES SANTO
….Despierta, asómate a la ventana, aunque aún no ha amanecido azul será la mañana; en los naranjos ya se oyen los pájaros y sus cantos, que no forjaré día tan azul como cada Miércoles Santo.
Azul que será marinero en esta orilla sevillana, como las túnicas nazarenas que junto al arenal se preparan; porque esta tarde no habrá más Buen Fin que esa cobarde Lanzada ¿no veis que la sangre de su costado Salud será en San Bernardo?, y su madre será Refugio que así en ese barrio se llama, pues a los que alguna vez le negamos, Madre de Dios de la Palma bajo su manto nos ampara. Y esta noche en calle Orfila mostrará sus manos blancas que tan suavemente entrega para que sean atadas, y en San Vicente escucharemos las palabras de su alma que caerán sobre Sevilla como una lluvia amarga.
Bendito Miércoles Santo, azul el cielo te aguarda, azul como la mirada de la madre que me acompaña, que cuando estoy a su vera, antifaz negro, capa blanca, veo como la miran esas caras sevillanas, buscando en ella el consuelo de esas penitas que cada uno lleva en el alma.
Pero antes que todo esto ocurra, en el estómago el nudo, que todos los años pasa, que viene a repetirse siempre como el Viernes de Dolores que de nazareno te estrenabas. Túnica recién planchada, por el camino más corto y sin perder un segundo a la parroquia caminas a verlos cara a cara.
Y llegas a Cristo, y miras sus ojos y miras su boca que sed declara, y te fijas un segundo en una mujer, una mujer trabajada, trabajada por la vida -¡Qué dura se te adivina al ver su cara!-, que con lágrimas en los ojos algo le suplica, sus manos entrelazadas, y miras su expresión y callas, ¡Qué manos tan arrugadas!. Dos lágrimas les resbalan acariciando su rostro, el Señor abre sus brazos como queriendo abrazarla, su pecho se ha sosegado, su pecho va entrando en calma, y en la mirada de Cristo se ha quedado lastimada, las razones del dolor que solo ellos dos hablan, la mujer se ha despedido creyendo que molestaba, son tan humildes sus gestos que se te rompe el alma, pero tu sabes que se lleva en sus ojos llorosos el sol de la esperanza.
Algo más tarde, las puertas ya están cerradas; -recuerdas ahora el murmullo de la cofradía que se organizaba- vuelves tu mirada a Cristo y sientes que nos pide que le veamos con los ojos humildes de esa mujer sevillana, que quien mira su rostro, su boca que amor declara, no puede sentir más que amor en el fondo de su entraña ¿Qué odio puede caber bajo cada capa blanca? Pues quien toma el largo camino de seguirlo en cada calle, de seguirlo en cada plaza, camino que será diario, sin descanso, pero sin batalla, tendrá la certeza clara que con su cirio o su costal, insignia o vara de plata, sigue a un Cristo vivo, que debe estar en cada esquina, que debe estar en cada casa, que debe estar en los corazones llenándolos de esperanza. Nosotros embajadores con esta marcha tan larga, por Él y por su enseñanza emprendemos la caminata, y un poco también por Sevilla, que así entendió su palabra, con arte, finura y gracia, y así tendrá que ser, así será la mañana, no quiero ya ni contarte la tarde y la madrugada, que la emoción ya la siento llenándome la garganta, que por Él, y por su Madre y ya sabéis, que también va por Sevilla, y es que es… Semana Santa.
He dicho.